Recuerdo como si fuera ayer la primera vez que lo experimenté. Era la noche posterior al día de Reyes y, desde que abrí los regalos que me habían dejado, me enchufé a la consola para devorar Tony Hawk’s Underground de cabo a rabo. Un día entero hilando flips con grinds en los combos más demenciales posibles que, al caer la noche, terminaron pasándome factura.
En un estado en el que no estaba completamente dormido pero tampoco era plenamente consciente de la situación, el juego continuaba en mi cabeza una y otra vez repitiendo líneas de trucos imaginarias. Cuando recobraba la consciencia intentaba detenerlo, pero al cerrar los ojos volvía a sufrir esa adictiva pesadilla que me mantenía jugando pese a estar alejado de los mandos. Con el tiempo descubrí que a aquello se le conocía como el efecto Tetris y había una explicación psicológica detrás de él. Anoche volvió a repetirse, esta vez con las majestuosas hormigas de un Empire of the Ants empecinadas en fastidiarme el sueño.
El efecto Tetris de Empire of the Ants
Con varios estudios que desde 1994 se han acercado al fenómeno, el efecto Tetris se conoce como la respuesta del cerebro que, tras convertir el colocar piezas en el popular juego de puzle en un hábito, empiezan a visualizar cómo caen tetriminos en el mundo real, en su visión periférica, o incluso al cerrar los ojos.
En cierto sentido es el equivalente a tener una canción anclada en tu cabeza o sentir el balanceo del mar cuando pasas de estar en un barco a poner los pies en tierra firme. Tu cuerpo ya no está allí, pero tu cerebro sigue experimentando esa sensación de forma involuntaria e incontrolable.
Cuando la cosa va de piezas girando o trucos con un skate es un fastidio soportable, pero la experiencia de estar rodeado de hormigas cuando pones la cabeza en la almohada no se la recomiendo a nadie. Tras la antológica viciada que metí al nuevo Empire of the Ants, era de esperar que algo así terminase ocurriendo.
Un juego impresionante a nivel visual
Reconozco tener cierta obsesión por los juegos que, de una forma u otra, te trasladan a la idea de vivir en un mundo en miniatura. Desconozco si fue la fascinación con la película Cariño he encogido a los niños cuando era pequeño la que me llevó a tener a juegos como Toy Story 2 o el reciente Grounded entre algunas de mis experiencias favoritas, pero sí soy plenamente consciente de que cualquier título con esa premisa me tiene prácticamente ganado.
El último en ganarse mi atención fue Empire of the Ants, que con un trabajo visual alucinante, de la mano de uno de los fotorrealismos más impresionantes que han pasado ante mis ojos, se convirtió desde su primer tráiler en uno de mis juegos más esperados. ¿La historia de una hormiga que debe explorar el bosque mientras encuentra recursos, mejora su hormiguero y comanda tropas para luchar en una suerte de RTS? Dentro no. Dentrísimo.
Con ese mismo entusiasmo lo empecé y, de la mano de esa misma obsesión, invertí horas en su peculiar universo perdonándole más pecados de los que me gustaría reconocer. Empire of the Ants es el clásico juego en el que los artistas se han hecho con el control. Es una deliciosa maravilla a nivel visual, con un trabajo pasmoso en términos de iluminación y recreación del mundo real, que por el camino se ha olvidado de lo más básico en un videojuego: ser divertido de principio a fin.
Alejado de la idea de un mundo abierto esperando a ser explorado y conquistado, esta peculiar historia de hormigas en medio de una guerra civil por el control del territorio apuesta por saltar de un nivel a otro mientras te introduce brevemente el nivel que vas a jugar. Con la variedad por bandera, la gran baza de su propuesta, un RTS en el que gestionar recursos y comandar unidades mientras te haces con el control del territorio que conforma el nivel, se intercala entre niveles de exploración, plataformas o incluso sigilo.
A veces menos es más
Su mayor pecado termina siendo, sin intención de agarrarme al chiste fácil, tener las patas muy cortas. Moverse por los escenarios de exploración y plataformas con una hormiga que sale despedida cada vez que echas a correr, con saltos en los que es difícil calcular si vas a caer sobre la hoja a la que debes dirigirte o en el agua, y con la búsqueda de elementos que casi siempre se pierden entre el fotorrealismo del escenario, hacen que saltar de la fascinación a la frustración sea excesivamente fácil.
Del mismo modo, el sigilo está ahí con la intención de ofrecer un algo más que, sin ser especialmente necesario, gasta esfuerzos y recursos en una mecánica que, como todas las demás, parece estar cocida a medias. Cuando el desafío es conseguir trasladar lo que tienes en la cabeza a la pantalla, y no el reto en sí, es que algo no está cuajando. Y es una sensación que he sentido mucho más de lo que me gustaría.
Pocas quejas, más allá de su simplicidad y la falta de reto, salvo cuando la curva de dificultad se convierte en una pronunciada pendiente de un nivel para otro, debería tener en todo lo relativo a sus niveles de estrategia en tiempo real. Cada hormiguero tiene unos huecos limitados que debes rellenar con unidades y mejoras que te ayuden a capturar el siguiente y, mientras el primero se enfoca en crear hormigas guerreras, conseguir madera y crear un laboratorio que te abra las puertas a ciertas mejoras, el siguiente podrá hacer lo propio con otras alternativas.
Controlar a tus unidades, enviarlas a por frutas en descomposición, mejorarlas a nivel pasivo y con bufos temporales, y gestionar las defensas del hormiguero, resulta tan entretenido como asequible a los mandos. Se nota que es, de lejos, donde hay más trabajo en crear una experiencia lo más cómoda posible.
Empire of the Ants tiene una buena base sobre la que construir
El problema es que, tras una primera batalla en la que maravillarte con cómo tus escarabajos y hormigas guerreras se enzarzan en encarnizadas batallas en las que zarandean y revolean con sus mandíbulas a las tropas rivales, mientras una lluvia de ácido de tus hormigas destinadas al largo alcance cae sobre todos ellos, no hay mucho más que ver.
No hay una curva de progreso que mantenga la sorpresa y, con prácticamente todo desbloqueado desde los primeros encuentros, el proceso se vuelve reiterativo y cae en el trámite. La idea es indudablemente buena, pero sólo el cambio de escenario y la suma de desafíos en forma de oleadas que te obligan a defender tu posición añaden algo de chicha.
Ojalá gozar de una mayor gestión de recursos, de control sobre el hormiguero, o de creación de defensas que realmente demande una estrategia que vaya más allá de la profundidad del piedra, papel y tijera de unidades. Los buenos mimbres están ahí, pero ha faltado construir sobre ellos más allá de lo básico.
Empire of the Ants queda lejos de ser el juego perfecto, pero en cualquier caso es una experiencia disfrutable. Que me haya enganchado a él durante más horas de las que normalmente le daría a cualquier otro juego al que se le ven las costuras demasiado pronto da buena cuenta de ello. Que haya pasado la noche soñando con hormigas encaramándose a la cama, también.
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