Creo que La Ciudad de los Niños Perdidos (La Cité des Enfants Perdús, 1995) no tuvo la suerte que se merecía, sinceramente. Lo digo no solo porque la película me fascina, sino soy muy fan de los primeros trabajos del director Jean- Pierre Jeunet y de ese loco creativo que es Marc Caro, del que hablaremos otro día porque merece un artículo aparte. El caso es que esta película está muy olvidada, injustamente, pero gracias a ella su director disfrutó de una tremendo proyección internacional que le valió el respaldo de 20th Century Fox para contar la que, por el momento, ha sido la última aventura de Ripley en la saga cinematográfica Alien, la siempre polémica, pero innegablemente hipnótica y extrañamente original Alien: Resurrección. Luego Jeunet lo petaría en el mundo entero con Amelie, pero antes de seducirnos a todos con la historia más noña y maravillosa de Montmartre. Pero antes estaba la colorida pesadilla de La Ciudad de los Niños Perdidos.
Una distopía onírica y visualmente compleja
Desde el primer fotograma, La Ciudad de los Niños Perdidos nos sumerge en un universo donde los adultos han perdido la capacidad de soñar y los niños son secuestrados para extraer sus sueños, que parece el resumen de la autobiografía de Michael Jackson, pero que en realidad es un punto de partida narrativo muy siniestro. La historia narra la historia de Krank, un científico obsesionado por no poder soñar y que envejece prematuramente. En una plataforma insular que sirve de escenario a la película, el gigantesco One se une a la huérfana Miette para rescatar a su hermano pequeño y a los demás niños perdidos, enfrentándose a un mundo bizarro y distópico lleno de clones, criaturas extrañas y un ejército de cíclopes, en una trama que combina aventura, ternura y oscuridad onírica.
Jeunet y Caro transforman lo grotesco en belleza visual, creando un universo híbrido entre fantasía, ciencia ficción y pesadilla industrial
Según señala María Ramiro Martín en Jot Down, la película materializa por completo un estilo muy particular e interesante, que por momentos parece poco pulido y algo dependiente de aspectos que no se explican del todo, pero que al final crean un universo privado que atrae por lo extravagante y bizarro. La estética de La ciudad de los niños perdidos se caracteriza por un mundo oscuro y onírico, donde la humedad, el mar verdoso y la arquitectura surrealista tiñen cada escenario de un cuento de hadas oscuro. Jeunet y Caro combinan planos contrapicados, gran angular y detalles minuciosos para transformar lo grotesco en belleza visual, creando un universo híbrido entre fantasía, ciencia ficción y pesadilla industrial que respira en cada fotograma.
La plataforma insular donde se desarrolla la acción combina elementos retrofuturistas, carnavalescos y biotecnológicos, generando una atmósfera claustrofóbica y onírica que refuerza la separación entre adultos y niños y subraya la explotación de la infancia como recurso narrativo. Los personajes son una mezcla constante de lo humano y lo mecánico, un tratamiento grotesco que problematiza la identidad y la empatía en clave distópica. Como apunta Matthias Hausmann en La Cité des enfants perdus y lo extraño en el cine de JeanPierre Jeunet, el uso de deformaciones y exageraciones, la manipulación del gesto y el contrapicado constante crean un mundo donde la realidad y la fantasía se funden para mostrarnos un punto de vista infantil de esta oscura historia. Krank, el antagonista de la historia, encarna el mecanismo distópico central: su necesidad de robar los sueños para detener su envejecimiento prematuro representa una metáfora de la llegada a la edad adulta y de la deshumanización tecnológica, una preocupación recurrente en la ciencia ficción europea contemporánea.
Suciedad, erosión y humedades: la huella perdurable
El apartado visual de la película es, probablemente, su rasgo más influyente y diferenciador, la marca de la casa de este equipo de directores. La dirección artística de Jeunet y Caro, en combinación con el vestuario de Jean-Paul Gaultier y el diseño de producción minucioso, estableció una iconografía inmediatamente reconocible: tonos verdiazules, texturas húmedas y maquinaria retro, que recuerdan a un carnaval industrial submarino. Según el crítico Roger Ebert, la película es un prodigio visual de auténtica inspiración pictórica, un universo donde los detalles son esenciales para comprender la historia, aunque el guion pueda parecer confuso en algunos momentos.
