Hay películas que cuando uno las ve en el cine sabe ya desde el primer momento que van a ser trascendentales, tanto para la historia de la ciencia ficción como para, tal vez, el cine en general. Imagino que es algo que debieron sentir quienes vieron por primera vez Star Wars en 1977, y es algo que yo mismo he vivido en el pasado, con films como Parque Jurásico o The Matrix. Películas que revuelven el género y reavivan la llama de sus aficionados y que, por ser el cine un espectáculo de masas, terminan calando en la cultura pop y a la larga sentando un precedente en lo técnico y en la forma de hacer cine por la eternidad. Por desgracia creo que Dune: Parte 2, una vez presentado su prólogo en la primera película de 2021, se queda a las puertas de ese olimpo del celuloide.
En realidad puede no ser culpa del largometraje, a lo mejor solo es que Dune nunca podría haber sido ser un producto para las masas. Pero eso no quiere decir que esta nueva película no sea un espectáculo avasallador, una producción increíble; uno de los estrenos más importantes del año (si no el más importante), y una superproducción que seguirá siendo un referente en las próximas décadas. Porque lo es, estoy convencido. Pero sus aspiraciones son las de un producto intelectual al estilo de 2001: Una odisea del espacio, más que las del despreocupado entretenimiento de Guardianes de la Galaxia. Ojalá el mérito de la cinta no se mida en la cantidad de palomitas vendidas. Dicho eso, aconsejo a todo el mundo que viva la experiencia de ver Dune: Parte 2 en la gran pantalla, la más grande, pero que dejen las palomitas, por supuesto, fuera de la sala.
El más difícil todavía
La esperada segunda parte de la adaptación de Denis Villeneuve de la emblemática novela homónima de Frank Herbert ha llegado para sumergirnos en un universo épico lleno de fantasía y ciencia ficción. La película no solo nos ofrece un espectáculo visual cautivador, sino que también aborda temas profundos como el imperialismo, el colonialismo, el fascismo, la religiosidad, la lucha por la supervivencia y el amor.
Aunque esta adaptación edulcora y lima muchas de las asperezas argumentales de la novela para facilitar su metraje y su visualización por el gran público, también logra hacerse con la esencia de la historia y destilar en un despliegue visual incomparable que sigue sorprendiendo tres años después del estreno de su primera parte. La trama de Dune: Parte 2 continúa la saga de Paul Atreides en su lucha contra el despiadado régimen de los Harkonnen en el árido planeta Arrakis, su búsqueda de venganza entre las filas de los guerreros nativos y su llamada a jugar un papel mesiánico de proporciones cósmicas.
La producción ha sido un proceso técnico monumental inspirado por la capacidad creativa de Villeneuve, un director que está logrando como pocos profesionales unir el espectáculo del cine comercial con las aspiraciones artísticas del medio. Lo hace además apostando por un discurso que, si bien ya estaba en los libros originales, aquí está afilado como un cuchillo y que llega en un momento social y político tan complicado como cuando se publicó por primera vez el libro.
Resulta curioso cómo estas ideas de manipulación social y religiosa, de fanatismo, de fé, de luchas y supervivencia y de explotación están al servicio de tramas más pequeñas e individuales. Si bien la epopeya de Paul Atreides es de proporciones heroicas, en realidad sus motivaciones son pequeñas y humanas, y vienen condicionadas por el amor. Un amor que nada tiene de empalagoso y mucho de familiar, porque todos lo tenemos:el amor a nuestro padre, a nuestra madre, a nuestra pareja, a nuestros amigos y a nuestros camaradas.
El ojo que busca ante él el camino más seguro queda cerrado para siempre
Todos estos temas son tratados en la película de Denis Villeneuve con una elegancia solo comparable a la belleza con la que son puestas en pantalla. Parte 2, como espectáculo, sabe como hacer saltar al espectador con momentos épicos increíbles, pero lejos de recrearse en ellos, estos se plantean como refuerzo al drama personal de los protagonistas de la historia. Y lo hace con una naturalidad envidiable y de la que deberían aprender otros blockbusters. Cuando toca ser grandilocuente, no resulta exagerado ni hueco; cuando hay que ser íntimo, lo hace con cercanía y sencillez. Con esa fórmula la película da vida no solo a unos protagonistas completamente creíbles, sino a un reparto de secundarios que apuntalan estas buenas sensaciones. Incluso los Harkonnen, con toda su siniestra pompa, resultan rimbombantes, pero creíbles.
