El Blackbird fue uno de los proyectos más complejos de la CIA
En 1964, el primer prototipo alzaba el vuelo gracias al engaño que realizaron a la URSS
Cuando la Guerra Fría convirtió al espionaje en el mejor arma para controlar la situación entre EEUU y la URSS, los aviones espía de la época demostraron haberse quedado anticuados demasiado pronto. La caída de un U-2 estadounidense y la captura de su piloto en suelo soviético obligaron a Estados Unidos a buscar una alternativa. Si querían sobrevolar Rusia sin ser detectados, había que dar un salto evolutivo.
Bajo esa idea nace el proyecto Blackbird, la creación de un avión espía definitivo que permitiese volar por encima de los 27.000 metros de altura, mientras viajaba a más de 3.000 kilómetros por hora, y con la firma de radar más reducida posible. Cuando se pusieron a hacer la lista de la compra para comprobar que necesitaban, descubrieron que en sus estanterías faltaba un material clave. Un mineral que, lamentablemente para sus planes, estaba bajo control ruso.
Las primeras pruebas de demostraron que el diseño del avión era perfecto para dispersar las ondas de radar, pero la estructura del avión espía y las altas velocidades que necesitaba alcanzar hacían que, llegado a cierto punto, empezase a derretirse. Para evitarlo necesitaban grandes cantidades de titanio, pero en aquella época el mayor proveedor mundial de rutilo, el mineral del que se extrae, era la propia URSS. Para espiar a los rusos, dependían de ellos, y estaba claro que pedirlo por favor no era ni mucho menos una opción viable.
Acudiendo a la CIA en busca de una solución, los agentes de inteligencia estadounidenses llegaron a una conclusión. Debían engañar a los rusos para hacerles creer que estaban comprando rutilo en cantidades mínimas para no levantar posibles sospechas. Así que lejos de hacer grandes pedidos, crearon una red de empresas fantasma que ocultarían el suministro en cantidades industriales que no llamasen la atención.
Aunque los documentos de las fuerzas de seguridad estadounidenses nunca llegaron a desvelar a qué excusa se agarraron para trazar su plan, sí lo hizo uno de los pilotos implicados en el proyecto, el Coronel Rich Graham. Según relató en su momento al Aviation Geek Club, la excusa que utilizaron fue, al menos en parte, la necesidad de titanio para dar forma a hornos de pizza industriales que fuesen capaces de alcanzar grandes temperaturas para mantener la demanda de un plato cada vez más americano.
Mediante una red en la que colaboraron países adicionales para que los envíos no llegasen directamente a Estados Unidos, el Blackbird consiguió los materiales necesarios y alzó el vuelo con su versión definitiva por primera vez en 1964 resultando ser todo un éxito. Lo más curioso de todo fue que, para una Guerra Fría en la que la inteligencia era clave, la jugada de los hornos de pizza era del todo absurda.
Un horno de pizza industrial puede llegar a alcanzar alrededor de 350 grados, una temperatura muy alejada de los 427 grados que los primeros prototipos del Blackbird no podían superar. Realizarlos de titanio sería absurdamente caro e innecesario porque, en realidad, con ladrillo refractario y acero inoxidable sería más que suficiente para hornear pizzas sin riesgo a que se funda algo más que el queso.
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