Reconozco que hace mucho que no me entusiasmaba un manga nuevo. La saturación de títulos, los tropos reciclados y el ritmo de edición me alejaron de las estanterías de novedades. Hasta que llegó Mujina: Into the Deep, de Inio Asano, y todo cambió. Reconozco que piqué porque es una lectura que recomendó David Rubín, y a Rubín le suele hacer caso cuando habla de viñetas. En cuanto abrí sus primeras páginas, con esas composiciones imposibles y esas perspectivas, sentí un regreso emocional a esa fascinación adolescente por las colegialas que portan armas letales con la frialdad de un samurái.
Me hizo pensar en Akane Tendo, en Saya, en Gogo Yubari. Y me hizo pensar en mí mismo, en lo que proyectamos culturalmente sobre estas mujeres imposibles, en lo que representa realmente ese binomio de inocencia y violencia. Y entonces, comprendí que el subgénero de "katanas y colegialas" no es solo estética: es un campo de batalla ideológico que no he sabido interpretar durante muchos años, una forma de encarnar nuestras tensiones culturales, especialmente desde la mirada masculina. bueno, mejor tarde que nunca, ¿no?
El regreso al filo de la espada
La culpa es de Ranma ½ y de un contexto social y cultural muy diferente al actual. Hoy nos echaríamos las manos a la cabeza si en horario infantil los peques estuvieran expuestos a Chicho Terremoto. La verdad, y visto con perspectiva, venidos de bailar lo del Tractor Amarillo en las fiestas de los pueblos, así que creo que bastante bien hemos salido, en general. En 1989, Rumiko Takahashi nos presentó Ranma ½, una comedia de artes marciales y enredos de género. Pero entre bromas anatómicas de mal gusto, transformaciones y baños compartidos, brillaba Akane Tendo: una colegiala con uniforme, moño y puños de acero. Akane no quería ser la damisela. Quería entrenar, mejorar, pelear. Genial, ¿cómo no me iba a gustar si soy el súbdito más leal de la Princesa Leia? Ahora, con más de 40 años, recuerdo aquellos años y veo una tímida representación de la autodefensa femenina en un mundo dominado por expectativas patriarcales.
Ranma 1/2
Como señala Marta Garcia Villar en su estudio El manga y la representación de la mujer (UCM, 2015), "Takahashi propone una forma de empoderamiento femenino sin abandonar los códigos del entretenimiento juvenil, lo que convierte a sus protagonistas en ejemplos paradójicos de resistencia y asimilación de estereotipos". Akane no era una subversión total, pero fue el punto de partida. Y para muchos de nosotros, la primera en empuñar simbólicamente una katana. Pero no fue la primera, ni mucho menos. A mí la primera que me viene a la cabeza es la princesa Yuki, claro, que es el referente directo que George Lucas tomó para Leia en su Star Wars.
Mucho antes del anime, en 1958, Kurosawa sentó cátedra con La Fortaleza Escondida. Aunque protagonizada por samuráis, es la princesa Yuki quien encarna la decisión y el liderazgo. Se disfraza, da órdenes, desafía a la autoridad. Kurosawa se adelantó al cine de acción feminista, aunque su mirada seguía mediada por el canon masculino. 1958, recordad. Aquella mujer noble y fuerte, capaz de sobrevivir en un mundo hostil, anticipa muchas de las figuras femeninas que hoy veneramos en el manga. Como explica Yvonne Tasker en Spectacular Bodies (1998), la acción femenina siempre ha sido un campo de tensión entre el empoderamiento simbólico y la estetización del cuerpo femenino. entre la fascinación y el fetichismo.
La Fortaleza Escondida
Sigo con otras de mis obsesiones: Frank Miller reinventó los tropos del samurái en Sin City con Miho (o su Elektra), una asesina muda, pequeña, en kimono. Mata sin esfuerzo y sin piedad. No tiene historia, ni voz, ni contexto. Es un instrumento. Miller la convierte en un símbolo de la "femme fatale" orientalizada, sin sexualidad pero hiperviolenta. Yo a Miller le quiero mucho, pero también es justo señalar de qué pie cojea el hombre.
