De entre todas las rarezas e historias que los europeos traían de sus viajes a Asia, una de las que más sorprendían en el Viejo Continente era la de la ejecución por elefante, una práctica recurrente en países como la India donde, valiéndose de elefantes adiestrados, se torturaba a los prisioneros aprovechando la fuerza y peso de estos majestuosos animales.
La más común de ellas implicaba utilizar al paquidermo para hacer rodar lentamente al prisionero con la suficiente delicadeza para que acabasen más asustados que gravemente heridos. Dependiendo de la falta perpetrada, esa tortura podía realizarse con más de un elefante y alargarse durante días hasta que la persona era perdonada. Y hay casos en los que, tras sobrevivir a esa práctica, al condenado se le garantizaba la libertad.
En otros ejemplos, en cambio, la ejecución por elefante implicaba aplastar la cabeza del reo con las patas para provocar una muerte rápida o, en el peor de los casos, se aprovechaba la fuerza del animal para mantener el cuerpo inmóvil aprisionándolo con sus extremidades mientras se valía de la trompa para desmembrar partes del cuerpo.
El fin de las ejecuciones con elefantes
La popularidad de los elefantes como animal de batalla por su inteligencia y fuerza ya se conocía en Occidente por culpa de los ejércitos de Aníbal, que se valían de ellos para arrasar tropas enemigas pisoteando a los soldados a diferencia de las cargas con caballos, que a menudo se mostraban más dubitativos a la hora de pisotear a un humano.
El uso de elefantes para estas prácticas era también una forma de demostrar la autoridad de la época y otorgar a sus regentes cierto misticismo. Al ver cómo estos poderosos y gigantescos animales obedecían las órdenes de los mandatarios pese a ser bestias salvajes, los ciudadanos proyectaban en él ese poder y dominación. Con la llegada de las colonias, la práctica fue decayendo hasta su supresión.
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