Durante la investigación para su doctorado sobre la importancia de las réplicas en la historia del arte, Liselore Tissen se topó con una curiosidad. Pese a que había otras obras igual de famosas en el museo Mauritshuis de La Haya, el cuadro de La joven de la perla de Johannes Vermeer parecía cautivar de forma especial a los que se paraban frente a la imagen.
No era una diferencia pequeña, y el propio museo es consciente de que los tiempos que emplean los visitantes en escudriñar el cuadro de Vermeer es hasta diez veces mayor que en el resto de obras. Hasta hace unas semanas, eso era un simple detalle con el que sorprender a las visitas del museo.
El embrujo de La joven de la perla
Ganándose una nominación a mejor actriz por su papel como Griet, la criada que entra a trabajar en el hogar del pintor holandés y termina convertida en La joven de la perla, Scarlett Johansson y su nominación al BAFTA terminaron de llevar aún más lejos la fama del cuadro basándose en una novela del mismo nombre igual de aclamada.
Así que la explicación a ese tiempo que dedicaba la gente al cuadro durante los últimos años podía estar ligado a la fama del mismo, que sus reproducciones en bolsos y camisetas estén por todos lados, o que incluso la gente lo conozca por la citada película. Pero, ¿y si había algo más?
En colaboración con un equipo de neuroinvestigación, decidieron analizar qué ocurría en el cerebro cuando alguien se paraba ante el cuadro. Tras la prueba, consiguieron captar algo que no habían visto hasta el momento, la gente quedaba atrapada en un bucle de atención sostenido.
Medidos mediante electrodos en la cabeza y dispositivos de seguimiento ocular, descubrieron que, cuando te paras frente a La joven de la perla, tus ojos se dirigen automáticamente hacia los suyos, luego a su boca, y luego a la perla. Tras ello vuelves a su boca, sus ojos, la perla. Y luego vuelta a empezar.
Más allá de ese bucle sin fin, el escáner cerebral desveló que, a diferencia de otras obras analizadas, en esta se mostraba un especial pico de actividad en el precúneo, la parte del cerebro que gestiona funciones como la conciencia, la autorreflexión y se encarga de gestionar las experiencias vitales personales. Junto a la atención sostenida, ese impacto emocional parece ser el responsable de que pasemos hasta 10 minutos frente al cuadro cuando, en el caso del resto, apenas duramos uno.
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