Se trata de una costumbre con siglos de historia en la cultura persa
A ojos occidentales, es difícil discernir cuándo quieren decir una cosa u otra
Pongamos que viajas a Irán y al llegar del aeropuerto al hotel en taxi, le preguntas al conductor que te diga cuánto le debes para después anunciarle que le vas a pagar. Aunque por razones obvias en el caso de los turistas tal vez no sea así, entre miembros de la cultura persa es muy probable que su respuesta sea algo similar a un "no, no hace falta que me pagues". Si se da en el caso de un turista, lo más probable es que te quedes boquiabierto, pero si conoces su cultura sabrás que en realidad es sólo un ejemplo más de taarof.
El término hace referencia a una práctica cultural de la cultura persa muy arraigada en países como Irán o Afganistán en la que esa negativa no es real, sino un gesto de deferencia hacia la otra persona. Lo que se espera tras ese no, que en realidad sigue siendo un sí, es que insistan en pagar dos o tres veces más hasta que el taxista, o la persona que sea, acepte finalmente una proposición que ya daba por hecho antes de que respondieras.
Cuando el no significa sí
Nacida en el seno de la cultura persa y evidenciada en textos y poemas medievales con siglos de historia, el taroof era un signo de respeto hacia superiores e invitados que poco a poco se fue colando en la jerarquía social como un símbolo de buena educación. Para quien debe pedir dinero, ese no inicial está destinado a evitar parecer codicioso, mientras que para quien debe entregarlo, la insistencia ofrece una muestra de generosidad.
Da igual si es para ceder un asiento en el autobús, para ofrecer bebida a unos invitados o pagando una cuenta. En todos esos casos se conoce la intención con la que se realiza el ofrecimiento y la negativa que viene detrás de él. La insistencia, por así decirlo, es parte de la conversación, un baile de proposiciones que a ojos de un extranjero puede resultar chocante, pero que está profundamente arraigado en su cultura. Y si un extranjero no lo entiende, imagínate una máquina.
Según recoge un reciente estudio en colaboración entre la Universidad de Teherán y la de Maryland, ni siquiera los modelos más avanzados de inteligencia artificial como ChatGPT o Google Gemini entienden qué está pasando en la conversación. Que sepan hablar su idioma no necesariamente significa que entiendan los patrones culturales que hay detrás de él, así que cuando llega el momento de integrarlo en asistentes virtuales de bancos, comercio electrónico o atención médica, se produce el desastre.
Entrenados en base a una lógica occidental, los modelos de lenguaje se saltan esa deferencia mientras plantean un problema: si la IA es ese motor que va a mover el mundo a partir de ahora, hay quienes ven cierto peligro en la idea de que se terminen perdiendo este tipo de culturas como la del taroof de Irán, empujando a la población a una suerte de colonialismo lingüístico que termine enterrando ciertas costumbres sin percibir siquiera el problema.
Imagen | U8489 en Midjourney
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