Circunstancias económicas adversas han trastocado profundamente el ciclo vital habitual de las consolas, provocando una situación atípica de consecuencias impredecibles
La generación de consolas que se inauguró en noviembre de 2020 con el lanzamiento de PlayStation 5 y Xbox Series S y X se ha convertido, por méritos propios, en la más extraña y frustrante de las últimas décadas. Ya las cosas empezaron con mal pie cuando se empeñaron en lanzarlas en medio de una pandemia, con unos desafíos logísticos apabullantes que provocaron una escasez de unidades en tiendas que los scalpers usaron en beneficio propio, agravando todavía más la situación. Visto el panorama que se les venía encima, las dos megacorporaciones podrían haber retrasado el lanzamiento un año, otorgando un margen suficiente a los estudios para que resolvieran sus desafíos internos provocados por el trabajo remoto y, sobre todo, para acumular stock suficiente que pudiera paliar en cierta medida la disrupción a las cadenas de suministro. Pero ninguna de las dos quiso ser la primera en proponer la retirada estratégica, y su rigidez tuvo un efecto evidente en los años siguientes.
Sin recortes de precio
Cuando las cosas parecían que estaban a punto de experimentar un cambio de tendencia, la salvaje invasión de Ucrania se entrometió en los planes de recuperación de la economía mundial para desatar una crisis inflacionaria como no habíamos visto desde antes de la crisis financiera de 2008, aniquilando cualquier estrategia de retorno a la normalidad previa. Por último, el pistoletazo de salida de la carrera por la Inteligencia Artificial convirtió a Nvidia en una de las compañías más cotizadas, alejando su foco del gaming y elevando considerablemente el precio de las tarjetas gráficas, provocando a su vez una nueva crisis de escasez y un nuevo agosto para los scalpers. Es decir, puede que en este artículo nos centremos en la generación de consolas, pero el mundo de los PC también ha experimentado un periodo muy problemático, con ramificaciones cruzadas que se han retroalimentado entre sí para definir la situación actual.
En estos momentos, estamos a punto de cumplir el quinto aniversario de la novena generación de consolas. En ciclos anteriores, a estas alturas las consolas habían reducido su precio. Es cierto que en la generación anterior lo hicieron de manera comedida, permaneciendo bastante estables durante todo el periodo, pero si vamos más atrás en el tiempo, descubriremos reducciones de precio muchísimo más contundentes. La PlayStation 3 se lanzó al mercado en Europa a un precio de 599 euros en febrero de 2007. En agosto de 2011, cuatro años y medio después, una versión Slim con cinco veces más de espacio en el disco duro se vendía por la mitad. La gran mayoría de las consolas que la precedieron experimentaron reducciones de precio constantes a un ritmo mucho más acelerado. Por ejemplo, la PlayStation original rebajó su precio 100 dólares (un tercio de su valor) apenas ocho meses después del lanzamiento. La Xbox hizo lo mismo, pero solo seis meses después. La Gamecube costaba la mitad menos de dos años después de ser lanzada en Estados Unidos.
Evidentemente, estamos hablando de otra época, unos años bastante boyantes en lo económico (por lo menos hasta 2008) a pesar de ciertas calamidades geopolíticas que alteraron de manera significativa el curso de la Historia. Las revisiones tecnológicas se sucedían con rapidez porque había mucho margen de mejora, con una reducción paulatina del tamaño de los chips que facilitaba la optimización de recursos y el ahorro de los costes. Pero la realidad es que estas reducciones tan agresivas de los precios permitían un acceso escalonado a la industria de jugadores según su nivel de renta. Se castigaba, de una manera que ahora podríamos considerar inaceptable, a los primeros clientes para recompensar a los que venían después, un paradigma redistributivo que democratizaba bastante el acceso al medio. Y lo cierto es que todos lo veíamos como algo normal.
