Más Allá del Videojuego. Sekiro y el Budismo

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Volvemos con un nuevo Más Allá del Videojuego. En esta ocasión nos centramos en el profundo mensaje budista que esconde Sekiro: Shadows Die Twice. La obra de FromSoftware siempre ha tenido ciertas reminiscencias a esta doctrina, pero en su último videojuego son muchas las referencias directas. Vamos a repasar algunas de las más importantes.

Desde los inicios, el trabajo de Hidetaka Miyazaki ha estado influenciado levemente por la filosofía budista. Pequeños retazos que se podían entrever en algunos de sus escenarios y, sobre todo, en esa mecánica de la eterna muerte y resurrección de nuestro personaje No Muerto. Al estar todo salpicado de fantasía, nos teníamos que mover siempre en el terreno de la pura especulación.

Sekiro: Shadows Die Twice, sin embargo, establece una base real que luego salpimenta de elementos fantásticos. Se especifica claramente que el relato sucede en Japón, aunque transcurra en la imaginaria región de Ashina. Asimismo, se nombra directamente al budismo y las implicaciones de la historia están intrínsecamente relacionadas con dicha doctrina. En el presente artículo, vamos a trazar los paralelismos que suceden en el juego, pero nos centraremos más en los elementos simbólicos en relación a su trama y mecánicas más que en su iconografía. Es decir, no señalaremos la estatua que se encuentra en la hacienda Hirata, donde enfrentamos a Lady Mariposa, simplemente por ser budista, sino que buscamos aquellos elementos que tienen un impacto profundo tanto en la el camino del Buda como en el lore del juego.

De entre todos los elementos que componen la historia de Sekiro, el concepto de la resurrección e inmortalidad es el más importante, tanto para la historia como para las propias mecánicas del juego. Desde nuestro punto de vista occidental, la resurrección, tal y como se trata en Sekiro, como la imposibilidad de morir, nos puede parecer atractiva. Una forma de burlar a la muerte. De la inmortalidad como un gran poder concedido al hombre.

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De entre todos los elementos que componen la historia de Sekiro, el concepto de la resurrección e inmortalidad es el más importante

Pero desde una perspectiva oriental, es precisamente la rotura de este ciclo de muerte y resurrección la que se asocia con el estado de iluminación que puede conseguir el ser humano. Es decir, la resurrección de la esencia humana es, en el fondo, el propio infierno. La obligación de tener que regresar a una vida mortal. Esto es debido a que la reencarnación en el budismo es el fenómeno que sucede cuando el ser humano no ha alcanzado el nirvana, y debe volver a tomar otro cuerpo para poder volver a intentarlo. Este círculo sin fin se llama Samsara, y es el que envuelve los diferentes estados de reencarnación según el karma acumulado. Si el karma es negativo, un hombre puede reencarnarse incluso en un animal, en un fantasma o llegar a un estado más bajo todavía: el de un demonio o Asura. O tal como se describe en el juego, el de un Shura…

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Es por eso que lo que algunos ven la inmortalidad en la región de Ashina como un don, la inmortalidad, mientras que otros, como Lord Kuro, el pequeño maestro de Sekiro, lo ve como una maldición. Aquí, FromSoftware deja entrever más que nunca la clara inspiración budista de la obra. La inmortalidad es una maldición y para acabar con ella se debe romper el ciclo de muertes y resurrecciones, que no sólo condenan al propio portador, sino que causan diversas enfermedades, conocidas como la dracogripe y el estancamiento de la sangre.

Sin embargo, pese a que Lord Kuro y el anterior heredero del acervo del Dragón, Lord Takeru, buscaban romper con la maldición, muchos otros han visto un gran poder en la inmortalidad. Un buen ejemplo es el de los monjes del templo Senpou que encontramos en el monte Kongo. Aquí, los monjes que seguían la senda de Buda decidieron tomar un atajo al Nirvana. En el budismo, cuando un ser se reencarna pierde todo recuerdo de sus vidas pasadas, un obstáculo más para alcanzar su objetivo, por lo que estos monjes decidieron alcanzar la inmortalidad por sus propios medios y, para ello, no solo bebieron el agua del Palacio del Manantial, sino que experimentaron con ella.

