El problema no es que Call of Duty intente cosas nuevas para su campaña
El problema es que lo hace sin ganas y haciendo evidente que necesita tomarse un tiempo
Es tradición. Llega un nuevo Call of Duty, se abren los servidores a las 00h de la noche, y me lanzo a probar la campaña para ver qué ha cocinado Activision para luchar porque una saga con cada vez más competencia siga siendo relevante. Por primera vez en la historia de esta franquicia, lo que apuntaba a ser otra clásica maratón hasta llegar hasta el final se ha quedado en poco más de dos horas de juego. No porque se haya terminado así de pronto, sino porque tras un cuelgue entre niveles he sentido que no podía más.
Dudo mucho que lo que juegue del resto de la campaña de cara al análisis de Black Ops 7 cambie mucho la opinión que tengo ahora mismo. La forma bonita de decirlo sería que no me ha gustado. La dura, la que como fan de CoD me veo obligado a compartir, la que sale desde lo más profundo de mis entrañas, es que es una de las peores experiencias que ha entregado la saga.
La campaña de Black Ops 7 es la gota que colma el vaso
Con la sexta entrega de la que fue mi saga favorita de la franquicia tuve mis más y mis menos. Echaba de menos las set pieces de acción que te iban llevando de un lugar a otro a base de explosiones, pero hasta cierto punto podía llegar a entender la intención detrás de su estrategia. En el caso de Black Ops 7, en cambio, no hay por dónde cogerlo.
Cargándose el encanto de varios personajes de la historia de Black Ops, en esta ocasión nos toca viajar al futuro en busca de un Menéndez virtual y una corporación terrorista que quiere dominar el mundo a base de robots y armas biológicas. ¿Su invento para conseguirlo? Una toxina que ataca a lo más profundo de tus recuerdos trasladándote a eventos clásicos de la saga mientras zombis, mosquitos y arañas gigantes te persiguen por el escenario.
Tu objetivo no es otro que el de acudir de allí para aquí para pulsar un botón, destruir una flor que termine rompiendo las raíces que te cortan el paso, y luego pelearte contra un jefe final con su característica barra de vida. En el mejor de los casos tendrás que hacerle frente destruyendo más flores. En el peor, recogiendo unos cuchillos que se convierten en un ataque aéreo que lanza un machete gigante sobre el escenario que desaparecerá pasados unos segundos.
No os habéis perdido, no. Seguimos hablando sobre la campaña de Call of Duty: Black Ops 7 y todo lo anteriormente relatado es parte de las primeras horas de juego. La ensoñación de la toxina todo lo puede, convirtiendo el espíritu clásico de la campaña en un batiburrillo de ideas totalmente inconexas en la que saltas de los zombis a las misiones tipo Warzone y, de ahí, a saltar por los tejados con un impulso de varios metros que hasta te permitirá encaramarte a un VTOL mientras recorres el escenario mientras los enemigos intentan derribarte disparando a la nada.
El fin de una era
Es duro. Muy duro. Reconozco que se me han acabado las excusas para defender esta franquicia y que la campaña de Black Ops 7 es la gota que ha colmado el vaso. Su nula atención al diseño que catapultó a la fama sus tiroteos es, más que cualquier otra locura que hayan querido meter, lo que más me empuja a certificar que ya ha sido suficiente, que yo me bajo de este tren.
Metiéndote en mapas de mundo abierto a la Warzone en los que correr de un objetivo a otro ignorando a los enemigos, y encerrándote en espacios pequeños mientras los robots se amontonan en la puerta para simular algo de reto, la campaña del último juego de la saga Call of Duty es la enésima muestra de hasta qué punto se están haciendo las cosas con prisas en esta franquicia. De lo mucho que necesita volver a la casilla de salida para replantearse su situación mientras se toma un año o dos de calma para encontrar su camino.
El problema no es que quiera ser otra cosa, te diría que eso ya lo tenemos hasta superado. Es que no funciona lo que intenta. Valiéndose de su sota, caballo y rey en lo que respecta al feeling de las armas, nada que objetar ahí, introduce cucamonadas como cambiar las granadas por torretas o ir sumándote habilidades especiales como pulsar LB + RB para curarte o activar un lanzagranadas. Es un meter por meter en el que hasta esos saltos potenciados que te llevan a un tejado son capaces de romper el reto el escaso diseño que hay detrás de sus enfrentamientos.
Ni siquiera la idea del cooperativo para jugarla con amigos, el clásico truco para hacer que cualquier juego gane varios puntos, salva aquí una idea que ni huele a Call of Duty ni tiene el mínimo interés y esfuerzo por conseguirlo. Es un puesto de tiro de feria en el que los enemigos buscan avasallar a base de superioridad numérica, pero nunca con un planteamiento claro de dónde deberían estar escondiéndose para hacer de ese tiroteo una experiencia gratificante.
Una experiencia destinada a que saques XP a sacos y subas de nivel las armas con la intención de que vuelvas lo antes posible al multijugador, que es donde lucen las skins que se venden en la tienda mientras la rueda del dinero sigue girando. Yo también seguiré, porque esta campaña no se va a terminar sola y al menos tengo cierta esperanza en que su nuevo endgame termine aportando algo diferencial. Lo que probablemente no siga es esta tradición que, desde hace más de una década, repetía año tras año con la ilusión de ver con qué me sorprendían para luego ponerme a escribir sobre ello. Fue bonito mientras duró.
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