Artículo de lujo
Siempre que se trae a colación el tema del precio de las consolas, se desempolvan historias añejas sobre los estrafalarios precios de salida de excepciones como la Neo-Geo, pero hay una razón muy obvia por la que distribuyeron poco más de un millón de unidades. La realidad es que las consolas que tuvieron una penetración masiva en los mercados occidentales eran aparatos bastante asequibles para las familias de clase media. Quizá no durante la ventana de lanzamiento inicial, pero sí al cabo de un par de años, cuando sus librerías estaban mucho mejor nutridas y la cadencia de lanzamientos de calidad ya había alcanzado velocidad de crucero. Esa realidad ya no existe. Es cierto que si tenemos en cuenta la inflación, el precio de esas consolas de los 90 no era tan barato como nos pudiera parecer, pero en muchos casos los salarios podían extenderse muchísimo más porque tanto la cesta de la compra como, sobre todo, el tema de la vivienda no estaban en una situación ni remotamente tan asfixiante como en la actualidad. Los videojuegos nunca han sido baratos, pero ahora son un lujo indiscutible.
Por eso, las palabras del presidente de Capcom, donde achacaba al precio de PlayStation 5 la ralentización sorprendente de las ventas de Monster Hunter Wilds, pueden haber convencido a más de un accionista. Personalmente, no creo que esa justificación explique por sí sola el rendimiento comercial tan extraño del juego. Monster Hunter Wilds fue el lanzamiento más grande de la exitosa franquicia, consiguiendo vender 8 millones de copias en apenas unos días. En el mes posterior vendió 2 millones más, pero luego el juego se despeñó de un barranco, rechazando emular la trayectoria de su predecesor más inmediato. Es muy tentador echar balones fuera, pero el desafecto de los jugadores, que se puede comprobar, por ejemplo, en las reseñas negativas de Steam, apunta a que probablemente tenga más que ver con el rendimiento cuestionable del motor gráfico y su falta de optimización más que otra cosa.
Dejando esto a un lado, lo que está claro es que estamos ante un cambio de paradigma cuyas ramificaciones todavía son difíciles de prever. Xbox ha vuelto a subir los precios de sus consolas, en una escalada que no tiene precedentes. Costco y otras grandes superficies en Estados Unidos están liquidando sus unidades y rechazan reponer inventario, algo que se puede concretar en una sentencia mortal para la plataforma. La ROG Xbox Ally X, en su configuración más potente, va a soportar un precio de 900 euros en Europa y hasta 1.000 dólares en Estados Unidos. Estos precios no son asumibles para muchas economías familiares que, en generaciones pasadas, se planteaban entrar en estos momentos de la vida útil de las consolas. Y no parece que los precios vayan a volver al redil en un futuro próximo, con más amenazas arancelarias en el horizonte y más inestabilidad en los mercados de las materias primas.
Si los precios ya no van a bajar por falta de márgenes, creo que lo más natural es que la generación extienda ampliamente su duración, otorgando más tiempo a quienes estén en el alambre para que puedan ahorrar y se decidan por entrar al ecosistema. En 2020, a las plataformas les pudo la ansiedad. Seguramente tendrán a sus analistas haciendo números y estudiando la mejor forma de plantear una nueva transición, pero creo que el sentir general es que no hay que darse prisa. Todo en esta generación ha ido más lento, ha resultado más accidentado, ha sido mucho más extraño. Tenemos los videojuegos más ambiciosos y más refinados que nunca, pero muy pocos parecen estar explotando verdaderamente las capacidades técnicas de estas máquinas. Queda muchísimo terreno por explotar. Las consolas se han convertido en inversiones sustanciosas a las que hay que sacar el mayor partido posible. Habiendo dejado atrás las limitaciones tecnológicas que dificultaban el progreso del medio, no hay razón para imponer revoluciones antes de tiempo. Si los precios se mantienen altos, lo lógico es que las generaciones amplíen sus tiempos.
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