El momento más duro de GTA IV: la indiferencia de la rutina

El momento más duro de GTA IV: la indiferencia de la rutina
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"Grand Theft Auto 5, con la infame escena de Trevor torturando a un pobre diablo, no supo parar".

Michael Haneke es mi director favorito. Boom. Empezamos bien, declaraciones humildes. La cuestión, si me gusta tanto es porque su cine muestra a la Humanidad en su versión más ruin y baja, cruel, desalmada y egoísta. Funny Games, su película más popular, es una subversión del slasher en la que dos chicos llegan a una casa y proponen un juego a la familia que vive ahí: ellos apuestan que, a la mañana siguiente, habrán muerto. El metraje que sucede a esta idea es una serie de torturas, físicas y psicológicas, en las que dos chavales con carita de ángel y modales impecables exprimen el sufrimiento de un matrimonio y su hijo.

Para ser un Grand Theft Auto, GTA IV es oscuro y opresivo, con un mundo indiferente a los deseos del jugador

Curiosamente, nunca se ve nada. Los chicos obligan a que la madre les enseñe los pechos y lo que vemos es la cara de ella mientras se desnuda contra su voluntad. En otra escena, al hijo le tapan la cara con la funda de una almohada y le torturan hasta hacerle gritar. Haneke apunta a los padres. (Ojo, que contamos algo importante del final de la película) Uno de los escasos momentos en los que realmente la violencia queda expuesta es cuando el niño intenta huir y recibe un escopetazo en la cara. Los dos torturadores se encogen de hombros y abandonan la casa, dejando a los padres en el salón junto al cadáver de su hijo. En un plano secuencia que apenas dura cinco minutos pero se hace una eternidad, vemos sus cuerpos tirados y el único sonido de una carrera que se emite por televisión. La sangre del chaval mancha las paredes y la pantalla. Haneke contempla desde la distancia inamovible, forzando un enfrentamiento con este instante. Podría cortar a un primer plano de la madre llorando, sí, poner música, un violín triste. Pero el silencio y la cámara fija desde una esquina hace que el momento sea aún más duro, como si hubiéramos entrado en la habitación y lo atroz de la escena nos hubiera paralizado. No podemos hacer nada. Es frío y cruel e intenso.

Es brillante.

Imagen de Grand Theft Auto V

GTA IV es un juego particular. Para ser un Grand Theft Auto, es oscuro y opresivo, su mundo indiferente a los deseos del jugador. A la mitad de los personajes no es que dejes de verlos porque ya no tengan misiones que darte, es que mueren. Súbitamente, sin gloria ni últimas palabras. Más de una vez mueren por tu mano. Pero hay un momento que se me ha quedado especialmente grabado; en el último tercio de la historia visitas a Gerald McReary, un criminal con el que has trabajado antes, a la cárcel. Gerald quiere secuestrar a Gracie Ancelotti, hija del líder de una banda mafiosa con la que no no se lleva bien, así que Niko cumple como siempre. Todo sigue la clásica estructura: cinemáticas, instrucciones, marcadores de misión, punto A, punto B. Lo de siempre. Pero una vez secuestrada, la familia Ancelotti pide pruebas de que ella sigue viva y está ahí. Una vez más, es Niko el encargado del trabajo.

La misión es sencilla: ir al piso franco donde tienen a Gracie y sacarle una foto. Sin embargo, los códigos son distintos. No empieza por una cinemática sino una llamada, y no anula el resto de misiones como pueda ocurrir, por ejemplo, con el rescate de Roman. Puedes seguir deambulando por el mapa libremente y hacer lo que desees; lo único que hace es marcarte con una señal en el mapa la ubicación del piso. Es un lugar cualquiera en un barrio cualquiera y, cuando entras, no se activa ninguna misión. Abres la puerta con la misma normalidad que cualquier otra y, sin cinemáticas de por medio, ahí está. Gracie Ancelotti. Atada de manos y pies y con una mordaza en la boca. Hay un tipo vigilando que no escape ni intente nada extraño. Le haces la foto, la envías y te marchas, y ya está. Se acabó la misión.

Imagen de Grand Theft Auto V

Todo el mundo está a una bala de convertirse en un trozo de carne y ahí GTA IV mira a los ojos al jugador

"I'll take her (rescate)" opera con una frialdad inquietante. Visitas a Gracie como si fueras a comprar ropa, y sin instancias que separen esa habitación del resto del mundo el horror de pensar cómo algo tan atroz puede ocurrir sin que nadie se dé cuenta, qué otras historias inenarrables pueden estar pasando sin que nosotros lo sepamos, se hace aún más patente. El mal no es grandilocuente y la violencia no siempre llega de manera dramática. A veces es rutinaria, cruel no porque haya sangre sino porque es. Da igual. Niko no siente nada y, cuando abandona el lugar, el hombre que está vigilando le comenta que si la próxima vez puede traer unas patatas fritas, que serían la clave. Parece un chiste.

GTA V intentaría llevar este momento más allá con la infame escena de Trevor torturando a un pobre diablo, pero precisamente ahí no supieron parar. Es una misión, una serie de quicktime events en los que escoges una herramienta de tortura y la cámara apunta donde hace falta apuntar para que veas el dolor en toda su gloria. Es pornográfico, intenso para causar una reacción de rechazo, ese "¿te puedes creer que estés viendo esto?". En el secuestro de Gracie sigue habiendo esos atisbos de deseo excesivo, la idea de que, por supuesto, es una chica indefensa y que para hacer que mire a cámara hay que golpearla. Estamos hablando de Rockstar. Pero ese momento me sigue sentando como un puñetazo al hígado precisamente porque a nivel formal no se hace ningún esfuerzo por darle relevancia. Es un acto criminal más de entre tantos otros actos criminales, un día en la vida, un parpadeo en el radar. Todo el mundo está a una bala de convertirse en un trozo de carne y ahí GTA IV mira a los ojos al jugador. No es horrible porque veamos un primer plano de ella sufriendo. Es horrible porque está pasando. Es cruel porque, en esta pelea por ver quién la tiene más grande, hay daños colaterales. Gracie está ahí por el capricho de una persona. Y a todo el mundo le da igual.

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