Concilio de Nigromancia

Hace miles de años, antes de que naciera el señor Jescuristo, se organizó un antiguo concilio de nigromancia. Magos, hechiceros, brujos y brujas de todos los países se reunieron en la Arboleda de las Ánimas, un antiguo observatorio de la de dad de piedra. 
Allí, iluminados por el reflejo de las enormes losas de mármol y la luz tenue y siniestra de la luna, hablaron. Cada uno presentó su escuela de magia. Unos revivían animales, otros hechizaban a endebles insectos, y otros más atrevidos revivían a humanos extraídos de la tierra para encomendarles un oscuro propósito. Pero lo que todos tenían en común era una cosa: infringían la ley de Dios.
 La magia negra era útil, pero traicionera. Uno de los nigromantes, conocido como Morguenar, convocó en ese sagrado concilio una mágia aún más desconocida: la reanimación sexual. Morguenar mató con su báculo a una de las bellas mujeres que utilizaban para distraerse mientras oían las aburridas charlas del presidente del concilio, y la revivió. La mujer se levantó de nuevo, pálida, y silenciosa. Pero ya no era la misma. Ahora servía a una sóla persona: Morguenar. 
Éste fue nombrado por unanimidad líder del nuevo consejo de nigromancia, y una vez obtuvo el poder, lo disolvió. Se convirtió en el único nigromante, y ordenó la persecución de todos los demás. Poco a poco, uno a uno, todos los nigromantes fueron eliminados por sicarios. Y él utilizó una única magia, la suya propia. Tras años, el conocimiento se perdió, y Morguenar se alzó como el nigromante más poderoso. Uno, que dominaba a todos los demás.
 Pero hubo un hombre que se opuso a su poder. Un mesías, enviado por Dios para acabar con las artes oscuras. Y tenía un tiempo limitado: 3 días. Porque a los 3 días nacería el mesías esperado por todos, y el poder de Morguenar se consolidaría. Debía arrebatar las garras del mal de la tierra antes de que naciera Jesucristo. Su nombre, era Leónido.