Japanese Rural Life Adventure, disponible para móviles, es uno de esos juegos que deciden apostar por la calma y por lo bonito de ir descubriendo poco a poco nuestro entorno en vez de por el ruido y la aventura frenética. No busca ser espectacular, y tal vez por eso pase a veces desapercibido, pero consigue conectar, algo complicado hoy en día. Es, en esencia, una carta de amor a la vida rural japonesa, pero también una invitación a vivir más despacio y a ser más conscientes de nuestro día a día.
Este pequeño pero encantador juego nos propone algo tan simple como mudarnos al campo, reformar una vieja casa, cultivar nuestras propias verduras, preparar ramen, cuidar animales y, de vez en cuando, ir a pescar o simplemente mirar cómo cae la lluvia sobre los arrozales. Solo hay tiempo, estaciones que cambian, y la oportunidad de hacer lo que quieras, cuando quieras. Lo más relajante y libre del mundo.
Un refugio digital entre arrozales y cigarras
Japanese Rural Life Adventure se nos presenta con un estilo visual pixel art, con colores cálidos y lleno de detalle. Pero lo que realmente destaca es la atmósfera que consigue crear, ya que cada escena transmite una serenidad que parece sacada de un recuerdo de otra vida. El canto de las cigarras en verano, la nieve que cubre los tejados en invierno, los atardeceres naranjas que se reflejan en el agua…
Desde el primer momento en el que empezamos la partida, el juego nos coloca en una casa tradicional japonesa, de esas de madera, con puertas correderas y un jardín un poco abandonado. Poco a poco, la iremos restaurando, decorándola a nuestro gusto, llenándola de objetos que encontremos por ahí o que fabriquemos nosotros mismos. También vamos explorando el pueblo, conociendo a sus habitantes, ayudando en las tareas cotidianas y descubriendo secretos escondidos en los rincones más inesperados.
La clave de este juego está realmente en cómo se construye el ritmo, ya que no hay penalizaciones por no hacer nada. Puedes pasar días enteros pescando, cocinando o simplemente paseando por los caminos rurales. Y eso, por sí mismo, es una rareza maravillosa.
Más que un juego: una experiencia sensorial
Jugar a Japanese Rural Life Adventure no se parece a jugar a un videojuego de los de toda la vida. Se parece más a vivir una temporada en un anime o a visitar a tu abuela en el campo durante unas largas vacaciones. El juego está lleno de pequeños rituales como preparar té, regar el huerto, organizar la despensa o simplemente ver cómo florecen los cerezos. Y es en esos gestos cotidianos donde se esconde una carga emocional tremenda que marca la diferencia.
También, este juego tiene un componente sensorial bastante importante. Aunque el juego no tenga texturas realistas ni efectos de luz más complejos de la cuenta, es capaz de hacernos sentir el olor de la lluvia, el crujido de la madera e incluso el vapor que sale del onsen (el baño tradicional). Y, claro, esto no es casualidad, ya que la cultura japonesa tradicional está llena de atención al detalle, de respeto por los ciclos naturales y de una cierta melancolía que aquí se transmite con una naturalidad increíble.
El juego no necesita contarte una gran historia, ya que la historia la construyes tú, con tu día a día, tus pequeñas decisiones y tus paseos sin rumbo fijo. Todo está pensado para que el jugador se reconcilie con el tiempo, con la vida sin grandes objetivos y con la belleza de aquello que pasa desapercibido.
Japanese Rural Life Adventure también funciona como un homenaje nostálgico a una forma de vida que, tristemente, está desapareciendo. El Japón rural, con sus pueblos envejecidos, sus casas vacías y sus tradiciones en riesgo, es cada vez más un recuerdo que una realidad.
Japanese Rural Life Adventure también funciona como un homenaje nostálgico a una forma de vida que, tristemente, está desapareciendo. El Japón rural, con sus pueblos envejecidos, sus casas vacías y sus tradiciones en riesgo
Los personajes que encontramos en el pueblo son mayores, muchos de ellos viven solos o mantienen oficios tradicionales en peligro de desaparición, como el pescador del río, la anciana que enseña caligrafía o el monje del templo. Cada uno representa un trocito de una cultura que lucha por mantenerse viva. Hablar con ellos no solo sirve para avanzar en el juego, sino para aprender, para aprender sobre costumbres, sobre el paso del tiempo y sobre cómo vivir con menos ruido y menos velocidad.
Incluso los objetos que podemos usar o fabricar están cargados de simbolismo. Desde la bicicleta oxidada hasta el futón que colocamos junto al tatami, cada elemento tiene una historia... y eso convierte la experiencia en algo mucho más íntimo que un simple juego.
Estaciones, ciclos y la vida que fluye
Otro de los grandes aciertos de Japanese Rural Life Adventure es cómo representa el paso del tiempo. Las estaciones cambian, con sus climas, sus colores y sus actividades. En primavera puedes plantar flores, en verano buscar insectos, en otoño cosechar arroz y en invierno encender la estufa y ver cómo se congela el lago. Esta conexión con el ciclo natural no solo es estética, sino emocional.
El tiempo, además, tiene un ritmo pausado. Nada pasa de golpe. Todo se cultiva (ya sea de verdad o de forma metafórica), se espera para poder recoger lo sembrado, y entonces se repite el ciclo. Esa repetición no cansa, sino que reconforta. Es como volver a casa. Y esa sensación —tan difícil de conseguir en un juego— es lo que lo hace especial.
También hay una cierta tristeza, una cierta melancolía, como la que se siente al final del verano o al ver caer las hojas de los árboles. No es un juego alegre en el sentido más superficial pero sí es un juego sereno, tranquilo. Y en esa serenidad, hay espacio para pensar, para respirar y para estar.
Japanese Rural Life Adventure no es un juego para todos, desde luego. Nos pide, y necesita, paciencia, sensibilidad y disposición a dejarse llevar. Pero precisamente por eso, es el juego perfecto para quienes necesitan desconectar del ritmo frenético del día a día. No porque sea una especie de escape de la realidad, sino porque te ofrece otra alternativa.
Una realidad donde las cosas importantes no son los logros, sino los gestos. Donde no se mide el progreso en puntos de experiencia, sino en cenas compartidas, jardines restaurados y conversaciones con desconocidos bajo la lluvia.
Y en un mundo donde todo va demasiado rápido, donde incluso los juegos se han convertido en plataformas de productividad, esta propuesta sencilla, honesta y bonita es una especie de acto de resistencia. Como una manera de recordar que, a veces, lo que más necesitamos no es ganar… sino simplemente vivir tranquilamente entre campos de arroz.
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