Hoy en día cuando pensamos en lujo nos vienen a la cabeza personas conduciendo deportivos, llevando joyas caras y viajando en barco. Para las élites del Imperio Romano que viajaron a Egipto, en cambio, ese estatus social venía dado por otro capricho aún más sorprendente: tener su propio macaco de la India y pasearlo ante la atónita mirada de quienes no habían visto nunca un animal igual.
Porque monos había en otras partes del mundo, claro, pero no eran los macacos de la India. Y desde luego no eran vistos o tratados con la extravagancia que denotaban las élites romanas. Lejos de tratarlos como a una mascota, como haría cualquier hijo de vecino con sus perros o gatos, lo que hacían aquellos militares era tratarlos como niños sustitutos.
Las extravagantes mascotas del Imperio Romano
Aunque pensamos que la idea de tratar a las mascotas como hijos es un fenómeno actual, lo que han descubierto los equipos arqueológicos de Berenike, en la costa del Mar Rojo, es que aquellos macacos importados del otro lado del mundo distaban mucho de la relación mascota-humano que podríamos tener en mente.
Así lo demuestran los cementerios romanos de la zona, donde puede verse a los monos enterrados con telas funerarias, juguetes y vasijas, tal y como veríamos en los bebés de la época. La diferencia respecto a los enterramientos de animales de trabajo es tal que, en una de las tumbas, se encuentra un caso aún más impactante: un mono enterrado junto a la que parece ser su propia mascota.
Abrazado a un pequeño lechón, los análisis óseos del cerdo son más que suficientes para descartar que fuera comida, y que esté colocado junto a él con el mismo cariño que el mostrado hacia el macaco demuestra que, en cierto sentido, se trataba de un juguete vivo del simio. Lamentablemente, esos mismos análisis han puesto sobre la mesa una realidad algo más incómoda.
Los restos funerarios y los análisis realizados indican que los macacos sufrían de raquitismo y malnutrición, pero no por una atención descuidada hacia los mismos, sino porque se alimentaban con la comida de esas mismas élites como si fueran un niño y, por lo tanto, quedaban alejados de la dieta y necesidades que sí les conferían las selvas de la India.
La situación, sumada a la falta de sol directo al quedarse dentro de las casas, y el calor abrasador del desierto, provocaba que aquellos macacos tuvieran una vida muy corta y eran pasto de enfermedades que limitaba aún más su esperanza. Un lujo inútil y cruel desde nuestro punto de vista actual pero que, al menos en aquella época, jugaban un papel crucial en la psicología de aquellos romanos desplazados lejos de casa. Los restos funerarios dejan muy claro hasta qué punto su aspecto humano cubría un vacío que otra mascota no parecía llenar.
Imagen | Gemini
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