En Mujina la violencia femenina ya no es ni fetiche ni excepción: es sistema
Aquí, el fetichismo está claro. como con los uniformes escolares, que tiene tanta carga de trauma infantil e insatisfacción como de cosificación. Edward Said hablaría de "orientalismo pop": una representación estetizada de lo exótico al servicio del placer occidental. Miho no es una persona: es una fantasía. Como señala Laura Mulvey en su ensayo clásico Visual Pleasure and Narrative Cinema (1975), "la mujer en el cine clásico se convierte en objeto de la mirada masculina". Miho es exactamente eso: mirada y nada más. En este caso tenemos además el lastre de la deformación cultural occidental, pero desde 1958 y Kurosawa la cosa tampoco ha evolucionado mucho. En el año 2000, Blood: The Last Vampire presentó a Saya: mitad vampiro, mitad colegiala, toda violencia. ni que decir tiene que me fascinó. La película animada redefinió el uso del gore: la sangre no era mero estímulo visual, era parte del drama. Saya extermina monstruos mientras arrastra su trauma. El uniforme no es fetiche, sino disfraz, armadura, trampa. Es evidente que hay muchas cosas ahí a las que podemos etiquetar de red flag.
Blood: The Last Vampire
El director Hiroyuki Kitakubo declaró que quería "mostrar una soledad esencial en la violencia femenina, no su erotismo". Bueno, yo no lo tengo tan claro. Saya es una figura rota, que encuentra en el combate su única expresión posible, pero en mi opinión el problema no está en la soledad del personaje, si no en el trauma. En cualquier caso, y en un plano más superficial, que es el mismo que a mí me fascinó en un primer momento y que es en general en el que se queda la mayoría del público, la fetichización de esta joven mujer guerrera es evidente. En Kill Bill Vol. 1, Gogo Yubari aparece apenas unos minutos. Pero son inolvidables.
Vestida con uniforme escolar, empuñando un meteor hammer, se enfrenta a La Novia. Gogo es un icono pop instantáneo: mezcla de lolita y psicópata, diseñada para seducir y aterrar. Claro, Tarantino, que sabe perfectamente lo que hace y que no deja pasar la oportunidad de poner en pantalla sus propias filias, incluyendo los pies de Uma thurman. Hablando precisamente de eso: En una de las versiones del guion original de Pulp Fiction, que no llegó al metraje final, Mia Wallace le pregunta a Vincent: "Have you ever fantasized about being beaten up by a girl?"
Esa frase resume mucho. La violencia femenina como fantasía erótica, como subversión simbólica de poder. Como explica Julia Lee en Women Warriors in Modern Media (2019), estas figuras responden a "un conflicto entre el deseo de ser dominado y el miedo a perder el control masculino en la esfera social".
MAd Max: Furia en la Carretera
Ripley, Connor, Kusanagi, Trinity, Furiosa: la acción femenina escrita por hombres
En el cine, hemos aplaudido a Ripley, Sarah Connor, Furiosa. Guerreras icónicas, pero también creadas por hombres. James Cameron o George Miller entendieron que una mujer en pie de guerra generaba tensión narrativa. Pero también, como dice Tasker, "proyectan un ideal masculino de feminidad empoderada, funcional a la estructura clásica del cine de acción". No es que no sean personajes poderosos. Es que lo son según los códigos del relato masculino. Una especie de contrapunto para que la mujer actúe sin que el hombre pierda su protagonismo simbólico. Si te gusta el cine y tienes amigas, seguro que has hablado de esto.
Videojuegos, backlash y la guerra cultural
En los videojuegos, el conflicto es aún más crudo. Protagonistas como Ellie (The Last of Us Part II) o Aloy (Horizon) han sido blanco de críticas por parte de sectores que ven en ellas una "agenda woke". Mientras tanto, personajes como Kasumi de Dead or Alive o Eve de Stellar Blade siguen reproduciendo el viejo molde: curvas imposibles, ropa ajustada, movimientos felinos y físicas imposibles gracias a los motores de sus respectivos juegos.
Según el estudio de Anita Sarkeesian en Tropes vs Women in Video Games, estos diseños no solo sexualizan: "normalizan la idea de que la mujer empoderada debe ser también deseable según los cánones heteronormativos". Lo que molesta a algunos no es que haya mujeres protagonistas: es que no sean suyas.
Mujina: Into the Deep
Mujina: Into the Deep, cuando la katana corta por dentro
Y aquí aparece Mujina: Into the Deep. Este manga representa la evolución más lúcida, pero siniestra, del arquetipo de la mujer guerrera en la cultura pop contemporánea. En línea directa con lo planteado por Lee-Jane Bennion-Nixon, Mujina no es una fantasía heroica ni una figura moldeada desde el deseo masculino, sino un personaje concebido desde y para el colapso social.