La fotografía de Darius Khondji refuerza esta sensación, utilizando una curiosa paleta de color y contrastes agudos para transmitir la impresión de un mundo sumergido, decadente y opresivo. Los actores fueron maquillados con un tono de piel prácticamente blanco que se ajustó en postproducción para forzar que el resto de colores resultara todavía más llamativos. La iluminación cálida y oscura de los interiores, junto con la presencia constante de sombras y maquinaria, crea un escenario que, aunque visualmente recargado, resulta coherente dentro de la lógica del mundo que los directores han imaginado. Esta atención al detalle, como recuerda Hausmann, no solo dota a la película de identidad propia, sino que la hace inmediatamente exportable y replicable como influencia estética en otros medios.
La genealogía estética de BioShock
El impacto de La Ciudad de los Niños Perdidos se ha extendido más allá del cine, dejando huella en videojuegos, cómic y animación. La saga BioShock (2007) comparte varios elementos con la película: ciudades-sistemas aisladas, estética retrofuturista degradada, manipulación del individuo mediante tecnologías que prometen salvación y la sensación de opresión en un entorno industrial corroído. Y ese color al óxido del bronce que tanto bien le hace al steampunk cuando este género de ciencia ficción retrofuturista se disfraza de distopía. Matthias Hausmann destaca que la imagen de ciudades cerradas y decadentes, pobladas por habitantes corrompidos o marginales, es uno de los legados más visibles de los que beben Jeunet y Caro, y que mejore visa esta película para que obras posteriores se miren en ella.
Vna vez vista la película es imposible recorrer Rapture sin sentir que ciertas imágenes y texturas ya las habíamos visto en la obra francesa
Esta influencia no implica una filiación documental directa entre Bioshock y La Ciudad de los Niños Perdidos, pero sí establece líneas estéticas y temáticas claras: los recovecos industriales bañados en colores inusuales, la sensación de pasado tecnocrático corroído y la hibridación de cuerpos y máquinas resuenan tanto en los juegos como en la película. Creo que una vez vista la película es imposible recorrer Rapture sin sentir que ciertas imágenes y texturas ya las habíamos visto en la obra francesa.
De la fantasía distópica a Hollywood
El reconocimiento internacional de la película abrió las puertas de Hollywood a Jeunet, quien fue elegido para dirigir Alien: Resurrection (1997). Aunque esta entrega es una de las menos queridas por el fandom debido a decisiones de guion y tono, es innegable su fuerte identidad visual: un estilo "bio-gótico" que transforma la nave USM Auriga en un espacio industrial y decadente, donde escenario refleja el cuidado extremo por el detalle y la identidad propia que caracterizó a La Ciudad de los Niños Perdidos.
Ramiro Martín subraya que el buen ojo de Jeunet para la composición y la saturación de detalles en la narrativa visual se mantiene intacto en esta superproducción de cuencia ficción, donde cada fotograma parece tener su propia lógica y atmósfera. Incluso la criatura, diseñada por H.R. Giger y reinterpretada bajo la mirada de Jeunet, combina lo aberrante y lo humano de manera que recuerda a los híbridos de su película anterior, confirmando cómo su trabajo en la distopía francesa lo preparó para imprimir una identidad estética única a un proyecto de escala internacional.
Un legado para redescubrir
Aunque inicialmente generó críticas mixtas por su guion complejo, y por encontrarse en un precario equilibrio entre el cine para adultos y el cine juvenil, La Ciudad de los Niños Perdidos se ha consolidado como una película de culto. Su imaginario visual ha sido citado innumerables veces como un referente del género y del cine europeo, destacando su capacidad para crear un universo que, aunque extraño, es coherente y atractivo. Además, su influencia se percibe en cómics y animación europeos. Obras que exploran ciudades decadentes y protagonistas infantiles corrompidos han tomado prestados recursos estéticos de Jeunet y Caro, creando un ecosistema visual que vincula cine, ilustración y videojuegos. Personalmente, incluso creo que algunas cosas han llegado hasta el trabajo de los galos de Fortiche en Arcane.
La Ciudad de los Niños Perdidos funciona como una fantasía distópica porque problematiza la infancia, las expectativas sobre el futuro y la tecnificación del deseo, todo ello envuelto en una estética inconfundible. Su valor radica tanto en la fuerza de su imaginería como en la capacidad de sus autores para combinar grotesco y poesía, oscuridad y humor negro, decadencia y ternura. Hoy, 30 años años después de su estreno, La Ciudad de los Niños Perdidos sigue siendo una obra que merece ser redescubierta y apreciada, no solo por su narrativa intrigante, sino por su capacidad de fascinarnos visual y emocionalmente. La película está disponible en streaming, y puedes revivir esta joya distópica gratis en RTVE Play.
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