El lío se me ha ido de las manos (y con ello la extensión de este tema), ¿ayuda?

Muy buenas tardes a todos, mis queridos lectores, Manuel al habla. Recuerdan cómo hace una semana les hablé sobre el pequeño aprieto laboral en el que me había metido? Si no es el caso, aquí les dejo un link a dicho post: [url=https://www.3djuegos.com/foros/tema/49945707/0/estoy-en-un-aprieto-en-el-trabajo-ayuda/]https://www.3djuegos.com/foros/tema/49945707/0/estoy-en-un-aprieto-en-el-trabajo-ayuda/[/url]

Bien, hoy vengo no solo a explicarles mi situación actual sino a pedirles ayuda nuevamente, puesto que el lío que nos involucraba a mí, a Victoria y a Carla, todo esto después de que ésta última me entregara aquel montón de billetes pertenecientes a la recaudación diaria del local (además del descuido que supuso lo relacionado con el baño), ha ido a más, mucho más, y creedme cuando os digo que hasta la más mínima chispa de amor o aprecio que sentía por Carla ha desaparecido, c’est fini.

Como unos cuantos me recomendasteis en el anterior tema, y además, era lo que sentía que debía hacer, a la semana siguiente de haber descubierto que mi “querida” compañera era la persona que estaba sustrayendo parte de los ingresos, decidí no comunicárselo a Victoria, por ende, cuando me llamó a su mugrienta y maloliente oficina, no tenía más remedio que inventarme una trola para intentar librarnos tanto a mí como a Carla de cualquier reproche o, peor aún, de acabar ella en el calabozo, acusada de robar. Nada más entrar, me percaté de que aún a pesar de no ser más de las tres de la tarde, la estancia brillaba por la total falta de luz. Lúgubre y sombría, con ligeras pinceladas de luz que aún se atrevían a entrar por entre las diminutas fisuras que se  hallaban a lo largo de una vieja persiana cerrada, noté un escalofrío que me recorrió de pies a cabeza.

—[i]¿Hola?¿Victoria?[/i]

Solté un par de preguntas al aire solo para estar seguro de que donde me había metido era la oficina de la gerente, y no una de esas habitaciones de pesadilla de Silent Hill, cuando de pronto percibí el sonido de lo que parecía ser un encendedor.

—[i]Estoy aquí. Siéntate, imbécil[/i].

Prendiendo la llama de un cigarrillo, el cual según qué calada  iluminaba un poco más su cara magullada, tomé asiento frente a ella. Ambos en silencio, noté como la presión en el ambiente se acrecentaba. El humo proveniente no solo de su recién encendido cigarro, sino también de las colillas aún aprovechables que se amontonaban en el cenicero dispuesto en la esquina superior derecha de su monstruoso escritorio de caoba (a continuación entenderéis por qué hago hincapié en este dato), surcaba el aire y se adentraba en mí a través de estas dichosas fosas nasales en busca de una confesión, o al menos así lo sentí. 

De nuevo, las palpitaciones iban en aumento, tal y como ya había ocurrido con anterioridad, y cuando por fin obtuve el coraje para iniciar aquella conversación, escuché chirriar la silla donde Victoria se hallaba sentada. La mano con la que sujetaba aquel portador de cáncer recorrió la mesa de un extremo a otro para así deshacerse de la ceniza acumulada al son de unos huesos que por el sonido que emitían parecían haber sido víctimas de un severo caso de sedentarismo causante de algún tipo de enfermedad relacionada con la rigidez articular. Con ello, también inclinó su cuerpo, arrastrando consigo su cabeza. Aún recuerdo vivamente su cara. Esa expresión carente de emociones y aquellos ojos, profundos y tenebrosos, con los que solo bastó un mero choque de miradas para darme cuenta de que aún refugiada en la oscuridad que le proporcionaba su posición dentro del cuarto, mi alma estaría condenada si pecaba de inocencia. Como dije antes, ese cenicero estaba colocado a conciencia. Una vez que se rehizo sobre su silla, cual vidente, me espetó:

—[i]He visto por tus ojos que has descubierto algo, pero temes contármelo[/i]. 

Por mucho que lo intentase, no era capaz de mantener quieta mi pierna derecha, en una clara muestra de cómo los nervios pueden jugarnos una mala pasada aún cuando nos aferramos a nuestro más férreo sentimiento de valor. 