En el manga de Inio Asano, la violencia femenina ya no es ni fetiche ni excepción: es sistema. La katana no es aquí una prolongación erótica del cuerpo ni una herramienta de liberación, sino una prótesis narrativa que corta por dentro, que desgarra no solo enemigos sino el tejido moral del mundo que habita. Partiendo de algunas de las interesantes ideas de María Florencia Guzzanti, Mujina: Into the Deepse inscribe de lleno en esta evolución contemporánea del anime y manga al presentar una representación femenina compleja, violenta y profundamente contextualizada, que se aleja tanto de los estereotipos tradicionales del "ángel del hogar" como de la "chica mágica empoderada" de manual. Lo digo por ti, Guerrero Luna.
El feminismo ha sido absorbido parcialmente por el sistema, pero no ha erradicado las causas de la desigualdad
En la línea de lo que plantean las creadoras de anime con perspectiva de género, como Riyoko Ikeda o Mōto Hagio, Asano propone en Mujina a mujeres que no son símbolos decorativos ni idealizaciones, sino sujetos dramáticos forjados en una distopía profundamente desigual. Este manga nos sumerge en un futuro no muy lejano y una población japonesa superpoblada y dominada por las redes sociales, donde los "sinderechos", personas excluidas del sistema, sobreviven al margen de la ley. Ubume, una adolescente letal, trabaja como asesina a sueldo encubierta bajo su apariencia de colegiala, mostrando una frialdad absoluta frente a la violencia. A lo largo del primer tomo, personajes como Tenko, una mujina influencer, o la niña vendida por traficantes, muestran que la violencia femenina ya no puede separarse del contexto social que la produce. El cuchillo corta, pero también revela. A través de su historia y la de otras mujinas, la obra revela un mundo en el que la violencia femenina no es excepcional, sino el reflejo de una sociedad brutal y deshumanizada.
Estas protagonistas funcionan como una respuesta radical a los modelos anteriores: son guerreras no por fantasía ni heroísmo arquetípico, sino como consecuencia de una estructura social que margina, descarta y violenta sistemáticamente a ciertos cuerpos, especialmente los femeninos. En este sentido, Mujina recoge la herencia de figuras como Ellen Ripley o Sarah Connor, mencionadas en el texto de Lee-Jane Bennion-Nixon, pero la lleva aún más lejos al despojarla del marco hollywoodiense de la redención y mostrar que la violencia femenina puede ser producto y síntoma de una sociedad profundamente rota. Y con todo, no dejo de pensar que son personajes muy fetichizados, aunque soy capaz de ver cierta evolución de fondo.
La violencia que ejercen estas mujinas está justificada dentro de un universo distópico marcado por la hiperconexión digital, la marginación y la indiferencia institucional
La representación femenina en Mujina conecta además con el discurso feminista de autoras japonesas que han creado géneros como el josei o el yuri, en los que la mujer ya no es definida solo por su relación con el hombre o la familia, sino por su experiencia del dolor, el deseo, la rabia o la alienación. La violencia que ejercen estas mujinas es tan espectacular como fantasiosa; pero también es íntima, social y emocionalmente justificada dentro de un universo distópico marcado por la hiperconexión digital, la marginación y la indiferencia institucional, lo que recuerda a la crítica postfeminista del artículo de Guzzanti: el feminismo ha sido absorbido parcialmente por el sistema, pero no ha erradicado las causas de la desigualdad.
Así, Mujina: Into the Deep se alinea con una tradición crítica reciente del manga japonés que utiliza lo femenino como punto de resistencia, como espejo roto de la cultura. Es una obra que, como el anime feminista más avanzado, corta, literal y simbólicamente, desde dentro, con la herencia cultural de que la katana no es un accesorio, sino una necesidad existencial.
Las colegialas con katanas nos dicen mucho más de lo que parecen. Son espejos de una cultura que, bajo una estética de fantasía y violencia estilizada, proyecta deseos de justicia, miedos al descontrol y pulsiones de poder y castigo. Pero también son el resultado de una compleja red de implicaciones culturales, donde se han camuflado filias y fobias profundamente enraizadas en una cultura pop construida mayoritariamente por y para hombres durante los últimos setenta años. A veces, como en Mujina: Into the Deep, estas figuras nos obligan a mirar el dolor real bajo la superficie del espectáculo. Otras, como Gogo Yubari en Kill Bill, exageran hasta el delirio esos códigos masculinos disfrazados de empoderamiento. De los señores que ocultan su siniestra fascinación con el personaje de Natalie Portman en León: El Profesional como “amor por el cine”, hablaremos otro día.
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