Imagina que eres el único habitante de este pueblo, y lo único que perturba tu rutina son las tristes cartas que llegan de la ciudad

The Stillness of the Wind es una historia sobre soledad y resiliencia que no anda tan lejos de la vida actual en la España vaciada

Bárbara Gimeno

Colaboradora

Hoy vengo a hablaros de un juego que me encanta, y no tanto por sus mecánicas sino por su historia; una de esas historias que te llegan al corazón y te hace pensar dos veces sobre el mundo en el que vivimos.

Ese juego es The Stillness of the Wind (2019), una obra de Lambic Studios que, bajo su apariencia modesta, esconde una de las experiencias más íntimas y reflexivas que puedes encontrar en el mundo de los videojuegos. No hay monstruos que derrotar, ni niveles que superar: solo una anciana, su rebaño de cabras, y un silencio que lo llena todo… excepto por las cartas que llegan de un mundo, aparentemente, lejano.

Una anciana, una granja y el fin de todo

En The Stillness of the Wind manejamos a Talma, la última habitante de una pequeña granja en medio de un páramo. No quedan vecinos, no hay mercado ni nadie con quien hablar, no hay ruido. Tus días se llenan de rutina: alimentar a las cabras, ordeñarlas, sembrar nuestro huerto, regarlo, cocinar.

Es un juego que para nada te pone un temporizador ni te da un tiempo determinado para completar los objetivos, simplemente, el día avanza y llega la noche. Esta lentitud, que en otros juegos sería impensable, es aquí el corazón de la experiencia, ya que todo lo que haces tiene un peso.

Poco a poco, un comerciante de esos que pasan de vez en cuando comienza a visitarte. Él nos va trayendo cartas de nuestros familiares, que viven en una ciudad lejana, y noticias sobre un mundo exterior que parece estar cambiando… y no para bien —se parece a lo que pasa en el mundo real, ¿no?—. A través de esas cartas, iremos conociendo historias de conflicto, migración y pérdida. Mientras tanto, la vida en la granja sigue, como si nada pudiera cambiar su ritmo.

La jugabilidad como metáfora

La mecánica de The Stillness of the Wind es sencilla, podríamos decir que minimalista. No hay un tutorial extenso sino que aprendes haciendo. Recolectas leche para hacer queso, plantas semillas, intercambias productos o bienes con el comerciante y demás.

Pero esa simplicidad es engañosa, ya que la rutina se convierte en un espejo del paso del tiempo y del ciclo de la vida. Cada día que juegas, Talma envejece un poquito más. Sus movimientos se vuelven más lentos, y las tareas, más costosas. Lo que antes hacías en un abrir y cerrar de ojos, ahora requiere un esfuerzo extra.

Este planteamiento lo convierte todo en un recordatorio brutalmente realista de que la vida no es infinita, y de que las manos que trabajan todos los días, tarde o temprano, pueden comienzan a temblar.

El sonido en The Stillness of the Wind es casi tan protagonista como la propia Talma. No es que haya una banda sonora constante, sino un paisaje sonoro de pasos sobre la tierra, viento entre la hierba y balidos lejanos. El silencio no es vacío sino que es un lienzo sobre el que el jugador proyecta sus propios pensamientos.

En ese entorno, las cartas que llegan rompen de alguna forma ese aislamiento. Son fragmentos de un mundo que Talma ya no pisa, llenos de nostalgia y preocupación. Con cada mensaje, sientes que la ciudad se aleja un poco más, no solo físicamente, sino emocionalmente, mientras Talma permanece como una de las últimas testigas de un modo de vida en peligro de extinción, como muchas personas en nuestro país.

Un mundo que muere fuera del marco

La historia que cuenta The Stillness of the Wind verdaderamente no se desarrolla ante tus ojos, sino en los márgenes de la pantalla. El mundo exterior –el que no ves– se va rompiendo poco a poco a través de las cartas y las historias que nos cuenta el comerciante.

Y aquí tengo que subrayar que me parece un acierto narrativo total el mostrar la catástrofe desde la periferia, ya que no participas directamente en ella, pero la sientes. Es como leer una novela epistolar (o sea, a base de cartas) sobre una guerra mientras estás en un lugar apartado; sabes que todo está cambiando, pero tu día a día sigue siendo exactamente igual.

Esa distancia genera un contraste poderoso: mientras ordeñas una cabra o riegas un huerto, sabes que, en algún lugar, las ciudades están cayendo y las personas están huyendo.

En la mayoría de videojuegos, el tiempo es un recurso que se usa para optimizar: cuanto más rápido actúas, más puedes lograr. En The Stillness of the Wind, el tiempo no se puede ganar ni recuperar. Simplemente pasa, y eso te obliga a adaptarte.

La edad de Talma no es solo un detalle visual, sino que es una mecánica central que afecta a cómo te mueves y cuántas tareas puedes completar antes del anochecer. Algunos días te sorprende la puesta de sol mientras aún tienes trabajo pendiente, y aprendes a aceptar que no puedes llegar a todo.

Esta filosofía de diseño transmite un mensaje que, la verdad, rara vez se explora en videojuegos: el de que la vida es finita, que y lo más valioso que puedes hacer con tu tiempo es estar presente en lo que estás haciendo, por simple que parezca.

Un juego sobre despedidas

Aunque no lo digan explícitamente, todas las mecánicas y la narrativa de The Stillness of the Wind apuntan a una misma dirección: la despedida.

La despedida de la juventud de Talma, de su familia, de la vida rural tal y como la conocía. La despedida de un mundo que, en la distancia, se está transformando en algo irreconocible. Incluso el comerciante, que es nuestro único vínculo con el exterior, es una figura efímera que no siempre pasa por nuestra granja.

El juego no busca sorprendernos con giros dramáticos, sino con una acumulación de ausencias. Cada día que pasa, la granja parece un poco más sola, y cada carta parece pesar un poco más.

The Stillness of the Wind no es para todo el mundo, y ahí está su virtud. Si le das el tiempo que pide, descubrirás una obra que se atreve a usar el medio del videojuego para explorar emociones que pocas veces vemos en él, como la soledad, el envejecimiento, o la resiliencia.

Este juego es un recordatorio de que los videojuegos no tienen por qué ser siempre sobre poder, sino que también pueden tratar sobre pérdida, memoria y la belleza de lo cotidiano.

Además, es una experiencia cortita–tiene unas pocas horas de juego–, pero su eco se queda con nosotros mucho después de apagar la pantalla. El final (spoiler free, prometido) es un golpe emocional que aglutina todo lo que el juego ha estado construyendo desde el primer día.

El valor de parar

En una época en la que parece que todo compite por nuestra atención, The Stillness of the Wind se planta, ya que no intenta entretenernos a base de estímulos constantes, sino que nos invita a habitar un espacio de calma y reflexión.

Jugarlo es aceptar que no puedes cambiar el mundo entero, pero sí puedes cuidar tu pequeño rincón. Y a veces, eso es suficiente. Quizá por eso, aunque sea un juego pequeño, lento y silencioso, merece un lugar en la memoria de quien lo juega. Porque nos recuerda algo esencial: que todo pasa, sí, pero mientras tanto, aún hay vida que cuidar.3dj

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