Netflix continúa su fuerte apuesta por llevar al terreno de la acción real grandes títulos de la animación. Tras experiencias previas como la adaptación de One Piece, tenías mucha ganas de ver qué lograrían con Avatar: La Leyenda de Aang. Personalmente, tras mi decepción con la adaptación de Cowboy Bebop, he procurado moderar mis expectativas con este nuevo proyecto debido a la fallida película de Night Shyamalan que ya trató de llevar la mitología de Avatar a la imagen real con mucha más pena que gloria.
La serie original de Avatar nos sumerge en un mundo dividido en cuatro naciones, cada una con la capacidad de controlar un elemento: agua, tierra, fuego y aire. Aang, el último maestro del aire, junto a sus amigos, debe detener la nación del fuego y restaurar el equilibrio en pleno conflicto bélico. En lo personal, la serie animada original no logró engancharme completamente. Sin embargo, la nueva adaptación en acción real de Netflix, que se estrena este 22 de febrero, ha sido sorprendente. La serie logra capturar la esencia de la historia original, apostando principalmente por su reparto y su fanservice.
Un aire irregular
Si hablamos del reparto, hay que destacar al joven Gordon Cormier en el papel protagonista de Aang, quien logra transmitir un carisma desbordante. Es imposible que este chaval no te caiga bien. Y no me puedo olvidar de Paul Sun-Hyung Lee, como el Tío Iroh, el trabajo de actuación más medido de la serie y que destaca ante el histrionismo del resto del reparto en un mosaico de actuaciones que en su afán por arrimarse al original llega a la caricatura.
Ian Ousley, Kiawentiio y Gordon Cormier en Avatar: La leyenda de Aang. Foto: Netflix
Pero el fanservice, sin embargo, es tal vez el elemento que más lastra esta serie. Si bien es comprensible que Netflix haya querido mantenerse cerca de la serie animada original, el resultado es un desarrollo atropellado en el que los personajes piden a gritos más tiempo en pantalla para crecer. Y no hablo solo de esos secundarios que se presentan en un episodio y fallecen, heroica y emocionalmente se supone, al final del mismo. También algunos de los más importantes parecen estar en la serie solo para decir su frase y volver a difuminarse en el fondo.
Esto hace que la serie parezca más un complemento de la original, algo pensado para ver después de haber disfrutado de la versión original. Y es una pena porque la serie tiene un arranque tremendo que engancha fácilmente, pero pierde fuerza poco a poco y no recupera su pulso hasta los últimos capítulos. La puesta en escena también es irregular, alternando entre escenas épicas espectaculares y efectos visuales que ya nos parecerían flojos hace 15 años. Y es que en su diseño de producción también Avatar The Last Airbender se muestra irregular, con un vestuario colorido en la que la ropa casi siempre parece recién estrenada y unos complementos y elementos de escenografía claramente de plástico y cartón, a la vez que pone en pantalla algunas coreografías de peleas simplemente espectaculares.
Dallas Liu y Paul Sun-Hyung Lee en Avatar: La Leyenda de Aang. Foto: Netflix
El alma del Avatar
Finalmente, asumiendo que esta serie está dirigido a un público mucho más joven que yo, reconozco que tiene su propia alma y que logra tocar de manera interesante temas muy importantes como la responsabilidad, la amistad o el tránsito de la infancia a la adolescencia y a una temprana madurez, tal vez lo más difícil de lograr al enfrentar esta adaptación. Con todo, creo que es una serie tremendamente disfrutable para los espectadores más jóvenes y para aquellos que ya disfrutaran del Avatar animado y que siguen recordándola con cariño, pero tal vez no logre satisfacer a un público menos comprometido con la franquicia.
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