En mayor o menor medida todos somos plenamente conscientes de la situación laboral a la que se enfrenta la Generación Z actualmente al acabar sus estudios. Incluso la tecnología, hasta ahora el Santo Grial a la hora de asegurarse un futuro, se ha convertido en un pozo de precariedad e inseguridad que pocas veces recompensa con creces el esfuerzo que reclaman las conocidas como cárnicas u opciones aparentemente más amigables como las de la industria del videojuego.
Pero aunque ese paso por la universidad en busca de un futuro mejor sigue calando con fuerza entre la sociedad, y resulta una opción igual de legítima y recomendable que cualquier otra, hay cierto sector de la Generación Z que ha tomado un camino completamente distinto y parece estar muy contento con ello. En vez de perseguir los puestos de oficina con la vista puesta en llegar algún día a un puesto de directivo, han optado por los trabajos de cuello azul que la sociedad parecía haber dejado en un segundo plano.
La Generación Z se abre otro camino
En países como Estados Unidos, donde perseguir ese objetivo de administración y dirección sigue siendo muy fuerte, parte de la Generación Z ha empezado a apostar por cubrir aquellos huecos que la clase obrera y el trabajo manual ha estado abandonando mientras generaciones anteriores alcanzaban la jubilación.
Recientemente varias entrevistas de CNBC recogían las declaraciones de quienes apartaron de su objetivo la universidad para centrarse en trabajos como la mecánica, el paisajismo o la limpieza, en busca de opciones salariales o de inversión para las que la demanda de trabajo ha crecido exponencialmente mientras nuestros mayores empiezan a dejar atrás la vida laboral.
De la mano del siempre jugoso reclamo de las seis cifras anuales, sus situaciones a menudo cabalgan entre el esfuerzo como la punta del iceberg, y el trampolín financiero de sus padres como todo lo que se esconde bajo el agua, pero lo que es innegable es que muchos de los que toman ese camino lo hacen conscientes de la situación actual, y de cómo hipotecar su vida con cuatro o cinco años de estudios (en Estados Unidos sacarse una carrera es especialmente caro) les deja en una posición de la que resulta difícil escapar a la hora de independizarse y empezar a vivir su vida cuando termina ese periodo.
El miedo a avances como la inteligencia artificial convirtiéndose en la excusa para recortar puestos, junto a los altos costes que suponen las carreras universitarias más demandadas, ha hecho que para muchos de ellos el estudio de un grado técnico y la pronta incorporación al mercado laboral resulte mucho más apetecible. "Creo que cada vez más gente se está dando cuenta de que puedes ser feliz con tu carrera en cualquiera de esos caminos. Acudir a la universidad y conseguir un trabajo a partir de ahí no es la opción adecuada para todos".
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