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¿Nos está diciendo FromSoftware aquí que la ciencia tampoco es el camino definitivo?

El agua del manantial procedía directamente del Reino Divino, y se dice que tiene propiedades que alargan la vida. Sin embargo, el coste de beber estas aguas es muy alto, como podemos ver a nuestro paso por la Aldea Mibu. Estos monjes son un buen símbolo de que el hombre siempre busca un camino más rápido para lograr sus objetivos, pero no hay atajos que valgan en esta búsqueda de la iluminación. Además, se nos dice que los monjes hicieron multitud de experimentos con el poder de estas aguas, utilizando como sujetos a niños inocentes en el proceso, hasta lograr crear a la Niña Celestial. ¿Nos está diciendo FromSoftware aquí que la ciencia tampoco es el camino definitivo?

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Hay otros jugadores que creen que Sekiro esconde un profundo choque producido por las dos tipos de doctrinas predominantes en el país del sol naciente: la budista y la sintoísta. A diferencia del budismo, que sigue los preceptos de Buda en su vida y en su filosofía recogida en las Cuatro Nobles Verdades, el sintoísmo es una religión que venera a los espíritus y dioses que habitan en la naturaleza. Para entender el contraste de estas dos religiones tenemos que comprender la importancia del Dragón Divino, un espíritu que habita en el árbol siempreflor, y que se dice que vino de una tierra del Oeste. Pero este dios y este árbol son corrompidos al llegar a la tierra de Ashina, como si sus poderes no pudiesen brotar correctamente en esta región. Del árbol es donde emanan las aguas del Palacio del Manantial y que llegaron también a la región de Ashina. Son estas las aguas que proporcionaron a los monjes y otros habitantes de la región el don de la inmortalidad, pero también ese parásito en forma de ciempiés que se adueña de ellos, fruto de la corrupción de las aguas.

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En el sintoísmo, de hecho, el ciempiés es símbolo de la maldad más absoluta. Aquí tenemos una nueva forma de trazar paralelismos entre las dos doctrinas y las dos vías de afrontar la inmortalidad de los personajes de Sekiro. Lord Kuro y nosotros, como su fiel shinobi, queremos seguir el verdadero camino del Buda, aquel que alcanza la iluminación rompiendo la rueda de muertes y reencarnaciones. Genichiro, el hombre que nos corta el brazo al principio del juego, busca defender su tierra con el poder de la inmortalidad. Los monjes se desvían de la senda de Buda al utilizar las propiedades del agua y los habitantes de la aldea Mibu beben de ella debido a una implacable sed… Interpretado de esta forma, el juego parece utilizar elementos sintoístas en contraposición del camino budista. Otra prueba la vemos en la espada que blande el propio Dragón Divino, cuyo diseño calca el de La Espada de Siete Ramas, una prueba más de que esa tierra de la que proviene el dragón bien pudo ser la propia Corea, región que se encuentra, como el juego indica, al Oeste de Japón.

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En Dark Souls, el final del juego siempre ha tenido un desenlace agridulce. No hay opción “buena” o “mala”. Como el yin y el yang, las dos posibilidades son dos caras de una misma moneda que están siempre conectadas entre sí y que forman un ciclo condenado a repetirse. En Sekiro, sin embargo, hay varios finales y se nos insta a aspirar por el más complejo de todos. El más fácil y rápido de todos ellos nos lleva a convertirnos en un Shura, a dejarnos llevar por la sangre y la muerte que hemos causado a nuestro paso. El más elaborado de conseguir es el que nos acerca a la iluminación y acabar con el ciclo de resurrecciones. A diferencia de los monjes que buscaron la vía rápida, siendo contaminados por ese parásito que les otorgó poder, una vida larga, pero arrebatando su propia voluntad en el proceso. La última lección de Sekiro nos enseña exactamente eso. Que el camino hacia la iluminación es el más largo y arduo, lleno de desafíos en los cuales es fácil rendirse. Pero nuestra propia esencia está en juego y, por ello, no debemos rendirnos nunca. No podemos. Al fin y al cabo, estamos maldecidos con la vida eterna.

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