Ni King Kong ni MechaGodzilla: el rival más mortífero de Godzilla fue la televisión, que cambió Japón y hundió a su franquicia durante décadas
Me hace tremendamente feliz la nueva popularidad de la que disfruta ahora Godzilla. Claro, el bichote nunca llegó a irse del todo, pero en los 80 y 90 su pelis no eran tan populares como hoy. Tampoco es que la peli de 1998 de Roland Emmerich ayudara demasiado. Pero las tornas han cambiado gracias a la nueva saga que arrancó el bueno de Gareth Edwards en 2014 y a esos nuevos peliculones nipones que son Shin Godzilla (2016) de Hideaki Anno y Shinji Higuch, y especialmente, Godzilla Minus One (2023) Takashi Yamazaki. Pero como os decía, no siempre fue así, de hecho hubo un momento muy delicado para la franquicia en la que Godzilla tuvo que hacer frente a un enemigo letal que casi acaba con él, y no era ni King Ghidorah, ni MechaGodzilla, ni King Kong. Fue la televisión.
El Japón que se reconstruyó con neveras, lavadoras y televisores
Tras la Segunda Guerra Mundial, Japón emprendió un proceso de reconstrucción económica que se convirtió en uno de los milagros industriales más rápidos del siglo XX. El país pasó de la devastación absoluta a ser una potencia tecnológica en menos de dos décadas. Durante los años 50 y 60, el gobierno japonés y los conglomerados industriales apostaron por tres pilares para revitalizar la economía doméstica: las neveras, las lavadoras y, sobre todo, los televisores.
Estos electrodomésticos no solo transformaron los hogares, sino también los hábitos sociales. Tener una televisión en casa dejó de ser un lujo para convertirse en un símbolo del nuevo Japón moderno. En 1955, apenas un 1% de los hogares japoneses tenía un televisor; en 1965 ya lo poseían más del 90%. Aquella caja brillante en el salón reordenó por completo las costumbres de ocio: donde antes las familias acudían juntas al cine, ahora podían disfrutar de programas, concursos y dramas sin salir de casa. como ahora con el streaming, la verdad. El milagro económico japonés fue también un milagro de consumo. El aumento de la renta familiar y la industrialización del hogar trajeron consigo una sociedad más cómoda y conectada, pero también marcaron el principio del fin para el viejo sistema de estudios cinematográficos que había dominado el país desde los años 30.
El enemigo invisible del cine japonés
El impacto fue brutal. Durante las décadas de 1960 y 1970, la asistencia a las salas de cine se desplomó. Toho, Daiei y otras grandes productoras comenzaron a notar cómo los ingresos caían en picado mientras los costes de producción seguían aumentando. Las películas más costosas, aquellas que requerían efectos especiales, maquetas y grandes equipos técnicos, se convirtieron en un lujo difícil de sostener. Vamos, que le tocó pagar el pato a Godzilla.
El público ya no necesitaba pagar una entrada para ver espectáculos visuales. La televisión ofrecía entretenimiento gratuito, noticias, dramas y programas musicales. Lo que antes se vivía como un acontecimiento colectivo en una sala oscura ahora se consumía en la intimidad del hogar. El cambio fue tan profundo que Toho, el estudio detrás de Godzilla, se vio obligado a reestructurar su modelo de negocio, a la vez que franquicias televisivas como Kamen Raider se disparaban en popularidad.
La caída del rey
El declive de Toho no fue un caso aislado, sino un síntoma de una crisis más amplia. Los estudios intentaban sobrevivir con presupuestos menguantes, reciclando material de archivo y reduciendo los rodajes a la mínima expresión. Películas como Godzilla vs. Gigan (1972) o Godzilla vs. Megalon (1973) se produjeron casi a contrarreloj, con fragmentos reutilizados de películas anteriores y un tono cada vez más infantil en un desesperado llamamiento al cine familiar.
El público adulto, que había abrazado la alegoría política y el terror atómico del Gojira original de 1954, ya no se veía reflejado en aquellas aventuras ligeras. Para muchos fans veteranos de la saga el monstruo se había convertido en un héroe para niños. En paralelo, el legendario creador de los efectos especiales de la saga, Eiji Tsuburaya, fallecía en 1970, dejando un vacío creativo enorme. Ishirō Honda, el director de la primera Godzilla, también se alejó del género, aunque años más tarde regresaría como colaborador cercano de Akira Kurosawa en películas como Ran (1985) o Kagemusha (1980).
A mediados de los 70, la franquicia estaba agotada. Godzilla contra Mechagodzilla (1975) fue un fracaso de taquilla y marcó el final de la llamada era Shōwa. Toho detuvo la producción de nuevas películas de Godzilla durante casi una década. El monstruo quedó dormido, como si hubiera sido vencido por algo más poderoso que cualquier arma nuclear: la indiferencia del público.
El cine japonés frente al espejo
La crisis de los años 70 marcó el fin de la edad de oro del cine de estudio japonés. Toho, que durante los 50 había sido el epicentro de la creatividad, produciendo tanto las películas de Godzilla como las obras maestras de Akira Kurosawa, desde Los siete samuráis hasta Yojimbo, tuvo que reinventarse para sobrevivir. La industria cambió, y con ella, los creadores. Los jóvenes directores que emergieron en los 70 adoptaron nuevas formas de expresión, influenciados por el auge del anime y el cine independiente. Mientras tanto, los viejos maestros se adaptaban como podían. Kurosawa, tras un periodo de crisis personal y profesional, volvió a brillar con el apoyo de Toho y de nuevos inversores internacionales. Honda, el padre espiritual de Godzilla, encontró en su viejo amigo Kurosawa un refugio para seguir creando.
La televisión no solo había derrotado a Godzilla: había transformado la forma en que Japón entendía el entretenimiento. La pequeña pantalla se convirtió en el nuevo escenario del mito, y muchos de los talentos del cine fantástico y de efectos especiales se trasladaron allí. Series como Ultraman o la mencionada Kamen Rider tomaron el relevo de los kaiju en el corazón del público infantil.
De la catástrofe al renacimiento
Aun así, Godzilla nunca murió. Como la propia criatura que representa, el cine japonés supo regenerarse. En 1984, con El retorno de Godzilla, Toho reactivó la franquicia inaugurando la era Heisei. El tono volvió a ser oscuro, adulto y político. Desde entonces, el monstruo ha renacido una y otra vez, adaptándose a los nuevos tiempos y manteniendo viva su esencia. Hoy, casi setenta años después de su primera aparición, Godzilla vuelve a rugir más fuerte que nunca. Su éxito global es el resultado de una larga historia de crisis, reinvención y persistencia. Y quizá por eso emociona tanto ver cómo Japón vuelve a hacer suya la criatura que inventó para exorcizar su trauma nuclear.
Pienso en todo esto mientras leo el anuncio oficial de Godzilla Minus Zero. Yamazaki regresa a la primera fila del entretenimiento mundial, y todo apunta a que Toho quiere seguir explorando las raíces más humanas y simbólicas del monstruo. Después de haber sobrevivido a bombas, alienígenas, catástrofes naturales y todo tipo de humanos incompetentes, parece justo recordar que el único enemigo capaz de derrotar realmente a Godzilla fue la televisión. Y sí, lo confieso: tengo unas ganas tremendas de volver a verlo rugir en la gran pantalla.
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