Aunque todos señalan a los Zerg con el dedo, la cosa no está tan clara como parece
Lo repetimos mucho, pero es que realmente pocas sagas de estrategia han dejado una huella tan profunda como la de StarCraft. Desde su debut en 1998, el universo creado por Blizzard ha conquistado a millones de jugadores con su pedazo de mezcla explosiva compuesta de mecánicas exigentes, una narrativa épica y una colección de personajes complejos que van más allá de los modelos tradicionales y fáciles. Pero entre todo ese caos galáctico, hay una cosa que no tenemos tan clara. Dado el extenso lore del juego, lleno de luchas internas y de protagonistas que buscan su bien y el de sus razas: ¿Quién es, en realidad, el verdadero villano de StarCraft?
A primera vista, podría parecer una pregunta sencilla. Cabría pensar que lo son los Zerg, esa extraña raza de no-hombres que arrasa todo a su paso... pero luego nos fijamos en los Protoss, una raza llena de personalidades nobles pero que se vuelven despiadados cuando se trata de preservar su pureza. Y, no se nos puede olvidar, están los Terran; la humanidad exiliada, dividida entre líderes corruptos, facciones armadas y rebeldes sin escrúpulos. Cada una de ellas tiene sus motivos para ser "malos" y sus cicatrices. Y, precisamente, lo que distingue a StarCraft no es el clásico enfrentamiento entre el bien y el mal, sino su constante esfuerzo por emborronar esa línea.
Los Zerg: monstruos… ¿o víctimas de diseño?
Si uno se guía por la apariencia, como decíamos los Zerg son los malos sin discusión alguna. Criaturas mutantes, sin rostro humano, con instintos animales y una obsesión por absorber y consumir otras formas de vida. Sin embargo, el lore del juego nos muestra algo más complejo, y es que los Zerg no surgieron del caos, sino que fueron manipulados desde el principio por una inteligencia superior: los Xel’Naga, una raza antigua que buscaba crear la forma de vida perfecta.
Los Zerg, como especie, no eligieron ser lo que son, sino que fueron forzados a evolucionar, controlados mediante la figura de los Cerebrados y, más tarde, sometidos a la voluntad de Sarah Kerrigan, la Reina de Espadas. Bajo su mando, los Zerg se volvieron aún más impredecibles, más sanguinarios… pero también más conscientes. En el fondo, la agresividad zerg no es más que el resultado de un diseño biológico que ha sido, de alguna manera, impuesto. ¿Se puede culpar a un lobo de actuar como lo haría un lobo?
Los Protoss: nobleza elitista y limpieza étnica
Durante mucho tiempo, los Protoss han sido percibidos como los "buenos" de la historia. Se nos presentan como unos seres altamente avanzados, espirituales, organizados y con un fuerte sentido del honor, pero bajo esa fachada también se esconden decisiones morales que son más que cuestionables. La historia de los Protoss está marcada por su desprecio a otras razas "inferiores" y su histórica intolerancia hacia los híbridos —como los Dark Templar, que fueron exiliados por atreverse a desligarse del Khala, que era como la red psíquica colectiva.
Su estrategia de guerra también ha sido más que brutal no en pocas ocasiones. No dudaron en arrasar mundos enteros con tal de evitar la propagación de los Zerg y muchos de sus líderes han mostrado un desprecio profundo por la vida terrana. En StarCraft: Brood War, por ejemplo, Tassadar es considerado un traidor por su propio pueblo por colaborar con los exiliados y los humanos... así que el dogmatismo Protoss, aparentemente tan limpio y ordenado, tiene mucho de intolerancia camuflada de sabiduría ancestral.
Los Terran: humanidad decadente y guerra por intereses
Y llegamos a los Terran. "Nosotros". En el universo de StarCraft, la humanidad se ha exiliado de la Tierra y vive dividida en una serie de colonias que reproducen —si hacemos un análisis profundo— lo peor de las estructuras sociales que ya conocemos. El dominio Terran está encabezado por figuras como Arcturus Mengsk, un político manipulador que no duda en traicionar a sus aliados si eso le garantiza el poder. Su decisión de abandonar a Sarah Kerrigan en Tarsonis es uno de los episodios más crueles de toda la saga —y, que por cierto, tendría consecuencias catastróficas para la galaxia.
Incluso los "buenos" dentro del bando humano, como Jim Raynor, actúan muchas veces fuera de la ley, guiados por un código moral ambiguo y unas alianzas a veces demasiado frágiles. Raynor es una especie de forajido, un ex soldado convertido en rebelde, y aunque su causa es noble —y, de hecho, solemos empatizar bastante con él—, en su camino hay un tremendo reguero de sangre. En el fondo, los Terran encarnan lo peor del mundo político: corporaciones como la Confederación o el Dominio Terran usan a la población como si fueran peones, manipulan la información, esclavizan prisioneros y venden armas sin miramientos.
Si hay un personaje que encarna la ambigüedad moral en su máxima expresión, es sin duda Sarah Kerrigan. Antiguamente una Fantasma—una unidad de élite entrenada para el asesinato psíquico—, Kerrigan es traicionada por Mengsk y capturada por los Zerg. Lo que sigue es una transformación radical: Kerrigan se convierte en la Reina de Espadas, la líder absoluta del Enjambre, y arrasa con ejércitos enteros en una mezcla de venganza, estrategia y puro alarde de poder.
Aunque durante años fue considerada la principal antagonista de la saga, StarCraft II nos mostrará otro ángulo: Kerrigan no es una villana sin alma, sino alguien que ha sido moldeado por el dolor y la traición. Es una mujer que ha perdido el control de su destino varias veces y que finalmente intenta redimirse, enfrentándose incluso a entidades cósmicas como Amon, la amenaza final del universo. Su viaje nos habla de una figura que ha sido víctima, verdugo y finalmente salvadora. ¿Es ella la auténtica heroína de StarCraft?
Amon: el mal con mayúsculas
Para mi gusto, si hay una figura que podría considerarse el villano absoluto de la saga, es Amon. Este Xel’Naga no solo manipula a los Zerg y a los Protoss para sus propios fines, sino que busca directamente acabar con el libre albedrío y rehacer el universo tal y como él quiera. Su objetivo es claro y su maldad no tiene fin. Frente a él, incluso los enemigos más tradicionales deben unirse para sobrevivir.
Amon representa el arquetipo del mal absoluto, pero su existencia plantea una reflexión todavía más inquietante. Todos los horrores de StarCraft —el imperialismo humano, el elitismo Protoss, la brutalidad Zerg— han sido potenciados, en parte, por su influencia. ¿Son entonces el resto de los personajes menos culpables por haber sido como una especie de peones en su tablero?
La respuesta, como suele ocurrir en las buenas historias, no es sencilla. Puede que Amon sea el antagonista más evidente, pero no es el único responsable. Cada raza en StarCraft ha cometido actos terribles, ha tomado decisiones cuestionables y ha defendido su causa con métodos más que discutibles... y, al mismo tiempo, todos tienen sus razones, sus heridas, traiciones y miedos que explican —aunque desde luego no justifiquen— sus acciones.
Quizá lo más interesante de StarCraft es que su verdadero villano no es una raza, un líder o una criatura en concreto, sino que es el conflicto mismo: la guerra sin fin, el miedo al otro y la incapacidad de convivir sin destruir. En ese sentido, StarCraft no nos obliga a elegir bando, sino a entender que, en una galaxia que está totalmente rodeada por el caos, todos son víctimas y verdugos a la vez.
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