Con Frankenstein Guillermo del toro quiere ofrecerte el sentido de la vida, tú lo mismo te aburres y te pones a mirar el teléfono en el cine
Tal vez sea demasiado pronto para decir que esta es la mejor película de Guillermo del Toro hasta la fecha. Pero sin duda, es de las que más me ha gustado de su filmografía. Tal vez la que más, teniendo en cuenta que adoro su cine tanto cuando se pone trotón, como en Blade II, como cuando busca cierta trascendencia narrativa, como en El callejón de las almas perdidas. El caso es que Del Toro por fin ha logrado poner en pantalla la historia que lleva intentando contarnos toda su vida, y se nota, para bien y para mal. Frankenstein (2025) adapta por enésima vez el relato de Mary Shelley, y para mí la mejor versión hasta la fecha. Un trabajo que demuestra que el director quiere contar tantas cosas diferentes que a veces abruma. La historia se presta a ello desde un punto de vista humanista, religioso y filosófico, pero tal vez sea demasiado. Si bien sus dos horas y media de metraje me tuvieron completamente hipnotizado, no pude evitar ver a algunos compañeros de la prensa sacar el móvil de vez en cuando durante la proyección, ciertamente aburridos.
Una visión personal de toda la vida
Guillermo del Toro ha estado moldeando su visión del monstruo de Frankenstein desde que tenía 11 años, cuando la novela gótica de Mary Shelley de 1818 se convirtió para él en una especie de biblia, según describía The New York Times. Desde aquel momento se obsesionó con la lógica detrás de cómo estaba construido: un ser formado por distintas partes, muertas, heridas y deformes, pero con un alma capaz de pensar y sentir. Esta película, tal y como explica el propio Del Toro, presenta un monstruo recién nacido, sin cicatrices ni remiendos, con la pureza de un alma nueva que va descubriéndose a sí misma mientras aprende a existir.
Del Toro, junto al diseñador de criaturas Mike Hill, ha llevado esta obsesión hasta la mínima expresión. Su diario de producción está lleno de bocetos, referencias anatómicas, esculturas y hasta fotografías de estatuas renacentistas, como la de San Bartolomé en el Duomo de Milán, cuya anatomía y material inspiró la paleta etérea de colores del monstruo: marfiles, azul pálido, violetas y toques de tonos más cálidos. Cada músculo, cada línea y cada movimiento de la criatura está pensado desde un enfoque estético que bebe directamente de estudios médicos y anatómicos. El resultado es un ser que, aunque aterrador, transmite belleza, curiosidad y, sobre todo, humanidad.
Pintando con luz un homenaje al arte gótico
Uno de los grandes logros de Frankenstein es su fotografía, que roza lo pictórico, y que en muchos momentos también recuerda al trabajo de Bernie Wrightson en su famosa edición ilustrada del libro de Shelley. Cada plano está cuidadosamente compuesto, con luces que se filtran sobre instrumentos metálicos, telas cuidadosamente drapeadas y sombras que aportan dramatismo y profundidad. El diseño de producción es igualmente impresionante, desde los laboratorios victorianos hasta los elementos más pequeños, como los juegos de espejos. Todo para crear un escenario minucioso para la historia de Del Toro que absorbe al espectador
No puedo dejar de mencionar la creatividad de Del Toro al mostrar la construcción de la criatura. Lejos de los clichés de tormentas y relámpagos, que no faltan, la película convierte el proceso en un espectáculo casi musical que tiene mucho de cúlmen narrativo, pero que en realidad, no era más que la mitad de la película. Los movimientos del monstruo, su mirada, las luces, los materiales y la arquitectura se ensamblan en una coreografía visual que es a la vez inquietante y hermosa. Este enfoque transforma la creación en un acto artístico y religioso, un ritual de vida que respeta la sensibilidad y la filosofía del relato original.
Genialidad y sensibilidad
Mientras veía la película y pensaba en lo irregular que me ha parecido el trabajo de Oscar Isaac, un actor que me gusta mucho, pero que en esta ocasión pasa de la genialidad a una excentricidad algo forzada, me topé con un trabajo sensible, emotivo y conmovedor de Jacob Elordi interpretando al monstruo. Su actuación es extraordinaria: desde un ser gigantesco que se mueve con torpeza infantil hasta la progresión hacia una inteligencia y un entendimiento moral que conmueve. Elordi logra transmitir toda la humanidad del monstruo, su curiosidad, su dolor, su frustración y su necesidad de conexión, en cada gesto y cada mirada.
La película podría haber descarrilado si la criatura no hubiera sido interpretada con esta delicadeza. Es gracias a Elordi que el espectador siente empatía profunda por un ser que, aunque compuesto por fragmentos de otros cuerpos, emerge como un individuo consciente y complejo. Su interpretación aporta una frescura y una sensibilidad que complementan la visión artística y filosófica de Del Toro, convirtiéndose en uno de los grandes aciertos del film. Sin este monstruo enternecedor, Del Toro no tendría un caballo de Troya con el que introducir su mensaje más intelectual y filosófico en el espectador.
Frankenstein como protagonista y mitología revisitada
Si bien la película trata de hacer de Victor Frankenstein el protagonista. tal vez dedicándole un metraje excesivo a su historia, en realidad aporta muy pocas novedades a una mitología estudiada hasta la saciedad desde 1818. Bueno, la película no es perfecta. Del Toro no reinventa a Victor; su obsesión, su arrogancia, su genialidad y sus fallos morales son fieles a la tradición del personaje. Sin embargo, la aproximación al monstruo sí marca la diferencia. La sensibilidad con la que Del Toro retrata al ser creado transforma la historia: más allá del terror, se percibe la emoción, la filosofía y la tragedia de su existencia.
