Un extraño viaje en tren nos lleva hasta lo más profundo de la memoria y la imaginación de nuestro hermano pequeño. Te contamos en este análisis de Blackwood Crossing cuál es el resultado de viajar más allá de los sueños.
A lo largo de los últimos cinco años, habré jugado ya a decenas de aventuras denominadas walking simulator. Ya sabéis, este estilo de aventura donde con poco más que andar hacia adelante y poco menos que interactuar con algunos objetos dispuestos por el escenario, la historia transcurre ante tus ojos. Como defensor de que el videojuego podía hacerlo mucho mejor en términos narrativos, el concepto siempre me fascinó: dedicar tanto esfuerzo a la historia que las mecánicas pasaban a un segundo plano. Era, en el fondo, un hito en los videojuegos, pues las jugabilidad siempre había primado por encima de cualquier cosa.
El problema, quizá, viene en la repetición. Tras el enésimo walking simulator, el factor sorpresa se pierde paulatinamente y el propio género está intentando reinventarse, mientras mantiene firme sus propias reglas que le otorgan su identidad. Y Blackwood Crossing se tambalea entre estos factores. Intenta aportar algo de interacción de forma torpe mientras cuenta una historia que poco necesita de mecánicas.
El resultado es que el jugador se enfrenta constantemente a una serie de tareas insípidas para poder acceder a un pequeño retazo de información que le haga seguir manteniendo el interés en la trama.
Un niño de imaginación desbordante
Una historia que se presenta no obstante cautivadora, que nos introduce a Finn, un niño que se refugia en una imaginación desbordante para escapar de los problemas de su vida real, causados primordialmente por la situación de su familia y en especial, con la muerte de sus padres. Nosotros como Scarlett, la hermana de Finn, viajaremos por este mágico y algo más siniestro "País Lineal de las Maravillas", mientras intentamos comprender mejor de lo que lo hicimos en la vida real a nuestro hermano pequeño.
Desafortunadamente, Blackwood Crossing quiere ser más de lo que es. Hay que concederle el mérito, porque no acostumbramos a ver personajes en pantalla en este subgénero, por lo difícil que resulta animarlos, y la falta de recursos económicos de los estudios que apuestan por esta forma de hacer videojuegos. Sin embargo, se ha descuidado tanto el movimiento de Scarlett en primera persona como los pequeños puzles e interacciones que podemos efectuar en el escenario. No solo resulta algo incómodo recoger y manipular objetos, sino que los puzles, si es que podemos llamarlos así, tampoco son de lo más inspirado que hemos visto. Desde recoger algunas fotografías para adivinar una contraseña hasta buscar objetos por el escenario guiándonos por el clásico juego de "frío y caliente".
Es un ejercicio con buenas intenciones, pero resultados irregulares
Se trata entonces de pequeños fragmentos de interactividad que el diseñador ha dispuesto para evitar esa sensación de que en tu juego, juegas poco. Pero la ilusión, lejos de romperse, se consolida más, pues el walking simulator se apoya sólidamente sobre sus bases narrativas y necesita de un ritmo argumental fluido para cautivar y captar el interés del jugador. Y cuando estás distraído del conflicto de Finn con su familia porque tienes que averiguar cómo unir las piezas de un puzle poco inspirado, mientras tu personaje se mueve a una velocidad intencionadamente lenta, tu historia se resiente.
Pero como decimos, cuando funciona, Blackwood Crossing nos hace partícipes de su magia, colocándonos en un asiento preferente donde contemplar el subconsciente infantil afligido y afectado por los problemas de la realidad. Cuando la desbordante imaginación que hemos cosechado a lo largo de nuestros primeros e ignorantes años se enfrenta por primera vez con la crudeza de la muerte y la pérdida. Sin embargo la idea, tan sugerente como resulta, funciona mejor en la cabeza del jugador hambriento por estas historias con estos conflictos, que lo que PaperSeven es capaz de terminar reflejando en el videojuego, más aún cuando tienes que afrontar las reglas del subgénero y las limitaciones del juego independiente.
No me malinterpretéis: creo que el walking simulator aún tiene mucho que ofrecer, pero necesita avanzar si quiere seguir fresco. Y se puede hacer sin necesidad de añadir ni puzles ni pistolas. Pero en el caso de Blackwood Crossing, es un ejercicio con buenas intenciones, pero resultados irregulares. Si eres capaz de ignorar sus fallos, la historia de amor y de pérdida de Finn y Scarlett se antoja entrañable y digna de ser contada desde la perspectiva única de un videojuego, una donde la fluidez de la imaginación infantil se plasma y se recorre con infinitas posibilidades, aunque estas no hayan sido explotadas al máximo en la obra.
Blackwood Crossing es un juego claramente orientado a contar una historia, capaz de emocionar por su forma y su tono a medio camino entre lo entrañable y lo siniestro. El resultado global, sin embargo, arrastra fallos jugables que hacen perder ritmo a la obra, luchando en más de una ocasión con los propios controles.
- El planteamiento narrativo, aun con sus fallos, es inspirado y entrañable
- La imaginación de Finn, un siniestro país de las maravillas a bordo de un tren
- Los intentos por añadir mecánicas y puzles a un juego claramente narrativo terminan por empañar la experiencia
- El movimiento de Scarlett es demasiado lento y llega a ser incómodo
- Bugs que pueden congelar la imagen varios segundos
