He jugado al primer The Elder Scrolls y hoy es una pesadilla, pero entiendo que hace 30 años alucinaran con él

He jugado al primer The Elder Scrolls y hoy es una pesadilla, pero entiendo que hace 30 años alucinaran con él
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Nunca es fácil echar la vista atrás; no solo cambian las épocas y las obras originales con ellas, sino que a veces el que cambia es el receptor. En este caso, me he lanzado a probar The Elder Scrolls: Arena en PC ahora que está gratis la primera entrega de la legendaria franquicia de rol de Bethesda, que salió cuando yo todavía no había ni siquiera nacido. Es una auténtica reliquia del mundo de los videojuegos, un trabajo tan ambicioso como confuso. Te cuento qué tal me ha ido.

El tiempo lo cambia todo. Decía Morgan Freeman en Fallout (no era él, pero prefiero pensar que sí) que la guerra nunca cambia, frase que se ha quedado grabada en la memoria de incontables jugadores a lo largo de la historia de nuestro medio, pero los videojuegos desde luego que sí lo hacen. Evidentemente, la legendaria línea de Fallout se centraba más bien en las cuestiones metafóricas del conflicto bélico, de la tragedia militar, porque es evidente que no es lo mismo combatir con palos que con bombas atómicas, si bien la idea está ahí: el ser humano sigue siendo igual, para bien y para mal. ¿Y los videojuegos siguen siendo los mismos? Esa es la pregunta clave a la que nos enfrentamos hoy, aunque no es fácil de responder. ¿Los mismos como productos de ocio, es decir, siguen siendo vigentes de la misma manera? Depende del caso. ¿Y qué pasa con las sensaciones de los jugadores, con su valor cultural? ¿Continúan generando reacciones y emociones parecidas? También es muy relativo. Para un veterano del mundillo, es decir, para alguien que se haya criado jugando a Daggerfall, Arena y las dos primeras entregas de Fallout, retornar a ellos puede ser como volver a casa; en cambio, para las nuevas y "medianas" generaciones (entre las que me incluyo), la cosa se complica.

De todas formas, no está de más recordar, de vez en cuando, la evolución de la industria que amamos; ver, en otras palabras, cómo una idea llevó a otra, cómo una filosofía de desarrollo dio paso a un modelo distinto (a veces incluso opuesto), hasta el presente que hoy nos ocupa, maravilla y preocupa a partes iguales. Si tienes treinta años o menos, seguro que te has visto en esta misma situación unas cuantas veces. Quieres entender de qué va todo, por qué una obra maestra es tal cosa. De eso va redescubrir hoy en día a Ocarina of Time, por ejemplo, triturar demonios en la obra original de Doom, o devanarse los sesos con los temas de Planescape: Torment, independientemente de que sigan siendo auténticos juegazos. A veces volvemos a los clásicos no solo por conocimientos, sino también para encontrar experiencias nuevas en el pasado. Esa era mi intención, precisamente, cuando me lancé a la aventura con The Elder Scrolls: Arena, la primera entrega de la mítica franquicia RPG de Bethesda, que ahora está gratis en Steam, y después de muchos fracasos, de pequeños éxitos, y de unas cuantas frustraciones, te cuento qué conclusiones he sacado del experimento. Te dejo con un pequeño adelanto: me lo he pasado mucho mejor de lo que esperaba, pero no siempre por las razones que sus desarrolladores pretendían.

La fantasía que lo comenzó todo

He jugado al primer The Elder Scrolls y hoy es una pesadilla, pero entiendo que hace 30 años alucinaran con él