No es un enfoque revolucionario tampoco. Mucho se ha escrito sobre esta historia desde 1818, así que tal vez haya poco espacio para contar nada nuevo. Tal vez tampoco sea necesario: La película plantea una serie de cuestiones filosóficas, éticas y religiosas que son totalmente trascendentales. Inherentes a lo humano. Tampoco faltan los traumas de las relaciones paternas fallidas y el complejo de Edipo, reflexiones puntuales sobre la caridad, el honor, o el lugar que ocupa el ser humano en una naturaleza ajena a los conceptos de bien y mal, cruel pero carente de odio. Mucha tela que cortar en esta película.
Del Toro aborda preguntas sobre el origen del alma, la moralidad de la creación, la responsabilidad del creador y la naturaleza humana: desde la construcción de la criatura como el primero (y único) de una nueva humanidad, un primer ser humano en el sentido más bíblico y mitológico de la idea, con Victor Frankenstein como el Prometeo moderno, hasta la lectura de Paraíso Perdido por parte del propio monstruo. El director no rehúye ofrecer respuestas o reflexiones profundas, ¿la crueldad de los humanos o la propia estructura de la sociedad crea monstruos?, ¿qué responsabilidad tiene el creador sobre lo creado?, ¿dónde están las respuestas al sentido de la vida, en la deidad creadora o en la experiencia de la vida y sus rigores?
Filosofía, ética, religión, razón y monstruos
La película explora la tensión entre ciencia y ética de manera magistral, y teniendo en cuenta el valiente y aplaudible posicionamiento de Del Todo frente a la IA y sus aplicaciones, se trata de un discurso de la más plena actualidad. La experimentación de Victor Frankenstein, acompañada de corrientes eléctricas, galvanismo, linfa y observaciones meticulosas, se convierte en un escenario donde la humanidad desafía a lo divino. Christoph Waltz, como Henrich Harlander, plantea la pregunta central: "De todas las partes que componen al hombre, ¿cuál contiene el alma?". Esa duda refleja gran parte del relato y refleja la preocupación de Del Toro por interrogar lo que significa crear vida, entenderla y responsabilizarse de ella.
El simbolismo religioso también impregna todo el metraje. Desde la cruz formada por la camilla de resurrección hasta la inspiración en la Pasión de Cristo en los primeros instantes de vida del monstruo: el sepulcro, la herida en el costado, María de Magdala (el color del pelo de Mia Goth no es ni remotamente casual). Cada elemento visual refuerza la idea de que la creación de Frankenstein es un acto de devoción, sufrimiento y trascendencia. El director combina lo grotesco con lo sagrado, transformando la monstruosidad en una meditación sobre la humanidad, la moral y la belleza intrínseca de la vida.
La repetición del color rojo (vestidos, velos, joyas, sangre) simboliza tanto la mortalidad como el ciclo de pérdida y sufrimiento que atraviesa la historia. Me parece una maravillosa respuesta al famoso "la sangre es la vida" del mito vampírico, y como película, la pareja perfecta al reciente Nosferatu de Eggers. El director equilibra estas tensiones intelectuales con momentos de humor negro y comedia física, especialmente durante la logística de adquisición y manipulación de cadáveres. Estas escenas alivian la densidad narrativa sin restar peso emocional al relato, recordando al espectador que la humanidad se encuentra incluso en la imperfección y la torpeza de la vida cotidiana.
En el corazón de Frankenstein late la necesidad de conexión humana. La película subraya cómo la soledad y el aislamiento moldean tanto al creador como a la criatura. "No es bueno que el hombre esté solo" dice el Génesis, y fue pronunciada por Dios, quien afirmó que crearía una compañera idónea para Adán. Otra idea que aparece en la película para ayudar a mostrar la humanidad del monstruo, que contrasta con la crueldad de los que lo rodean. Victor Frankenstein, aunque genio, es víctima de su propia ambición y orgullo, y en su falible humanidad no deja de ser un dios para su creación, ya que solo él puede crear una vida similar a la suya. Del Toro no ofrece respuestas fáciles, pero su mirada invita a la reflexión sobre muchos temas. Comprendo que más de uno pueda salir mareado del cine de ver esta película, pero creo que merece la pena: hay películas que nos hacen mejores.
Los instantes finales, que no os voy a estropear, contienen el alma de la película y, a mi juicio, también la del director hablando a través de este monstruo remendado y aterradoramente humano. Esos momentos encapsulan todo el mensaje del film: la búsqueda de sentido, la necesidad de amor y comprensión, y la aceptación de que la vida (con todo su dolor y su belleza), la búsqueda de Dios, los pecados del padre, la culpa, el sentido de la muerte: este monstruo de Frankenstein es la respuesta a todo ello, y como respuesta, es algo liberador. Un monstruo que nos libra de la inmovilidad intelectual y nos deja navegar por un mar de dudas.
Frankenstein llega a los cines españoles el 24 de octubre y representa, sin exagerar, un hito en la carrera de Guillermo del Toro. Su capacidad para combinar horror, belleza, filosofía y emociones puras hace de esta película una experiencia única. No es perfecta, pero el conjunto es extraordinario. La criatura de Jacob Elordi, la dirección artística, el simbolismo religioso y filosófico, y la exploración de los vínculos humanos hacen que la película sea inolvidable. Es un trabajo valiente, inteligente y conmovedor, y me temo que muchos espectadores se preocupen más por la duración del metraje que por estas preguntas universales. Dice mucho de nuestra sociedad: a lo mejor todos somos auténticos monstruos, pero mucho menos humanos que el de Frankenstein.
En 3DJuegos | No es ni de lejos la película que esperaba ver: 28 años después me parece tremenda. Salvo por 50 segundos terribles del final
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