Hemos llegado a ese punto en el que la realidad supera a la ficción. Si hace unos años nos hubiesen hablado de nanotecnología inyectada en el cerebro para potenciar nuestros sentidos, automáticamente lo hubiésemos atado a un videojuego de Hideo Kojima o una película de ciencia ficción. Hoy, en cambio, la idea de langostas cyborg con nanotecnología para detectar bombas es completamente real.
No es la primera vez que se hace uso de estos insectos (no los confundamos con las langostas de una mariscada) para detectar sustancias químicas. Por su potente sentido del olfato, dar con componentes comunes en la creación de bombas se ha convertido en un experimento habitual que persigue crear un sistema que facilite la prevención de posibles ataques terroristas.
Potenciando el sentido del olfato con nanotecnología
Sin embargo, como ya habrás imaginado, la ciencia necesita una forma viable de captar, registrar y analizar esas señales, lo que nos lleva al experimento realizado por investigadores de la Universidad de Washington en el que han inyectado nanopartículas en el cerebro de langostas para mejorar su capacidad de detectar y discriminar olores de explosivos.
Tras colocar electrodos en sus cerebros para registrar las señales que se producen al captar uno de estos compuestos, descubrieron que el sistema arrojaba fallos provocados por la colocación de estos sensores. El espacio para trabajar es minúsculo, y los lugares en los que debían colocarlos aún más, así que debían buscar una forma de amplificar los registros.
Para solucionarlo se valieron de la inyección de nanopartículas de óxido de zinc en el cerebro de las langostas, lo que provoca un aumento en la sensibilidad de sus señales eléctricas, haciéndolas más legibles y consistentes en el salto de una langosta a otra. Tal y como ocurre cuando nuestra vista se acostumbra a la oscuridad y empieza a visualizar objetos que no veía tras apagar la luz, el olfato de las langostas puede trabajar constantemente al máximo de sus posibilidades.
Con langostas cyborg capaces de detectar ciertos compuestos y enviar la señal a los investigadores para su lectura, ahora el siguiente paso es conseguir desarrollar una forma de poder dirigir a los insectos hasta los lugares que requieran de esa necesidad. Un ejército biorrobótico que, para cuando sumen ese último hito, será capaz de detectar bombas entre la multitud o en espacios inaccesibles, y también servir de avanzadilla medioambiental al captar compuestos que puedan dañar el planeta.
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