Con la fiebre de John Wick por bandera, Matthew Vaughn nos sorprendía en 2015 con Kingsman, la historia de un grupo de agentes secretos que debía enfrentarse al personaje de Samuel L. Jackson para evitar que diezmar la población. El megalómano y multimillonario, en una clara inspiración a Elon Musk, se había propuesto acabar con la superpoblación y los problemas que acarrea.
La idea de que en la Tierra somos muchos, que eso provoca el calentamiento global, y que a la larga va a conseguir que nos quedemos sin comida, se ha convertido en un mito que, en realidad, es muy fácil de desmontar. Las cifras no sólo demuestran que ser muchos ayuda, también que el problema de la sobrepoblación no es tal cosa.
Misión: acabar con la superpoblación
Cumpliéndose casi 10 años desde su estreno, lo cierto es que el personaje de Jackson en Kingsman, bajo la figura de Richmond Valentine, cada vez se parece más al CEO de Tesla. Desde su posición de gurú de la tecnología, parece obstinado a salvar la humanidad, ya sea llevándola al espacio o encumbrando su polémica visión del mundo moderno a través de tuits.
El villano de la cinta también es una de las grandes figuras de internet y, bajo un aura de filantropismo, regala a toda la población tarjetas SIM que ofrecen conexión y datos gratuitos de por vida. Su plan es que, valiéndose de esas mismas tarjetas, sacrificará a gran parte de la humanidad salvo a unos pocos elegidos para evitar la extinción del planeta por culpa de problemas comúnmente atados a la superpoblación como el calentamiento global.
Del problema de ser demasiadas personas en el planeta Tierra también se dice que nos quedaremos sin comida para poder alimentar a todos, que pronto no habrá suelo en el que vivir, y que el sobreconsumo derivado de ese crecimiento exponencial tarde o temprano nos llevará al colapso.
Sin embargo, pese a que la realidad supere cada dos por tres a la ficción, el problema planteado en Kingsman que mantienen ciertos sectores de las altas esferas y ha terminado calando entre la población, en realidad no es tal cosa. De hecho, diversos estudios apuntan que, en lo relativo a la sobrepoblación, se ha entendido todo al revés.
Desmontando el mito de la sobrepoblación
Partamos del mismo caso que se plantea en Kingsman con la idea de que la superpoblación es la causa del calentamiento global. Si alguna vez te has asomado a las críticas a la contaminación del jet privado de Taylor Swift, probablemente ya sepas que el problema con las emisiones globales de CO2 está muy lejos de ser culpa nuestra. No es sólo que el 10% más rico de la población mundial emita el 50% de las emisiones, es que países con altas tasas de natalidad como los del África Subsahariana o la India tienen un impacto ínfimo. El problema está lejos de ser que "somos demasiadas personas en el mundo".
De hecho, ni siquiera nos acercamos a ser demasiados. Tal y como recogía la científica de datos de Oxford, Hannah Ritchie, el pico de crecimiento de población se alcanzó en 1963 y, desde entonces, no ha dejado de bajar. Actualmente nacen menos niños que el número de ancianos que fallecen y, con una tasa por debajo del 1% de natalidad, los estudios de la Organización de las Naciones Unidas calculan que antes de terminar el milenio, para 2086, la población mundial empezará a decrecer.
La tendencia plantea un profundo problema que países como Japón ya han empezado a acusar. Contar con una población envejecida hace que la proporción de trabajadores se reduzca, que los gastos de sistemas de pensiones y atención médica suban como la espuma y, de rebote, que se ralentice el crecimiento económico de los países que sufran esa curva descendente. Sin irnos demasiado lejos, la Unión Europea calcula que para 2050 más del 30% de la población será mayor de 65 años.
Pero más allá de los inconvenientes producidos por el hecho de estar lejos de la idea de superpoblación, están los palos en las ruedas derivados precisamente de no serlo. La clave está en que el aumento de la población trae también más oportunidades de crecer en innovación tecnológica y, conforme más personas estén en la rueda, más patentes y desarrollos se producen. El mejor ejemplo son Alemania y Japón, que consiguieron avanzar más que otros países mientras veían que su población aumentaba considerablemente.
Una vez más, la ciencia ficción es el ejemplo perfecto de cómo funciona el mundo cuando lo vemos desde otra óptica. De cómo a menudo nos agarramos a mitos que damos por válidos cuando las cifras dicen lo contrario, y de cómo los filántropos multimillonarios prometen salvar el mundo cuando, en realidad, su objetivo sigue siendo su propio ombligo.
En 3DJuegos | Un día Japón se despertó como si su cielo fuese el opening de un anime. La culpa era de los peces
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