La curiosa práctica que compartimos con los monos desde hace 13 millones de años gracias a uno de nuestros antecesores: molestar al prójimo

  • El fino arte del trolleo tiene su origen en uno de nuestros antepasados

  • Es una estrategia social que nos ayuda a conocer mejor nuestro entorno

Da igual si lo llamas dar por saco, hacer la puñeta, picar, fastidiar, tocar las narices... Molestar, en general. Podría considerarse uno de los comportamientos más curiosos de la raza humana, pero detrás de esta aparentemente ilógica forma de relacionarnos hay algo mucho más primitivo de lo que creíamos. De hecho, es una característica evolutiva que compartimos con los monos y se remonta a millones de años.

Para demostrarlo, el equipo de la antropóloga Erica Cartmill, de la Universidad de California, estudió el comportamiento de distintos tipos de simios en los zoos de San Diego y Leipzig, observando no sólo qué métodos utilizaban para intentar molestar a sus congéneres, sino también qué reacciones se producían entre ellos ante esa provocación.

Mientras que hay grupos como los orangutanes que prefieren los tirones de pelo, o los chimpancés que son más de abofetear a los adultos cuando se están quedando dormidos, hay otros que apuestan más por empujar, golpear, robar objetos, o incluso un comportamiento tan básico e infantil como el de ofrecer algo para luego apartarlo cuando su compañero se disponía a cogerlo.

Hacer bromas y molestar es clave para nuestra socialización

Como en el caso de los humanos, este tipo de provocación casi siempre suele dirigirse desde miembros de edad más temprana hacia los adultos, y lejos de convertirse en una acción antipática, estas bromasen realidad son un constructor social. Molestar a nuestros mayores es, desde pequeños, una estrategia que nos ayuda a estrechar vínculos y medir límites en nuestras relaciones sociales.

Lo más interesante de la teoría está en demostrar que, hace 13 millones de años, los simios y los humanos tuvimos un ancestro común que fue el precursor de estas prácticas. La prueba está en detalles sorprendentes como que, al igual que hace un niño con sus padres, las crías hacen una broma y automáticamente buscan la cara de su víctima esperando una reacción.

Una práctica que a la larga nos ayuda, a simios y humanos por igual, a obtener los suficientes para saber hasta dónde puede llegar la broma antes de agachar la cabeza por temor a una reprimenda, o dar por entendido que ese miembro de la tribu no tiene ningún interés en socializar contigo.

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