Eso sí, antes de empezar con la crónica, a modo de breve resumen, creo que es buena idea poner un poco de contexto, tanto del desarrollo como de la trama de Arena en sí. The Elder Scrolls: Arena fue el resultado de un proyecto relativamente humilde, sobre todo si lo comparamos con los estándares actuales, ya que la intención original de Bethesda era hacer un videojuego de gladiadores (de ahí el sobrenombre "Arena") que habrían de competir en distintos coliseos de Tamriel, el continente ficticio en el que se ambienta la franquicia, claramente inspirado en el rol de lápiz y papel y, más específicamente, en Dungeons & Dragons. ¿Cuándo fue eso? Hace mucho tiempo, en un sistema muy, muy lejano… Más específicamente, en MS-DOS y marzo de 1994, casi dos meses antes de que yo naciera. Lo cierto es que hay un montón de anécdotas interesantísimas sobre su desarrollo, como que los programadores de Sir-Tech, la ahora extinta desarrolladora norteamericana, se rieron del proyecto de Bethesda cuando conocieron su ambición. Eran otros tiempos, y el escenario era muy diferente; por aquel entonces, la compañía de Weaver apenas tenía unos cuantos trabajos a su espalda, mientras que Sir-Tech era de las más longevas y laureadas dentro del rol (eran los artífices de la serie Wizardry).

He jugado al primer The Elder Scrolls y hoy es una pesadilla, pero entiendo que hace 30 años alucinaran con él

Por suerte, Bethesda no cesó en su empeño. El resto, como se suele decir, es historia: The Elder Scrolls: Arena fue evolucionando y se acabó convirtiendo en uno de los principales estandartes del RPG occidental clásico, con las claves propias del género. Ya se sabe, multitud de misiones, mundo abierto, diálogos, combates, robos, y posibilidades que, en aquellos tiempos, desafiaban la lógica… Y también una colección de bugs y errores que asustan, circunstancia que siempre ha acompañado al rol de la compañía norteamericana. En cualquier caso, el consenso fue claro: Arena era uno de los primeros grandes RPG modernos y marcaba un antes y un después en el desarrollo de videojuegos en Occidente, que se dice pronto. ¿Por qué te cuento todo esto? Porque es más que probable que la inspiración de alguno de tus videojuegos favoritos se remonte a Arena, de la misma manera que todos los shooters en primera persona le deben algo a Doom, y siempre hay algo muy especial en descubrir la raíces de aquello que te apasiona.

The Elder Scrolls: Arena se acabó convirtiendo en uno de los principales RPG occidental clásico

Volviendo a la historia del primer The Elder Scrolls, la cosa es bastante sencilla: Uriel Septim VII, el emperador, es traicionado por Jagar Tharn (¿referencia a Jaffar, de Aladdin?), el archimago de la corte, y es enviado a Oblivion, un plano dimensional muy turbio e inhumano. Si has jugado al sensacional The Elder Scrolls IV: Oblivion, sabes a lo que me refiero: demonios horribles por todas partes, daedras con sus movidas infernales, y un tono rojizo exagerado, con una fijación por la casquería y la carne que te pueden amargar la digestión. La intención de Jagar es, evidentemente, usurpar el trono, por lo que adopta la apariencia del emperador emérito y comienza su reino del terror; mientras tanto, su discípula, Ria Silmane, descubre el plan de su tétrico maestro, pero es asesinada antes de que pueda hacer nada. Ahí entras en juego tú, el jugador. Resulta que has sido apresado en una sucia cárcel, un recurso típico en el prólogo de cada entrega de la franquicia (incluso en Skyrim comienzas como un prisionero), pero se te aparece Ria en su forma incorpórea, un poco como Mufasa, y te dice que eres la última esperanza del mundo; eres El Elegido básicamente, aunque más por descarte que por otra cosa. Sin presión. Ahí empieza nuestra historia.

Rol y aventuras al estilo más clásico

He jugado al primer The Elder Scrolls y hoy es una pesadilla, pero entiendo que hace 30 años alucinaran con él

Así pues, lo primero que tenemos que hacer es escapar de la cárcel, luego ya iremos viendo. Como es lógico, hay un motivo de fondo que te dice que debes encontrar las piezas perdidas del báculo del traicionero archimago, pues su alma está vinculada a estos fragmentos (¿proto-horrocruxes?), pero en mi caso estaba demasiado preocupado por sobrevivir como para preocuparme de esas cosas. Porque claro, en Arena no hay tutoriales de absolutamente nada. ¿La interacción con el escenario? Te toca aprenderla por tu cuenta. ¿El registro de misiones? Suerte con eso, y con el combate ya ni te digo: no te dan ni una mísera pista, ni del movimiento, ni de los ataques, ni de la magia, ni de nada. De hecho, una de mis primeras historias consistió en ser asesinado patéticamente por una rata de alcantarilla. La alimaña, aprovechándose de la patente torpeza de mi alto elfo mago, supongo que le mordió los pies hasta la muerte. Pues empezamos bien. Para más cachondeo, después de eso apareció una escena en la que Ria Silmane se lamentaba por mi trágico destino, con un tono excesivamente dramático que, dada la situación, me pareció incluso cómico. Bueno, señores, hasta ahí llegaron las esperanzas de Tamriel: al Elegido lo ha matado una rata. Se hizo lo que se pudo.

