Cvmr / 3 de julio de 2020 Jugabilidad: Gráficos: Sonido: Innovación:

10 Inolvidable

No es un juego chorra
"Coches jugando a fútbol" es una premisa estúpida que puede inclinarnos a despreciar Rocket League e ignorar el hecho de que es una obra maestra. Es pura jugabilidad, que es lo propio de los videojuegos. Su principal mérito se ve fácilmente si se compara con FIFA, el juego de fútbol por insistencia. En FIFA, disponemos todo lo de alrededor del disparo (desde dónde tirar, en qué dirección mira el jugador...) para colocar las estadísticas a nuestro favor en el momento en que ordenamos al jugador que dispare, pero no disparamos. Una vez pulsado el botón de disparo, el juego se automatiza.

Pues bien, la proeza de Rocket League es hacer jugable precisamente ese agujero negro del FIFA. No hay botón de disparo, de pase, de regate... el coche es el pie y tú controlas todos sus movimientos para golpear, de verdad, el balón. La jugabilidad y el concepto del juego son sencillos, de un vistazo, incluso sin jugar, se entiende perfectamente de qué va la cosa, cuál es la gracia del juego y qué está pasando en cada momento. El aprendizaje está sólo en la parte de habilidad, pero el meollo del juego está clarísimo, y eso lo convierte en un juego para todos, ya que es divertido y emocionante en todos sus niveles, incluso sólo mirando.

El control del coche se siente tan liberador como, qué sé yo, el control de Mario en Mario 64. Es sorprendente sentir cómo nuestras pulsaciones se traducen en movimientos tan reales, y todos los elementos "físicos" del juego (inercias, tamaño del balón...) están tan bien medidos que hacen factible meter gol golpeando el balón con un coche (la cosa se me antojaba como algo inmanejable antes de probar el juego). Al delicioso control se suman todas las emociones propias de los juegos competitivos, que se suceden con la misma naturalidad que en un auténtico partido de fútbol: los disparos largos, los balones incómodos, los contraataques a toda velocidad, los goles injustos, las remontadas, los desempates in extremis, los momentos de compenetración con el equipo, la tensión de la prórroga, las oportunidades perdidas, las ganas de revancha...

En fin, un juego brillante: sencillo, profundo, divertido, emocionante, inmediato y tan largo como uno quiera. Y sin ínfulas, se dedica a dejarnos jugar. No sé si los videojuegos son un arte ni me importa. Pero si lo son, es por cosas como Rocket League.