Más de 45 países arrimaron el hombro para dar forma a un proyecto de 2.100 millones de euros que se dio a conocer como el Nuevo Confinamiento Seguro, un escudo de 108 metros de altura 36.000 toneladas de peso destinado a proteger el sarcófago de cemento que debía evitar que el polvo radioactivo de Chernóbil terminase filtrándose al exterior. Según informan ahora desde la ONU, el escudo ni está confinando nada ni es seguro.
El culpable es un ataque con drones del conflicto entre Ucrania y Rusia que en febrero de 2025 perforó parte de la estructura, anulando con ello la intención de crear un compartimento estanco para la radiación de Chernóbil. El resultado es que, aunque no hay riesgo de explosión o una fuga masiva de radiación, sí permite que aerosoles radioactivos salgan al exterior y que la lluvia acelere el deterioro del cofre de cemento que protegía el reactor.
Frente a una situación del sarcófago interior que ya en 2010 planteaba un riesgo de colapso, el proyecto estaba claro: crear un escudo protector que evite que el derrumbamiento provoque una nube de polvo radiactivo viajando por Europa y, mientras tanto, que los robots se encarguen de desmontar un sellado que resultó muy útil en su momento pero apuntaba a ser peligroso a largo plazo.
Lo que provocó el ataque no era buscar un apagón porque la central dejó de funcionar tras el accidente nuclear. Más allá de generar terror entre poblaciones cercanas y encarecer aún más el coste que requiere mantener sellado el accidente, la situación nos empuja a tener que recurrir a operarios que estarán expuestos a dosis radioactivas peligrosas para su salud para poder reparar el escudo.
Ahora los inspectores del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) aseguran que esas reparaciones son esenciales, pero aunque "no es algo por lo que debamos entrar en pánico" y "el riesgo es bajo", resulta imprescindible volver a trabajar sobre el escudo "para evitar una mayor degradación y garantizar la seguridad nuclear a largo plazo".
Imagen | Roman Harak
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