En ese momento me di cuenta de que lo más importante era cambiar el chip; visto lo visto, Arena iba a ser implacable conmigo, y esperaba exactamente lo mismo de mí. Era mi turno de aprender, vía ensayo y error, para derrotar a la rata de mis pesadillas y, si Akatosh quiere, para saldar cuentas también con el pesado de Jagar Tharn. Cuando vuelves a un clásico, es normal encontrarse con disonancias de este estilo, porque hoy en día estamos demasiado acostumbrados a algunas mejoras de "calidad de vida" dentro de los videojuegos; estoy hablando de mapas útiles, de diarios, de guías para los primeros pasos e, incluso, de la simplificación de algunas mecánicas de interacción, como recoger una llave del suelo o equiparse una espada. En The Elder Scrolls: Arena no tienes nada de esto, y aunque entiendo que eso eche a más de uno para atrás, también hay que verlo desde otro punto de vista: aquí, todo es una aventura. Debes apuntar las pistas, escribir en el mapa, tienes que saber situarte correctamente con las direcciones y los puntos cardinales y, en general, tienes tanto que aprender, tanto por descubrir, que sientes que el título te pone a prueba en todo momento. Es casi como la vida pero con peores gráficos; eso sí, ya te digo que, con una curva de aprendizaje tan exagerada, luego los éxitos se disfrutan mucho más de lo que te puedes imaginar en primera instancia.

Los fallos gráficos son una simpática constante
Los fallos gráficos son una simpática constante

Continuamos con mi historia. Soy consciente de que no es el mejor principio, y casi prefiero pensar que el destino de Rigoberto, el héroe trágico que dio su vida por una causa mayor que él, ha muerto de verdad. Esta vez, voy a la creación de personaje y, en lugar de seleccionar una clase, decido enfrentarme al test de The Elder Scrolls: Arena; básicamente consiste en una serie de preguntas dirigidas a entender cómo ve el mundo tu personaje y cómo reacciona ante él. Puedes esperar lo típico, y si has jugado a Fallout 3, por ejemplo, te sonará, porque en el refugio 101 pasas por la misma situación, aunque más cómica todavía. Después de unos cuantos minutos, el juego determina que mi nuevo personaje tiene que ser otro mago, pero esta vez quiero combinar la hechicería con talento en el cuerpo a cuerpo. Decido llamarlo Gerardo el Magias, por razones evidentes. La vida con Gerardo es bastante más llevadera. Rápidamente averiguo cómo pegar puñetazos (por si te lo estás preguntando, mantener clic derecho y mover el ratón como alma que lleva el diablo) y me lanzo a por la rata inicial, con rotundo éxito. Casi puedo leer "Inmortalidad terminada" en pantalla, como si fuera un jefe de Sekiro: Shadows Die Twice. Me queda todavía por pasar un buen rato en las cárceles imperiales, que están atestadas de goblins con hachas, más ratas y mucha agua, pero poco a poco me siento más cómodo, más seguro, y después de un rato consigo la libertad.

