José A. Mateo Albuerne
Jefe de ActualidadCuando jugamos a muchos videojuegos es posible que nos entre lo que yo llamo el "hastío del jugón". Me refiero a ese momento en el que incluso cuando tenemos catálogos de suscripciones repletos de títulos y una biblioteca a rebosar, nos cuesta elegir el próximo videojuego y, una vez que lo hacemos, optamos por abandonarlo al poco para volver a uno de nuestras experiencias de confort. En mi caso, esto suele ir asociado a un sobreanálisis de lo que estoy jugando, haciendo que la experiencia sea muy analítica y acabe por no disfrutar de la experiencia.
Para apagar tu cerebro jugando y que lo que sientes en las manos y ves en pantalla te acabe por rascar en la parte correcta del sistema nervioso, es natural acudir a títulos que ya conoces. Desactivar tu cabeza para activar tu instinto, si preferís. Si a eso añadimos vivir una experiencia sinestésica, pero a la inversa, donde lo que ves acaba por dividirse en colores y formas que activan ciertas pulsaciones en tu mando, tenemos títulos como Tetris Effect.
O también Skate Story, quizás el último gran videojuego independiente del año. Lo que se presenta como una historia sobre un demonio de cristal que se dedica a comerse lunas mientras realiza trucos con su skate, acaba por ser algo que te hace entrar en trance y, como hace el protagonista, transitar a otro plano de la existencia.
Y lo hace con un respeto reverencial al arte del patín. Los trucos se ejecutan posicionando de forma previa los pies y luego realizando el salto, lo que hace que el timing pase a ser un factor más en el resultado, además del terreno que estemos atravesando o el desnivel del mismo. Podemos encadenar combos, y eventualmente hacer trucos avanzadísimos, pero esto no es Tony Hawk y su spam de habilidades en un half-pipe.
Creo que el prólogo del juego cumple una gran función a la hora de sumergirte en el mundo de Skate Story, pero también es un arma de doble filo. Usa conceptos filosóficos para presentar la historia, pero quizás se toma demasiado en serio en fondo, cuando lo que más aporta es en forma. A medida que avanzamos, este apartado acompaña más que interrumpe, priorizando lo que pasa sobre el patín y dejando que la narrativa habite el mundo de las sensaciones; uno que le favorece.
Porque cuando dejas de jugar a Skate Story no sigues pensando en qué te dijo cierto personaje, sino en lo que te ha hecho sentir el título en la última sesión con él. Y ahí juegan un aspecto crucial tanto el apartado musical como el visual, que se dan la mano para sentir una experiencia extracorpórea. Esto es algo que tiene aún más mérito cuando descubres que el juego ha sido desarrollado por una única persona, Sam Eng.
Además de haber sido galardonado por un premio de la marca de lujo Chanel como uno de los próximos creadores de nuestra generación, Eng es todo un artista de nueva generación. Dentro de Skate Story, que en primer lugar es un juego sobre hacer skate, y en segundo un manifiesto a favor de "las vibes", encierra una reflexión profunda sobre qué es realmente el infierno. Aunque hay esqueletos y llamas, el entorno se parece mucho a una metrópolis.
Skate Story nos presenta un infierno sin penitentes, castigos y muerte; pero con algo más terrible: el infierno es gente preocupada, ocupada y cansada en una gran ciudad. Para Eng, la penitencia en vida es transitar avenidas repletas de basura, una lavandería donde las máquinas no funcionan y un metro para el que necesitas recargar esa mugrienta tarjeta de viajes. Pero salvo en el inicio, nunca te lo expondrá, será algo que descubrirás tras cada ollie, switch y manual.
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