Este es uno de esos juegos que buscan enseñarnos la importancia de la memoria con una historia preciosa que nos lleva de vuelta a nuestra infancia
Hay juegos que no solo se juegan, sino que de alguna forma se sienten. Son juegos que no buscan ser desafiantes, ni revolucionarios, ni grandes éxitos. Quieren, simplemente, quedarse contigo, permanecer en tu memoria o traerte buenos recuerdos, tal como lo hace una fotografía encontrada en un cajón o una carta escrita a mano. Como lo hace un verano que nunca se olvida. Dordogne, la delicada aventura narrativa desarrollada por Un Je Ne Sais Quoi y Umanimation, es exactamente eso; un viaje íntimo, pintado a mano, al corazón de nuestros recuerdos.
Este juego, con alma de cuento ilustrado, nos lleva a recorrer los caminos del pasado desde los ojos de Mimi, una joven que vuelve a la casa de su abuela tras su fallecimiento. Lo que empieza como un duelo silencioso se convierte en una inmersión profunda en los veranos de su infancia, en las palabras que nunca se llegaron a decir y en la naturaleza que siempre estuvo alrededor de su camino.
Un mundo en acuarela: belleza que respira
Desde luego, lo primero que impacta de Dordogne es su apartado artístico. Cada escenario, cada objeto y cada rostro está pintado a mano con técnicas de acuarela. El juego no es solo visualmente precioso, que desde luego que lo es, sino que es también cálido y humano. Las texturas del papel, las transparencias de los colores, las pequeñas imperfecciones derivadas del trazo manual le dan vida a un mundo que parece sacado de un diario personal.
No hay hiperrealismo ni efectos visuales de esos que te dejan con la boca abierta, pero sí hay árboles que parecen dibujados en una tarde de verano, ríos que fluyen con la calma desde una postal antigua. Hay cocinas que huelen a pan casero y libros viejos. Todo en Dordogne está diseñado para invocar al recuerdo, a la nostalgia y a la emoción de lo vivido.
Obviamente, su estética no es solo una decisión visual sino también narrativa. Nos habla de lo difuso de los recuerdos, de lo incompleto y sin embargo, poderoso, que es mirar atrás con ternura. Jugar a Dordogne es como abrir un álbum de fotos antiguo que creías olvidado y reencontrarte contigo mismo.
La protagonista, Mimi, vuelve al hogar de su infancia tras la muerte de su abuela Nora. Lo que comienza como una simple visita se convierte en un viaje emocional que le obligará a reconstruir partes de sí misma que había dejado atrás. La historia va mezclando presente y pasado, permitiéndonos controlar a Mimi tanto de adulta como de niña, en una estructura que favorece la reflexión.
Poco a poco, a través de objetos, paisajes y recuerdos, vamos a ir completando una especie de puzzle emocional en el que hay descubrimientos personales, reconciliaciones silenciosas, partes de conversaciones que ahora tienen sentido. La narrativa es sencilla pero poderosa, y se apoya en diálogos delicados y en momentos que no necesitan palabras para emocionar a cualquiera.
Dordogne trata sobre crecer, sobre la pérdida, pero también sobre lo que se queda y sobre lo que cómo echamos raíces sin darnos cuenta. En la figura de la abuela Nora se concentra todo un universo: el de la sabiduría y ternura, una forma de entender la vida que Mimi había olvidado así que volver es también redescubrirla, y, al hacerlo, redescubrirse a sí misma.
Jugar con los sentidos: una experiencia táctil y poética
Las mecánicas de Dordogne están orientadas a involucrarnos. Interactuamos con el entorno de forma intuitiva: abrimos cajones, cocinamos, escribimos cartas, cogemos fotos, recogemos flores. Cada gesto está diseñado para conectar al jugador con el momento presente.
Uno de los detalles más bonitos del juego es la creación de un diario personal. Durante el juego, Mimi va recogiendo palabras, sonidos, olores e imágenes y con ellas, el jugador compone pequeñas páginas de diario ilustradas, collages que reflejan lo que va viviendo en cada etapa. Este acto, aunque en apariencia parezca bastante simple, es profundamente simbólico: es el ejercicio de ir construyendo memoria y de ir dándole forma al recuerdo.
Además, la banda sonora nos acompaña con una delicadeza increíble. Escuchamos piezas de piano suaves, sonidos naturales, y el murmullo del agua o del viento. Todo está pensado para no distraer, sino para envolvernos. Es un juego para jugar con cascos, con calma y sin mirar el reloj.
La Dordogne real y la importancia del lugar
El juego lleva el nombre de una región del suroeste de Francia, conocida por sus paisajes rurales, sus ríos tranquilos y sus pueblos de piedra. Y aunque el juego no busca ser una representación literal del lugar, sí que logra capturar su esencia. Es un homenaje a una Francia que huele a lavanda, que suena a cigarras veraniega y que guarda historias en cada rincón.
Dordogne habla también del poder del lugar como contenedor de memoria, y el paisaje no es solo fondo, sino un personaje más. La naturaleza está viva y se convierte en el hilo que une el presente con el pasado. Y es que Mimi no recuerda solo personas sino que recuerda olores, sonidos y sensaciones. Y todo eso está en el mundo que recorremos juntos.
En este sentido, el juego tiene un enfoque muy europeo, os diría que casi cinematográfico. Recuerda al cine de Céline Sciamma o a películas como Mi vida en rosa, donde la infancia se retrata con una mezcla de magia y cotidianidad, con colores suaves —como si de un buen cozy se tratara— y emociones profundas.
Otro punto a favor es que Dordogne no idealiza el pasado. Aunque hay momentos de ternura, también hay silencios incómodos y heridas abiertas. Parte del viaje de Mimi es asumir esas sombras, entender por qué su relación con su familia se rompió y qué papel jugó ella en ese distanciamiento.
En ese sentido, el juego nos habla del recuerdo no como algo pasivo, sino como algo que se construye y que se puede reinterpretar, muy posmodernista. El pasado no está grabado en piedra, sino que somos capaces de reformularlo con cada mirada y con cada nueva emoción. Dordogne no quiere que recuperemos una infancia idealizada, sino que quiere que la veamos con nuevos ojos.
Y, aunque la historia es personal, encaja a nivel universal. Todos hemos perdido a alguien, todos hemos vuelto a una casa vacía y todos tenemos un verano que nos duele un poco recordar. Y en esa conexión emocional es donde Dordogne encuentra su fuerza.
Un juego que te deja mejor que como te encontró
Dordogne no dura mucho, pero tampoco lo necesita. En sus pocas horas de juego, consigue lo que muchos títulos no logran en decenas, que es dejar huella. Es una experiencia que no busca impresionarnos, sino simplemente hacernos sentir. Hacernos sentir presentes y hacernos sentir vivos.
Es un juego para quienes disfrutan de la contemplación, de la sutileza y de los silencios. Para quienes valoran la belleza de lo cotidiano y el poder de lo emocional... y para quienes creen que un videojuego también puede ser poesía.
En 3DJuegos | No sé si lo habías pensado, pero el capitalismo podría ser realmente el jefe final de este juego
En 3DJuegos | Mi vecina se ha echado un novio vampiro y hablan a todas horas por el móvil, ¿debería probarlo?
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