En Arena sientes que todo es una aventura; el título te pone a prueba en todo momento

No te voy a mentir: no ha sido fácil, y en algunos momentos he llegado a pasarlo mal de verdad, no solo por el extraño don claustrofóbico que tienen las mazmorras en Arena, sino porque en el combate hay una aleatoriedad patente que parece que puede acabar con tu vida en cualquier momento. Los ataques efectuados al mismo tiempo chocan unos con otros, las barras de vida bajan sin motivo aparente, y cuando te quieres dar cuenta estás al borde del colapso. Me llevó un buen rato; de hecho, tuve que descansar varias veces, tanto dentro del juego como en la vida real, pero finalmente lo conseguí. Es entonces cuando la verdadera experiencia que pretendía Bethesda se abre ante mis ojos: el mundo parece inmenso, en parte porque la distancia de dibujado es ínfima, pero está ahí, esperando a que yo lo descubra. Dejo la ciudad en cuanto puedo y me voy a la aventura, sin tener muy claro qué esperar. A partir de ahí, te lo resumo: mazmorras, zombies, algo que parecía ser una bruja, y vuelta a otro enclave de la civilización. Poco después continué con la misión principal y logré avanzar un poco. Llegué a recoger dos de los fragmentos esenciales del báculo de Jagar Tharn. También me perdí un poco más por Tamriel, por supuesto, ya que tiene algo intangible, un encanto especial que me cautiva, pero luego golpeé una puerta por error, me reventó un guardia imperial y ahí lo dejé. Suficiente Arena por un tiempo.

He jugado al primer The Elder Scrolls y hoy es una pesadilla, pero entiendo que hace 30 años alucinaran con él

Las impresiones, como te comentaba antes, son agridulces, pero hay una sensación de descubrimiento y de encanto lo suficientemente potente como para convencerme de que, si yo hubiera sido adolescente cuando The Elder Scrolls: Arena salió al mercado, probablemente se hubiera convertido en mi juego favorito instantáneamente, para desgracia de mi vida social. La ópera prima de Bethesda en el rol está plagada de fallos, era confusa incluso en su tiempo, y su guion tiene detalles de película de serie B que te dejan descolocado con relativa frecuencia, pero su increíble mapa, sus mazmorras generadas de forma procedural, y la inconmensurable variedad de objetos, equipamiento y hechizos (incluso puedes crear los tuyos propios) creo que son motivos más que de sobra para enamorarse del juego. En cierto modo, todo The Elder Scrolls: Arena parece una oda a la imaginación, al rol de lápiz y papel, y eso me encanta. Es un eco de una época en la que todo era mucho más farragoso, sí, pero también más auténtico, más personal.

El título está a medio hacer, y se nota

Eso sí, si eres valiente y te animas a probarlo hoy en día, tengo que avisarte de unas cuantas cosas más. La primera es que solo está en inglés, y encima en estilo antiguo, lo que puede complicarte los primeros pasos si no tienes un buen nivel. La segunda es que el juego tiene unas limitaciones técnicas, tanto en el control como en el apartado gráfico, que a día de hoy resultan inimaginables, hasta el punto de que las letras son ilegibles salvo que lo juegues en modo ventana, a la resolución original. También hay cuelgues inesperados, e incluso se me llegó a corromper una partida, algo que probablemente tiene que ver con que Arena no se ejecuta en Steam de manera nativa, sino que está emulado en DOSbox, un entorno x86 que recrea las condiciones del sistema original. Además, la música, que también la podemos meter dentro del apartado audiovisual, te taladra un poco la cabeza en más de una ocasión.

He jugado al primer The Elder Scrolls y hoy es una pesadilla, pero entiendo que hace 30 años alucinaran con él

Finalmente, el título está a medio hacer, y se nota; hay funciones que se nota que deberían de haber estado pero que quedan en el aire, y en general todo lo que tiene que ver con la interfaz es sencillamente terrible. En esencia, solo te recomiendo que te des un paseo por la Tamriel de Arena si ya lo viviste en su momento, si eres un apasionado del RPG clásico hasta sus últimas consecuencias, o si eres un masoca como yo y quieres comprender la historia del género desde sus mismas entrañas. Si no es tu caso, ve a un pasado más seguro, más cercano: juega a Morrowind, probablemente la mejor entrega de la franquicia, y olvídate de problemas. En cualquier caso, yo me voy con la certeza de que mis desventuras por The Elder Scrolls: Arena han valido para algo, aunque sea solo para ayudarme a comprender un poquito mejor el largo camino que hemos recorrido en el mundo del videojuego. ¡Ahora es tu turno! ¿Pudiste disfrutarlo en su día? ¿Te animarás a probarlo? Espero que hayas disfrutado de mi pequeña historia; yo estoy deseando leer las vuestras.

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