Atrapado en una especie de limbo, en una malévola máquina arcade defectuosa e ideada por el mismísimo diablo, el jugador deberá reparar su código, explorar las profundidades del sistema de software y verse obligado a echar una partida a un demente juego de ponis. Eso sí, esto no es un juego de ponis, es Pony Island.