El mérito sin duda recae en el reparto. Como digo, desde secundarios como Javier Bardem, que añade una muy bien medida dosis de humor y humanidad a la película (algo de lo que carecía la primera parte) a Rebecca Ferguson, que llena la pantalla de misticismo y misterio, el carisma con el que estos personajes se presentan en pantalla es sobresaliente. Y entre ellos destacan la pareja protagonista. Timothée Chalamet crece en esta película, madura y se hace mayor siguiendo una peculiar versión del monomito del viaje del héroe, que ya era brillante en los libros originales de Herbert pero que Chalamet logra a llevar a buen puerto con unas últimas escenas soberbias. Pero el trabajo más sobresaliente es el de Zendaya. Sobre los hombros de su trabajo, y de su personaje, Chani, recae el espíritu de la película. Es a la vez narradora y espectadora, una complicada dualidad sobre la que se vertebra esta película y en la que, como su llamativo atuendo en la alfombra roja el preestreno de la película, deslumbra. El alma de la película es ella.
Adaptando el clásico
También es mérito del guión haber logrado reconstruir el personaje de Chani de manera maravillosa, reescribiendo el trabajo de Frank Herbert. Y es que actualizar la novela de 1965 era algo necesario para presentar esta historia al público del año 2024. No es lo único que se ha modificado respecto al original, pero casi todo es para mejor. Porque Dune siempre ha sido una novela complicada de llevar a pantalla, dado que muchos de los recursos literarios utilizados por Herbert en los libros son, por su propia naturaleza, imposibles de traducir a una narrativa visual.
Además, Dune, con toda su carga espiritual, mística hasta llegar a lo lisérgico, no facilita la adaptación. Y Villeneuve resuelve estos problemas con una aparente facilidad que como fan de los libros me ha dejado anonadado. Sin ningún tipo de sonrojo se libera de un montón de lastre para agilizar la narración, y sobre todo, la asimilación de muchos conceptos, tramas e ideas que en el libro ocupan un buen número de páginas. Lo hace con diálogos, magistralmente encajados, y lo hace con imágenes y gestos, sutiles pero cargados de significado.
Debo decir que entre todos estos cambios hay uno en concreto, clave al final de la película, que no me ha gustado. No porque en la película no esté bien llevado, sino porque soy un enamorado de cómo ocurre en el libro. No eres tú, Dennis, soy yo. Pero creo que aquel que se meta en el cine a ver Dune 2 sin haber leído el libro no notará nada raro y disfrutará igual de la experiencia.
Cine abrumador
Si hablo de Dune: Parte 2 como experiencia lo hago pensando especialmente en el espectáculo que supone para los sentidos. Es fácil pensar que después de ver la primera parte no se puede rascar más belleza a una puesta de sol en un fotograma. Y es cierto, por eso en esta secuela no solo tenemos puestas de sol en un mar de dunas, si no que descubrimos la belleza secreta del desierto, y exploramos nuevos rincones de este universo que antes no habías visto y que atrapan la mirada con sus detalles y con su belleza. Villeneuve logra esto apoyándose en Greig Fraser, tal vez el mejor director de fotografía a día de hoy en Hollywood, y por una puesta en escena que vive de un cine clásico que ya no suele verse y que hicieron grande directores como John Ford, Cecil B. DeMille o David Lean.
Y de la imagen al sonido. Porque en los huecos que dejan los atronadores arreglos de Hans Zimmer para la banda sonora (en esta ocasión algo más comedido), destacan unos efectos de sonido que en el cine permite escuchar cada pequeño grano de arena llevado por el viento, o que hace del espectador cada bocanada de aire tomada en combate. A nivel técnico no puedo imaginar nada ahora mismo que iguale el nivel, la escala y las aspiraciones de Dune. Parece, literalmente, de otro planeta.
Con todo, tal vez Dune 2 no sea una película para todo el mundo. Llevo tantos años leyendo y releyendo estos libros que me cuesta ponerme en el papel del público que entra en la sala de cine a ver Dune Parte 2 sin saber lo que le espera. Pero como ocurre con el libro, y viendo lo que sucedió en el estreno de la primera película, tal vez el universo de Dune siga siendo demasiado diferente como para calar a un público mayoritario. No quiero decir que la película no vaya a ser un éxito, como os digo, creo que es una experiencia que nadie debería perderse en el cine. Pero dudo sobre si calará igual que lo hicieron esas otras películas de las que hablaba al principio: Parque Jurásico o The Matrix han trascendido el momento de su estreno y forman parte de la cultura popular occidental. Ojalá Dune 2 disfrute de un revisionismo del que se benefició en su momento, por ejemplo, el Blade Runner de Ridley Scott, encumbrado a clásico indispensable tiempo después de su paso por los cines. Ojalá sigamos hablando de Dune: Parte 1 y Dune: Parte 2 dentro de 50 años. Las películas lo merecen.
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