Hablamos de la filosofía goblincore, una corriente que surgió como estética y que ha llegado al mundo de los videojuegos pisando fuerte
Es gracioso, pero dentro de la sociedad en la que vivimos —donde los filtros para parecer más guapa están a la orden del día y la estética minimalista se vive hasta la médula— ha surgido una corriente que reivindica lo contrario a lo que, ahora mismo, es popular. Se trata de una corriente que pone en el foco al desorden natural, a la suciedad encantadora y a la belleza de lo olvidado. Me refiero al goblincore, una estética que se arrastra entre las raíces de los árboles, echa un ojo debajo de las piedras más húmedas y se parece una casa llena de hiedra en medio del barro y de las hojas secas.
Obviamente inspirada en la figura mitológica del goblin —esa criatura bajita, verdosa, regordeta y profundamente conectada con los rincones más oscuros del bosque—, esta corriente ha calado hondo en aquellos que encuentran refugio en lo raro y lo natural. Frente al ideal bucólico y precioso del cottagecore, con sus cestas de mimbre y servilletas bordadas, el goblincore se interesa más por los huesos, los caracoles, los hongos (pero los viscosos, ¿eh?) y los objetos oxidados.
No es solo una cuestión estética, claro, sino que es toda una filosofía de vida. Los amantes del goblincore coleccionan cosas que para otros serían insignificantes—como tapones, piedras raras o botones sueltos—, se sienten identificados con lo marginal, lo diferente y se sienten orgullosos de no encajar en los moldes de la perfección. También sienten una conexión profunda con la naturaleza salvaje, esa que no ha sido domesticada, ni podada, ni embellecida para el consumo humano. En el fondo, se trata de un romanticismo que mira al suelo, no al cielo, y encuentra en el caos orgánico un tipo de consuelo que no es tan fácil de explicar.
Características principales:
Y, aunque efectivamente no sea fácil de explicar, sí que podemos identificar una serie de características que nos dan pistas sobre su esencia y que hemos ido comentando por encima:
- Amor por lo pequeño, lo feo o aquello considerado como "sucio": babosas, hongos, caracoles, musgo o barro, por ejemplo.
- Coleccionismo de objetos raros o inútiles, ya lo decíamos.
- Estética sucia pero, llamémosle cuqui: tonos marrones, verdes apagados, texturas naturales y desordenadas.
- Conexión profunda con la naturaleza silvestre.
- Espíritu antisistema, antiperfección, una especie de elogio a lo marginal y a lo raro.
En resumen: si el fanático del cottagecore se toma un té tranquilamente en un claro del bosque, el goblincore se dedica a revolver el barro con las manos desnudas y se hace un collar con un diente de mapache que ha encontrado por ahí tirado. Y, con esa idea en mente, vamos a ver algunos juegos que capturan esa vibración desordenada, mágica y adorablemente grotesca.
Barro, hongos y caos
Como no podía ser de otra manera, esta sensibilidad también ha encontrado su espacio en el mundo de los videojuegos. Existen varios títulos que, sin presentarse explícitamente como "goblincore", respiran su esencia en cada uno de sus rincones: son juegos que nos invitan a recolectar objetos extraños, a perderse en bosques oscuros, a hablar con criaturas raras o simplemente existir en mundos que huelen a tierra mojada.
Uno de los más representativos es Strange Horticulture, donde nos ponemos en la piel del dueño de una tienda de plantas misteriosas. Ambientado en una ciudad lluviosa y con cierto ambiente ocultista, este juego nos empuja a identificar hongos tóxicos, preparar brebajes con fines dudosos y descubrir secretos botánicos. Es el simulador perfecto para cualquier goblin de interior.
En una línea más caótica pero igualmente goblin, Don’t Starve nos propone un mundo hostil lleno de criaturas raras, un clima impredecible y una oscuridad hambrienta de más. Aquí solo hay supervivencia, recolección y una estética lúgubre que encaja perfectamente con el espíritu goblincore más desatado.
También encontramos propuestas más narrativas como Wytchwood, un juego de aventuras protagonizado por una bruja vieja, huraña y adorablemente fea. Su tarea consiste en recolectar ingredientes rarunos—ojo de salamandra, pelo de cabra o sapos disecados— para crear hechizos con los que manipular su entorno. Todo esto, claro, en un universo visual que parece salido de un cuento ilustrado.
En contraste, A Short Hike ofrece una experiencia más relajada pero igualmente afín a la filosofía goblin. Aunque su estética es más amable y pulida, el juego nos invita a explorar libremente una isla montañosa, hablar con pájaros excéntricos, buscar monedas, coleccionar objetos y disfrutar de la belleza del entorno sin un propósito en concreto. Esa libertad ir por ahí pululando, recoger cosas y meterse donde no te llaman es, sin duda, profundamente goblin.
Mundos silvestres para goblins sentimentales
Para quienes buscan una experiencia más emocional sin renunciar a lo extraño, The Wild at Heart es una pequeña joya. En él, dos niños escapan a un bosque encantado habitado por un montón de criaturas peculiares, espíritus del bosque y objetos perdidos. El tono es melancólico, su atmósfera es húmeda y otoñal, y cada rincón está llenito de ese tipo de magia que solo los goblins más sensibles saben detectar.
Por otro lado, Rain World nos lanza de lleno a la parte más salvaje y hostil del goblincore. En este título manejamos a un "slugcat", una criatura a medio camino entre la babosa y el gato —¿ew?, que debe sobrevivir en un ecosistema despiadado. La estética transmite humedad, es orgánica, casi alienígena, y todo el diseño del mundo en sí transmite esa sensación de que la vida es frágil, pero también fuerte, como una seta creciendo en una pequeña grieta del cemento.
Y para cerrar, una pequeña joyita escondida: Trash Goblin. Este juego corto y encantador nos pone directamente en la piel de un goblin que se dedica a recolectar basura brillante. Solo tú, un montón de cosas inservibles, y la alegría de llevarlas a casa como si fueran tesoros. Pocas cosas encapsulan mejor la esencia del goblincore que eso.
Ya sabes; si te consideras diferente, lo natural llama tu atención y serías más que feliz recogiendo setas (y alguna otra cosa un poco menos apetecible) en medio de un bosque otoñal, tal vez tu corazoncito sea un poco goblincore... aunque, realmente, ¿quién no tiene una pequeña chispa goblin en su interior?
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