Wolfenstein: El tío de Wolfenstein 3d

El tío de ‘Wolfenstein 3D’: «La guerra era esto: matar matar matar matar coger botiquín matar»
Actualidad 12 de febrero de 2011, 06:00 Zoom: Aumentar | Disminuir


Los libros de historia nombrarán de De Gaulle o Eisenhower como responsables de la victoria aliada en la II Guerra Mundial, pero a quien tiene videojuegos no le hacen falta libros (bueno, sí suelen hacerle falta, pero no los usa). Y los que en su día jugamos al Wolfenstein 3D sabemos que sólo hubo un verdadero héroe en la lucha contra el Tercer Reich: William B. J. Blazkowicz, el hombre que mató a más alemanes que la peste bubónica.
«Los números me bailan, pero juraría que, sumando niveles, episodios y secuelas, me cargué a 142.857 nazis. Lo cual me sorprende, porque es más que toda la población de Renania-Westfalia en aquella época», comenta Blazkowicz, hoy un meditabundo anciano de 100 años en una residencia para veteranos de guerra en Cramouille-sur-Rhône, cerca de Avignon, en el sur de Francia. Un destino humilde para uno de los personajes más decisivos de la historia de Europa. Aunque, para alguien que ha pasado lo que él, «que te sirvan un muslito de pollo con arroz sin haber tenido que matar a nadie por conseguirlo es un lujo que aún me sorprende».

Aquí, Blazkowicz es un ex combatiente más. Nadie valora particularmente sus hazañas; cada cual exagera las suyas. «Todos aseguran haber abatido aviones y tomado nidos de ametralladora con una mano a la espalda. Cuando yo les canto mis cifras, me dicen de todo», se lamenta William.

«JURARÍA QUE, SUMANDO NIVELES, EPISODIOS Y SECUELAS, ME CARGUÉ A 142.857 NAZIS. LO CUAL ME SORPRENDE, PORQUE ES MÁS QUE TODA LA POBLACIÓN DE RENANIA-WESTFALIA EN AQUELLA ÉPOCA»

Claro, ninguno de ellos tuvo la suerte de ser encarcelado en el castillo de Wolfenstein (luego llamado 3D, y que por cierto, no eran 3D de verdad, pero como diría Ricky Gervais, menos dimensiones tenía aún el protagonista, y funcionaba igual). Y ninguno de ellos pudo salir de su celda y matar 142.857 enemigos sucesivamente, así, cogiendo la munición del primer caído para abatir al segundo.

La mayoría de los veteranos aquí enclaustrados sigue aún en el engaño de que Adolph Hitler se suicidó en su búnker (salvo los que aseguran haberlo apuñalado cuando asomaba por una alcantarilla, que hay varios). Ninguno cree a Blazkowicz cuando cuenta la verdad: «¡Yo le liquidé!», gañe el anciano, y nosotros asentimos tan impetuosamente que se nos caen las boinas que llevamos para fundirnos con el paisaje francés. «Era el enemigo final, en un traje robótico con cañones, y murió en el castillo de Wolfenstein bajo fuego de mi pistola!»

«Otra versión dice que murió en el incendio de un cine aquí en Francia», le comentamos. «La última peli de Tarantino, ¿la ha visto?»

«¿Aquella de Brad Pitt? ¡Vaya fiasco! ¡Me dormí tanto en el cine que en un ronquido inhalé el peluquín del de la butaca de en frente. Menuda visión de la guerra tiene ese bujarra de Tarantino. Diálogos de veinte minutos... ¿Creen ustedes que yo me paré a dialogar con alguien? ¡Y a eso lo llaman acción! tendrían que aprender de los videojuegos de los 40.

En realidad, el videojuego era de los 90 (un pionero en el género de los first-person shooters, rollo Doom), pero no le contradecimos. ¿Qué son cincuenta añitos en la vida de un hombre que ha cumplido 100? Su versión de la historia es tan buena como la que más. Y mientras montamos de nuevo en la Máquina del QFD y partimos hacia el sol poniente, recordamos la última reflexión de un héroe poco dado a reflexiones: «La guerra era esto. Matar matar matar matar matar matar coge botiquín mratar matar matar. No tiene más poesía. ¿Creen que es aburrida? Pues haberlo pensado antes de declararla. El mundo iría mejor.»