Desde fuera, Valorant es un shooter táctico donde la precisión es clave, la estrategia lo es todo y las habilidades definen el estilo. Pero debajo de las máscaras, las armaduras y el poder radiante, cada agente arrastra consigo un pasado que nunca termina de apagarse. Porque antes de ser soldados, todos fueron algo más: víctimas, vengadores, traidores o simplemente supervivientes.
En este universo donde la tecnología y la magia conviven en tensión constante, las guerras no solo se libran en los mapas de Pearl, Ascent o Lotus. También se libran en la mente de cada agente. Los fantasmas del pasado les susurran en los oídos entre ronda y ronda y, aunque el juego rara vez se detiene para contarlo, lo cierto es que Valorant está lleno de cicatrices que no se ven.
La carga del mando
Si hay alguien que encarne la figura del veterano de guerra a la perfección, ese es Brimstone. El comandante, el estratega, el padre severo del protocolo Valorant. Su voz es una constante en el oído de los agentes, dando órdenes con tono firme y sin titubeos. Pero tras ese liderazgo casi incuestionable, se esconde un hombre que ha perdido más de lo que suele admitir.
Originario de Baltimore, Brimstone sirvió como comandante en los marines estadounidenses antes de involucrarse con el proyecto Kingdom. En su espalda lleva un dispositivo que regula el uso del radiante, una tecnología que él mismo ayudó a desarrollar… y que, de algún modo, teme. No lo dice, pero lo deja entrever en sus silencios. Sabe que cada vez que envía a un agente al frente, hay una posibilidad de que no lo vuelva a ver.
Hay algo profundamente solitario en Brimstone. No es solo que cargue con la responsabilidad del equipo. Es que ha visto caer a demasiados compañeros para tomarse la guerra como un juego. Su trauma es silencioso, disciplinado. Es un dolor que se lleva con el pecho erguido y el café bien cargado, como si solo así pudiera seguir adelante.
Brimstone
El caso de Breach es otro parecido. Su guerra no empezó con una bandera o una misión, sino con una deuda moral. Criado en las calles de Suecia bajo la tutela de criminales, Breach —cuyo nombre real Erik Torsten— fue durante años un mercenario que usaba su ciberbrazos no para salvar vidas, sino para destruirlas.
Él no nació siendo un villano. Fue producto de un entorno áspero, sin opciones. Y cuando finalmente decidió abandonar esa vida, la culpa ya le pesaba como un grillete. La decisión de unirse a Valorant no fue solo estratégica; fue existencial, una especie de oportunidad de redención.
A veces, entre broma y broma, se le escapa una mirada cargada de cierta nostalgia oscura. En sus diálogos se puede leer la lucha constante entre el guerrero impulsivo y el hombre que intenta encontrar una causa justa. Y esa tensión lo define más que sus granadas o su onda sísmica. Breach pelea dos guerras: la que tiene en el mapa, y la que libra consigo mismo cada vez que recuerda a quiénes hizo daño antes de cambiar de bando.
La paranoia de un hombre roto
No hay máscara más literal ni más simbólica que la de Cypher. El espía marroquí, obsesionado con la vigilancia, ha convertido su pasado en una fortaleza de cámaras y trampas. Habla poco de sí mismo, pero lo suficiente como para entender que hay algo irrecuperable en su historia.
Ciertas frases sobre su familia, que se pueden oír durante algunas partidas, dicen más que cualquier biografía oficial. Cypher perdió a su esposa y a su hija en un evento que sigue envuelto en misterio. Algunos creen que fue una operación fallida. Otros, que fue un ajuste de cuentas. Lo cierto es que desde entonces, Cypher vive como si la traición fuera inevitable.
Cypher
Su obsesión por saberlo todo, por tener ojos en cada rincón, no es táctica: es supervivencia. Su paranoia no es injustificada. Es el reflejo de alguien que aprendió, demasiado tarde, que el peligro siempre entra por la rendija menos vigilada.
Hay una tristeza inmensa en Cypher, pero también una lucidez brutal. Sabe que el conocimiento no salva, pero al menos lo prepara para el golpe que viene. Aunque nunca sea suficiente.
Voces rotas en un coro de guerra
Brimstone, Breach y Cypher son solo tres entre un reparto de agentes cuyas biografías están teñidas por pérdidas, traiciones o decisiones que cambiaron sus vidas para siempre. Phoenix, por ejemplo, lucha con la presión de representar a Reino Unido mientras intenta mantener su arrogancia como escudo emocional. Sage, sanadora de batalla, vive entre la serenidad que proyecta y el peso de cada vida que no logró salvar. Reyna, la vampira de almas mexicana, se alimenta de la muerte… pero también de un rencor antiguo que aún no se cierra del todo.
El juego apenas deja ver estos matices. A veces se escapan en una línea de diálogo, en un gesto, en un intercambio breve entre agentes. Pero ahí están, enterrados bajo las habilidades y el gunplay. Porque Valorant, más allá de sus partidas frenéticas, está construido sobre ruinas. Cada agente es un edificio que se rehizo sobre sus propios escombros.
Breach
El pasado como motivación… o como condena
Una de las claves narrativas de Valorant es que el conflicto no es solo externo. Las líneas morales se difuminan. Y en medio, están los personajes que no buscan gloria, sino propósito. Ese propósito muchas veces nace del pasado. Para algunos, como Brimstone, es proteger a los nuevos soldados de los errores del ayer. Para otros, como Breach, es una forma de redimirse. Para Cypher, es una cruzada personal contra el caos que le arrebató a su familia. Pero en todos los casos, el pasado no es una anécdota. Es una carga que define cómo pelean, a quién protegen y qué están dispuestos a sacrificar.
Curiosamente, el jugador rara vez se detiene a pensar en esto. En el calor de la partida, lo que importa es dar un buen headshot, el retake perfecto o ganar la ronda. Pero al conocer el trasfondo, todo cambia. De pronto, lanzar una incendiaria con Brimstone no es solo zona de control; es la decisión de un comandante que aprendió a no arriesgar más de lo necesario. Cuando Cypher coloca su cámara, no lo hace por control: lo hace por miedo. Y cuando Breach rompe una pared, quizás también está intentando derribar las que él mismo construyó en su vida anterior.
Valorant no obliga a que entendamos todo esto. Pero quien decide mirar más allá encuentra algo que rara vez se ve en un shooter competitivo: humanidad. Y esa es, tal vez, la batalla más importante del juego. La de recordar que, detrás del disparo certero, hay una historia que tiembla en silencio. Un eco del pasado. Una guerra que todavía no ha terminado.
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