El Departamento de Seguridad Nacional compara a los inmigrantes ilegales con los parasitarios Flood en sus campañas de reclutamiento para ICE
La semana pasada, la red social de Elon Musk se pasó de revoluciones con el uso bastante torticero de la iconografía de Halo por parte de las cuentas oficiales de La Casa Blanca y Homeland Security, el Departamento de Seguridad Nacional. En el primer caso, la cuenta ofreció una imagen generada por inteligencia artificial donde se veía al presidente Trump ataviado con una armadura de Spartan y una espada de energía de los Covenant. En el segundo caso, infinitamente más gravoso en mi opinión, la imagen estaba sacada directamente de uno de los juegos y mostraba a un Warthog con torreta en uno de los halo con la sobreimpresión "Destroy the Flood" y el link para el reclutamiento de ICE, el Servicio de Control de Inmigración y Aduanas de los Estados Unidos. El tuit en sí decía Finishing this Fight, una referencia directa al eslógan de Halo 3.
Alienígenas ilegales
La comparación es obvia. Los inmigrantes ilegales son los Flood, una raza de alienígenas parásitos que infectan y someten a toda la materia orgánica para obedecer los designios de una siniestra mente colmena. Son una amenaza existencial para cualquier civilización y su presencia en un sistema es razón suficiente para hacer uso de las armas de destrucción masiva que suponen los halo. Es decir, el uso indiscriminado de la fuerza para erradicar cualquier atisbo de su presencia. En este sentido, es importante recalcar que los Flood siempre han sido los enemigos en la sombra, un cambio de tercio en el último tramo de la campaña original que recontextualizaba la premisa del juego entero. Los Covenant siempre han sido los villanos principales, al menos desde el punto de vista de su presencia en el marketing. Una alianza de especies extraterrestres unidas por un mismo credo extremista y determinadas a extinguir a la humanidad.
Desde el inicio de la segunda administración Trump, se han concentrado los esfuerzos en detener el flujo de inmigrantes ilegales por la frontera meridional, un acceso que Biden dejó virtualmente abierto de par en par y por el que se colaron varios millones durante cuatro años. Las terminales mediáticas de la derecha en Estados Unidos (canales como Fox News o Newsmax, además de periódicos como el New York Post) llevan muchísimo tiempo usando el vocablo "illegal aliens" para referirse a los inmigrantes irregulares, por lo que este enfoque no es del todo nuevo. Hoy en día, la frontera sur está cerrada a cal y canto para todos los que no tengan los papeles en regla. Sin embargo, la Administración está determinada a ejecutar campañas de deportaciones masivas. En ese sentido, ICE resulta fundamental. Escuadrones paramilitares que actúan con las caras cubiertas y sin números de identificación (se supone que para protegerlos de represalias violentas de índole personal por parte de agentes radicalizados) aunque con la venia judicial.
Los cuadros de mando y los miembros rasos de ICE tienen incentivos económicos fuertes para cumplir con las cuotas que se les han impuesto desde La Casa Blanca, de unos 3000 arrestos al día. En un principio, ICE se concentró en desarticular la presencia de organizaciones criminales supranacionales como los cárteles mexicanos o el venezolano Tren de Aragua, pero hace muchos meses que bascularon su atención a objetivos más manejables. En ese sentido, se han multiplicado las redadas en grandes superficies comerciales, lugares de construcción y fábricas de ensamblaje, enclaves a los que acuden normalmente después de una denuncia anónima. Este tipo de actuaciones basadas en chivatazos les han involucrado en sonoros fracasos. Quizá el más escandaloso fue cuando detuvieron a cientos de ingenieros coreanos en una fábrica en Georgia con los visados en regla que estaban en el país para impartir formación a la población local y poner en marcha el proceso de ensamblaje de baterías. La operación fue conducida con tanta violencia que provocó una oleada de indignación en Corea del Sur y obligó a la Casa Blanca a disculparse públicamente.
Huelga decir que las actividades de ICE están fuertemente politizadas. Encuentran un apoyo fuerte entre los Republicanos y un rechazo casi unánime entre los Demócratas. Sus métodos y sus procesos han sido puestos en cuestión y elevados a la jurisdicción del Tribunal Supremo, un tribunal con una composición ideológica, en principio, más proclive a los intereses de la Administración Trump. En cualquier caso, es un asunto profundamente divisivo, que está afectando a millones de personas y que ha sumido al país en un estado de histeria colectiva donde rigen las emociones en detrimento de los procesos racionales. Es en este contexto donde los gestores de las cuentas en redes sociales de estas organizaciones están echando más leña al fuego aprovechándose de la relevancia momentánea de la saga justo después del anuncio de Halo: Campaign Evolved.