—[i]¿Por qué no quieres contarme lo que has averiguado?[/i]

A pesar del miedo que se había apoderado de mí, en ese instante me vino a la mente la sonrisa de Carla, todos los buenos momentos que habíamos pasado juntos en los dos meses desde que nos conocimos. Ella sacaba lo mejor de mí, y a pesar de haber estado robando ese dinero, yo la quería, y no iba a dejar que su vida se truncara por una estupidez así, por lo que decidí cargar con la culpa aún sabiendo el riesgo que ello conllevaba. Me mordí la lengua y respondí haciendo gala de la mayor rigidez emocional que era capaz de expresar. 

—[i]He sido yo[/i].

—[i]No me jodas, Manuel, si hay algo de lo que sí estoy segura es que tú no eres el sinvergüenza que me ha estado robando[/i].

A pesar de su desconfianza, me mantuve firme en mi posición—. [i]Por eso mismo lo hacía, porque sabía que nadie sospecharía de mí[/i]. 

De nuevo escuché crujir la silla sobre la que se recostaba Victoria al tiempo que unos pasos, lentos pero (sorprendentemente) pesados, se acercaban para finalmente postrarse tras de mí.

—[i]Entonces, ¿tú eres el ladrón?[/i]

Sus delgadas manos se plantaron sobre mis hombros, cogiéndolos con fuerza. 

—[i]Sí, y sé que no se esperaba esto de mí. Lo siento.[/i] 

—[i]Ay, Manuel, has resultado ser una total decepción, aunque te equivocas en una cosa, no me sorprende tanto como crees que seas el mal nacido que me ha estado robando. Carla se me acercó hace unos días para explicarme cómo últimamente estabas actuando de una manera muy extraña, siempre esperando a ser el último en salir para cerrar el restaurante.[/i] 

Esa declaración me sentó literalmente como una puñalada en medio del corazón. 

—[i]¿Carla?[/i] —. Sumido en la sorpresa, la ira y la tristeza, no podía creer lo que Victoria me acababa de  contar—. [i]¿De qué está hablando?[/i]

—[i]Puedes estar seguro de que al principio fue difícil de asimilar, pero su argumento me pareció bastante convincente, y tú mismo te has delatado, ¿por qué no mangar un poco de calderilla si sabes que nadie va a sospechar de ti?[/i]

Sintiéndome traicionado, intenté confesar y reprender esas acusaciones—. [i]¡Pero eso no es cierto, no soy el ladrón, Carla es la que ha estado robando, yo solo he intentado librarla de ser despedida![/i]

—[i]Vamos, no creerás que voy a creerte ahora que ya has confesado, verdad, ¿cabrón?[/i]

—[i]Pero es la verdad, yo no he sido.[/i] 

De repente, una de sus manos se tiró sobre mi pene como si se tratara de un tigre relamiéndose del hocico por hacerse con su presa, y me lo apretó con toda la fuerza que con su cuerpo, era capaz de afligir. 

—[i]Quiero que dejes tu uniforme, te largues de aquí y no vuelvas jamás, me entiendes, ¿imbécil?[/i] 

Retorciéndome de dolor, grité: 

—[i]¡Vale, vale, vale![/i]

Su mano me liberó, y de un salto me levanté y sentencié—: [i]Carla pagará por esto[/i]—. Abrí la puerta y de un portazo dejé atrás aquella sala de torturas en la cual ahora se había convertido para mí la oficina de Victoria.

Mientras recorría los pasillos del local, me topé con Daniel (limpieza), quien se percató de mi rabia contenida y, como todo buen compañero de trabajo, se preocupó por mi estado.

 —[i]Tio, ¿estás bien?[/i] 

—[i]¿Dónde está Carla?[/i] —le pregunté.

—[i]Creo que hoy no ha venido a trabajar.[/i] 

—[i]¡Pero qué Zorra![/i]

—[i]¿Qué ha pasado? Pensaba que vosotros dos…[/i] —con ambas manos, comenzó a emular posturas relacionadas al Kamasutra.

—[i]¡Que me la ha jugado![/i] —respondí furioso.

—[i]¿Y eso?[/i] 

—[i]Pff, da igual. Por cierto, Victoria me acaba de despedir[/i] —me quité la camiseta del conjunto uniforme y la tiré contra el suelo.

