Ser fan es perjudicial para la salud, y da igual si lo eres del Barça, de PlayStation, de Xbox, de Nintendo, o de Star Wars

  • Si te enfadaste con el final de Juego de Tronos, tal vez hayas cruzado una línea

  • La decepción respecto a una película o equipo favorito puede inducir estrés

Fútbol
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En mayor o menor medida todos hemos pasado por esa fase de ser fan de algo o conocemos a alguien que lo vive intensamente. Enfadarte si el Barça o cualquier otro equipo de fútbol perdía, discutir sobre las decisiones comerciales de empresas como Apple, Microsoft Sony o Nintendo, cabrearte por lo ocurrido a Taylor Swift, por el final de Juego de Tronos, o incluso por cómo la industria del cine está maltratando a El Señor de los Anillos. Se supone que ser fan de algo debería ser sano, pero el mundo de la psiquiatría opina lo contrario.

En su libro La Dieta de la Felicidad, la doctora Drew Ramsey recoge cómo la diferencia entre mostrar interés por algo y llevar esa afición un punto más allá, hacia lo pasional, puede convertirse en decepción. Por supuesto que es importante contar con intereses comunes a otras personas, o escapar brevemente de nuestra realidad para sentir alegría o esperanza respecto a algo que vaya más allá de nuestra vida diaria, pero en el grado de entusiasmo que genere es donde empiezan los problemas.

Ser forofo de algo puede costarte la salud

Y según la doctora Ramsey no hay que ir demasiado lejos para encontrarlo. Si nos vamos a dormir enfadados porque nuestro equipo ha perdido, no deberíamos seguir viendo fútbol. El fandom, de una forma u otra, es insatisfactorio porque nunca nos devolverá plenamente esa pasión invertida.

La clave de todo esto, como tantas otras conductas que pueden parecer positivas en primer lugar y terminan convirtiéndose en un problema, está en nuestro cerebro. En concreto, en una zona llamada la habénula lateral que se encarga de regular la liberación de sustancias relacionadas con la dopamina. Frente a posibles decepciones a la hora de conseguir lo que queríamos, esta región cerebral mantiene el control de nuestra sobreexcitación respecto a lo que nos rodea para asegurar nuestra seguridad.

Justo ahí se une otra táctica de supervivencia, la social. Como seres sociales buscamos la necesidad de pertenencia a un grupo y nos estimula pertenecer a una corriente de pensamiento que valide nuestras elecciones respecto a la vida. Pero con el paso de los milenios, del formar parte de la tribu que vive en una cueva hemos pasado a excitarnos por ser forofos de algo, de buscar algo en común con la gente que nos rodea, aunque sean personas al otro lado de una pantalla con las que nunca hemos interactuado en al vida real.

Pero ser parte de algo más grande también comporta problemas, a menudo relacionados con la decepción regulada por la habénula, y frente a una situación que suele traer más quebraderos de cabeza que alegrías como ser forofo de algo que no puedes controlar, frente a la sobreestimulación de esa región y la liberación constante de esas sustancias encadenando una decepción tras otra, el chute de dopamina que debería ser de vital importancia para seguir luchando por cazar una presa que se nos ha escapado, se convierte en una mezcla de satisfacción y rabia al regodearnos en la decepción.

Estrés, ansiedad, depresión, problemas de sueño o incluso alteraciones familiares, sociales o laborales, son sólo el primer escalón de un error que puede terminar generando problemas conductuales. "Creo en el ocio, pero hemos intercambiado algo que se supone que debe ser placentero y relajante por una participación intensa". Tal y como recoge la doctora Ramsey, "hay un punto en el que puede traer excitación, pero cuando ese momento pasa, ¿qué te queda?".

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