Política inextricable
Como era de esperar, el tema se ha convertido en un nuevo campo de batalla en las guerras culturales que sacuden a la industria del videojuego. Influencers y creadores de uno y otro signo se han enfrentado con virulencia por la imagen. Hay una corriente que aduce que es legítimo porque en su día Halo abrazó ideales progresistas sobre diversidad, más concreto la visibilidad de las minorías durante el Orgullo. También ha salido a la palestra, con su habitual tono incendiario, Marty O’Donnell, el compositor de los primeros juegos que acabó a la gresca con Bungie y que ahora está pugnando por un puesto de congresista, así como otros miembros del equipo de desarrollo que lo consideran del todo inaceptable. Hay que añadir que la publicación se engarza en un contexto más amplio donde la cuenta de Homeland Security también ha hecho referencias directas a la película Patriot, protagonizada por Mel Gibson, y a El Señor de los Anillos, comparando a los Estados Unidos con la Comarca que los hobbits buscan proteger de la desolación extranjera.
Creo que en este sentido es necesario puntualizar un detalle. Sí, es cierto que Halo se posicionó claramente a favor del Orgullo y la diversidad, pintando la armadura de Master Chief de varios colores chillones, pero lo hizo con la aquiescencia de Microsoft, el propio titular de los derechos de explotación de la marca. Se puede debatir si fue una iniciativa sincera o una imposición sociológica foránea, lo que no fue en todo caso es una apropiación indebida por un organismo público absolutamente politizado al servicio de una agenda partidista concreta. Si hubiera sido cualquier otra institución, Microsoft habría salido en tromba para proteger la imagen de su marca. En este caso no lo ha hecho porque no le conviene enemistarse con la Administración Trump.
Hay muchos jugadores de tendencia conservadora o de derechas que están jaleando estas actuaciones y reconociendo a Trump como uno de los suyos, lo que certifica, de alguna manera, el acierto de esas cuentas al colocar esos mensajes. Pero es importante señalar que el mismo Trump, durante su primer mandato, intentó culpar a los videojuegos de los tiroteos masivos en el país y que convocó a las principales publishers a la Casa Blanca para leerles la cartilla, tonteando con una moratoria o restricciones sobre la venta de juegos violentos, una medida retrógrada que sí ha cristalizado en el México de Sheinbaum. Durante décadas, la Asociación Nacional del Rifle, el poderosísimo lobby de las armas, ha usado a la industria del videojuego como chivo expiatorio después de cada masacre, sobre todo si los asesinos eran jóvenes o tenían algún tipo de historial, aunque fuera tangencial, con los videojuegos. Es decir, durante décadas, la derecha política estadounidense ha estado en pie de guerra contra los videojuegos, alarmando con polémicas absurdas (como las de Mass Effect) para incitar el pánico moral y esquivar recriminaciones sobre sus políticas.
Es evidente que las cosas han cambiado profundamente. La derecha ya no osa antagonizar a los jugadores, por mucho que las pulsiones boomer de sus líderes sigan ahí. Existe una hornada de operativos en segunda línea, empezando por el vicepresidente Vance, que reconocen el potencial político inherente. En última instancia, lo que todo esto pone de manifiesto es que los videojuegos son objetos culturales en liza, y todo tipo de agentes van a intentar apropiarse de ellos para sus propios fines. Personalmente, creo que el símil es deleznable, de trazo grueso y de muy poco gusto. Desconfío de cualquier apropiación cultural por parte de un agente político, aunque también entiendo que son inevitables y parte de la conversación pública.
Si algo positivo podemos sacar de todo este despropósito, es que quizá ahora podamos abandonar esa consigna absurda de sacar la política de los videojuegos. Para ciertos individuos, nunca ha sido ese el objetivo, sino más bien sacar cierta tendencia política para colocar la suya propia. Vamos a quitarnos las caretas de una vez y no escondernos en soflamas vacías de contenido. Por supuesto que Halo siempre ha tenido fortísimas connotaciones religiosas e ideales derechistas, de la misma manera que Dragon Age: The Veilguard tenía arrebatos woke estomagantes. Unos contenidos resuenan más con un grupo de personas, y otros con otro. De eso se trata la libertad de expresión y la libertad de creación. Sin censuras previas, pero tampoco sin enarbolar una ingenuidad infantiloide que facilite el trabajo a operativos políticos de todo orden y condición.
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