Sé que no sois pocos los que añoráis aquella época en que comprar un juego y recibir un libreto de instrucciones no era la excepción, sino la norma. Recientemente he hecho el ejercicio de rememorar aquella época abriendo los estuches de algunos de los videojuegos de mi colección. Lo cierto es que era una pequeña maravilla contar con esos folletos repletos de ilustraciones, pantallazos y consejos. Por supuesto, había ediciones que no merecían mucho la pena, pero en otras se notaba la dedicación depositada.
Uno de los casos más singulares es el de The Legend of Zelda para NES. Fue el primer título de la saga y contaba con la particularidad de que el cartucho estaba recubierto de una llamativa pintura color dorado. El estuche de cartón poseía una ventanita para que al comprar el juego te dieras cuenta del detalle, pero lo mejor venía dentro. Por supuesto, contaba con el libro de instrucciones de rigor, ¡pero al lado había un mapa! Cuando era un chavalín y lo descubrí por primera vez pensé que sería un complemento, sin más… Estaba completamente equivocado.
Un mapa esencial para sobrevivir en Zelda
Hoy en día todos los juegos disponen de su propio mapa in-game, pero por aquel entonces la tecnología existente no permitía grandes alardes en cuestiones de interfaz. Por ello, Nintendo optó por incluir un mapa físico con cada copia del juego. No sé si con esto se trataba de desincentivar la piratería, pero desde luego era un objeto imprescindible. Te daba la localización exacta de las primeras cuatro mazmorras, aparte de algunos consejos sobre enemigos y los ítems que encuentras a lo largo de la aventura.
Cuando en su día jugué al Zelda de NES, recuerdo que la primera sensación fue la de estar perdido. Te soltaban en medio de la nada, y debías explorar a ciegas para abrirte paso. Era un concepto de juego que nunca había visto y estaba completamente descentrado. Así que poseer este mapa era tu única ayuda: te daba una idea de cómo era el juego, hacia dónde debías dirigirte… y también sobre las cosas que te quedaban por descubrir.
Puede que hoy estas palabras no cobren mucho sentido, porque nos hemos acostumbrado a los retos. ¡Llevamos años jugando! Sin embargo, en 1987 las cosas eran muy diferentes. Por supuesto, no había Internet, y era sencillo que se diera la circunstancia de que no conocieras a nadie con el juego. Debías confiar, si acaso, en que las revistas de papel de la época incluyeran algún tipo de guía. Y es que este Zelda no era pada nada un juego sencillo. Tenía acertijos complicados, algunos de los cuales podían tenerte atascado durante horas e incluso días.
Este mapa era tu única ayuda: te daba una idea de cómo era el juego, hacia dónde debías dirigirte
Por suerte, este mapa incluía una serie de estrategias y ayudas para hacerte tu travesía más llevadera, pero de forma sugerente. Es cierto que se incluía un mapa completo de las primeras mazmorras, pero el acceso a los siguientes niveles se te hacía a través de pequeñas pistas. Haber redescubierto esta pequeña pieza de coleccionista (ahora lo es) me ha hecho pensar en que echar de menos lo físico tal vez no es simplemente una simple cuestión de nostalgia. ¿Qué pensáis vosotros? ¿Tenéis alguna experiencia similar?