—[i]¿A ti?¿En serio?¿Qué has hecho?[/i]

—[i]¡¿Que qué he hecho?![/i] —le contesté en medio de una risa nerviosa con la que buscaba evitar el lloro—. [i]Por favor, cuando veas a Carla, ¿podrías decirle que me llame?[/i]

—[i]Claro.[/i] 

—[i]Gracias, tú sí eres un buen amigo[/i] —. Le di un par de palmadas en el brazo, a lo que respondió con el esbozo de una ligera sonrisa de satisfacción personal en su cara, y mientras ello ocurría, retomé mi camino y salí por la puerta principal.

Nada más llegar a casa, la primera con la que me encontré fue mi madre, quien, cándida como siempre, estaba cortando unas verduras con las que posteriormente preparar uno de sus deliciosos purés. Al percatarse de mi presencia, me preguntó —: [i]Mi niño, ¿por qué has llegado tan pronto hoy?[/i] 

—[i]Me han despedido, mamá.[/i]

—[i]Pero, ¿por qué? Pensaba que te iba bien en el trabajo[/i] —se acercó y me dio un fuerte y cariñoso abrazo —. [i]Sabes que sin ese dinero no podemos permitirnos el tratamiento de tu padre[/i] —dijo con lágrimas en los ojos.

—[i]Lo sé, pero es una larga historia y estoy cansado, creo que me echaré la siesta. Cuando me levante, empezaré a buscar algo, a ver si con muchísima suerte para la próxima semana ya puedo volver a trabajar.[/i]

—[i]Eso espero, hijo mío, tú eres nuestra única esperanza[/i] —su frágil mano me acarició la mejilla —. [i]Ahora, antes de que entres en tu habitación, prepara la mesa, ¿quieres?[/i]

Desde ese día, me hallo en paro otra vez. No he vuelto a saber nada de Victoria o del local de hamburguesas, y con respecto a Carla, aunque Dani me envío un mensaje hace poco más de 48 horas para decirme que ya no ha vuelto a currar, lo cierto es que uno de los pocos días en los que salimos de fiesta por la noche, la acompañé a la que creo es su casa, y ayer me pasé por la zona, únicamente para ver si me la encontraba y poder reprocharle todo lo que me ha pasado por su culpa. Tras haber estado esperando unas horas, y ya a punto de rendirme, logré mi objetivo..., pero no como yo me lo imaginaba.

Un Ford Fiesta de color azul aparcó delante del portal donde suponía que Carla estaba viviendo (digo suponía porque podría haberse dado el caso de que se hubiera mudado, quién sabe), y de las entrañas de dicho vehículo, ella brotó. Al reconocerla, fui corriendo a esconderme tras unos arbustos cercanos, y cuando logré hacerme un hueco entre tanta maleza, volví la mirada para ahora encontrármela apoyada sobre el lateral del auto. Entretanto, un hombre musculoso salió del asiento del conductor, se acercó a ella y la besó, al tiempo que le entregaba un fajo de billetes (muchos más que los que provocaron todo esto). 

—[i]¿Qué demonios ocurre aquí?[/i] —me cuestionaba, abrumado por demasiadas preguntas y emociones—.[i] No entiendo nada.[/i]

Llegado el momento de la despedida, el tipo se metió en el coche y se marchó, a la par que Carla se mantenía de pie sobre la acera observando cómo este se desvanecía en el horizonte. Tras asegurarme de que se adentraba en el respectivo portal, y ahora estar convencido de que ese es el sitio donde reside, me pregunto, ¿hago que me lo pague, o dejo las tonterías aparte y sigo con mi vida? Es por esto por lo que hoy vengo aquí a pediros ayuda. ¿Qué creéis que debería hacer? No sé quién demonios es ese musculitos, pero sí puedo garantizaros que una bofetada de cualquiera de esos dos brazos me dejaría KO enseguida, por lo que mejor no vérmelas con él. 

Espero que podáis aclararme un poco las ideas, puesto que me hallo frente a un mar de dudas del cual no sé cómo salir. Tengo que averiguar qué se trae entre manos Carla, es cuestión de honor, pero temo que pueda acabar llevándome una paliza para el recuerdo en el proceso. Nunca me hubiera imaginado que esa chica, ese ángel de tono beige y de ojos azules y melena dorada que me robó el corazón bajo la supervisión de Victoria, fuera una bruja tan malvada y despiadada.
Trabajo y Ayuda
EDITADO EL 22-03-2019 / 19:11 (EDITADO 4 VECES)