Si tienes menos de 20 años seguramente esta historia te va a parecer una aventura retrofuturista colmada de exageradas y bizarras fantasías, pero los lectores más veteranos sabrán que es verdad y seguro que más de uno se siente identificado. Porque debéis saber que antes de las plataformas del tipo Game Pass y PS Plus había una manera de probar tantos juegos como quisieras por un módico precio.
No era tan inmediato como ahora, y tampoco ofrecía un catálogo tan agobiantemente extenso como los servicios actuales, pero gracias a él, cada semana podía disfrutar de un nuevo videojuego para mi consola. Eso sí, de manera temporal (bueno, como ahora, ¿no?). Por 1.200 pesetas al mes, lo que vendría a ser más o menos 7 euros, podía probar 4 juegos nuevos para mi SNES. Este servicio se llamaba "alquiler" y es un recuerdo de un tiempo que si bien no es mejor que el actual, lo recuerdo con cierto cariño.
Todo tuyo por un fin de semana
Allá por los años 90 existía un modelo de negocio ahora tan extinto como los dinosaurios o el dodo: el videoclub. Imagino que fue la tecnología quien acabó con él: las nuevas ofertas televisivas, la aparición de nuevas plataformas y, finalmente, internet. Todavía sobreviven en algunos barrios negocios de este tipo, auténticos ejemplos de criptozoología empresarial de los que la ciencia debería averiguar sus métodos de supervivencia.
El caso es que hace un par décadas era normal encontrar en todos los barrios este tipo de negocios en los que por una tarifa fija te podías llevar a casa durante un fin de semana, o una semana entera, una película en video (o en DVD ya en los últimos años). Y también videojuegos.
El que yo visitaba con más frecuencia era uno situado cerca del Mercado municipal de Alto de Extremadura de Madrid. El dueño era un tipo rancio y que me trataba con cierto desdén, pero por 300 pesetas (o 500 por dos juegos) me podía llevar a casa un juego de la SNES para disfrutarlo durante unos días. Se convirtió en una especie de tradición acompañar los viernes a mis padres a la compra y a la vuelta elegir un juego y "fundirlo" durante el fin de semana.
La verdad es que para ser un pequeño videoclub de barrio tenía un catálogo bastante amplio que se iba renovando cada pocas semanas con nuevos juegos. Aquellos más punteros y esperados, yo qué sé, los Mortal Kombat por ejemplo, siempre parecían alquilados, da igual el número de copias disponibles. Pero no me preocupaba demasiado que los juegos grandes fueran difíciles de pillar, porque yo tenía mi sistema.
En ocasiones no acertabas con tu elección, y te quedabas con la cara de haberte gastado la paga en un juego que era un rollo
Los grandes juegos del año eran los que yo repartía como regalos de cumpleaños y navidades a lo largo del año, así que contaba ya con ellos, afortunadamente y gracias a mi padres, que nunca me pudieron problemas para pillarme un juego (gracias), aunque fuera el Mortal Kombat y costara sus buenas 14.000 pesetas de la época (que era un pastón gordo para un juego). El caso es que el videoclub me permitía probar juegos que no quería comprarme. Era una especie de sistema de exploración que funcionaba en tres niveles y se basaba en probar juegos de los que habías oído hablar bien pero que no sabías si comparte, probar juegos que sabías que no te ibas a comprar porque en una fin de semana te los "ventilabas" y se acabó, y dejarse seducir por el dibujo de la caja, simplemente.
Gracias a ese dejarme llevar y no hacerle ascos a ningún juego (excepto a los deportivos, que nunca han sido lo mío), pude probar con los años una enorme cantidad de juegos, porque había semanas que alquilaba dos juegos en lugar de uno, y con el tiempo, en un año a lo mejor había disfrutado de más de 20 juegos.
Era algo extraordinario, aunque ahora a lo mejor una cifra de 20 títulos no parezca una cantidad de videojuegos desorbitada, pero en aquellos lo era. Super Probotector Alien Rebels, R-Type, Teenage Mutant Ninja Turtles Tournament Fighters…. No podría enumerar todos los juegos que disfruté gracias a este sistema. Y eso que no todo era perfecto, claro. En ocasiones no acertabas con tu elección, y te quedabas con la cara de haberte gastado la paga en un juego que era un rollo. Pero mejor haber gastado el precio de alquiler en un juego que no te gustaba que no el precio de venta. Para eso era, ¿no? También a algunos juegos les faltaban las instrucciones… O las instrucciones habían pasado por las manos de alguien creativo con mucho tiempo libre, un boli y una preocupante obsesión fálica… Y algunos cartuchos.. Bueno digamos que su manejo suponía un alto riesgo sanitario. Nada de eso me impidió explorar el catálogo de la consola con una avidez casi enfermiza.
El fin de una era: adiós a los videoclubs
La historia siguió con otros sistemas, como la PS2 y Dreamcast, pero ya en aquellos años se notaba una cierta deriva al final de este modelo de negocios. Fue visitando otros videoclubs que ofrecían otros juegos, o el rastro (donde descubrí que el dueño de mi videoclub de cabecera tenía un puesto con mucha más oferta). Pero la piratería e Internet fueron acabando paulatinamente con el alquiler, que se llevó por delante incluso a colosos internacionales como Blockbuster. En cualquier caso, no diré que todo tiempo pasado fue mejor, diré que fue "anterior". Curiosamente, el videoclub STAR de mi barrio (otro que frecuentaba) sigue abierto y funcionando.No sé cómo ha logrado sobrevivir y cómo mantiene el cierre levantado todavía frente a la oferta de las plataformas de streaming, pero reconozco que he vuelto a entrar para averiguarlo. A lo mejor prefiero vivir con el misterio. El caso es que de aquella tradición infantil he heredado la (creo) sana costumbre de pasearme por el catálogo de PS Plus y Game Pass sin demasiados prejuicios. Si la miniatura de un juego me llama, lo descargo y lo pruebo, al menos durante unas horas. Si me gusta, se queda en la biblioteca, si no… Es tan sencillo como devolverlo, digo, borrarlo del disco.
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