No os voy a engañar: la nostalgia tiene mucho peso en todo lo que voy a escribir a continuación. Desde su anuncio hasta hoy, pocas experiencias me han generado tanta expectación e interés como Hogwarts Legacy, un título que apunta a ser el "juego definitivo" basado en el universo Harry Potter. Sin embargo, pese a las ganas que tengo de comprar el juego, quitarle el precinto y sumergirme en la propuesta mágica de un mundo que me acompaña desde hace dos décadas, estoy seguro de que todo lo que vea, sienta y experimente en él no estará a la altura de lo que vivió aquel niño asombrado que se maravilló con un mando de PlayStation 1 en las manos.
En el año 2001, tanto tiempo y años atrás que apenas guardo un par de recuerdos, tuve la oportunidad de desempolvar una PlayStation 1 heredada que mis padres conectaron al televisor de mi cuarto. Con ella, la Super Nintendo con la que tanto jugué a Super Mario World pasó a un segundo plano ya que el 3D había aterrizado en casa. Así, viví en mis carnes la emoción de superar los niveles de Crash Bandicoot 3, luché contra mi padre en combates de Tekken 3 en los que nunca tuve la opción de ganar y descubrí junto a mi madre lo divertido que era bailar con El Libro de la Selva: Muévete con Ritmo. Sin embargo, algo cambió dentro de mí cuando me adentré en aquel Hogwarts vacío, repetitivo y frío del Harry Potter y la Piedra Filosofal de la primera PlayStation que, para mí, pasó a ser el mejor videojuego de la historia.
Los videojuegos no son nada sin la nostalgia
Los abruptos polígonos de la primera PlayStation son, por algún motivo, terapéuticos para mí
Por aquel entonces, Harry Potter era para mí mucho más que un libro con el que pasar horas leyendo, una película con la que pensar que la magia existía o un videojuego con el que descubriría lo fascinante que era explorar cada esquina. Para mí, la licencia mágica que nació a finales de los años 90 era mi lugar para perderme en el mundo, mi zona de confort y mi "bote salvavidas" para evadirme de aquello que me rodeaba. Para muchos, los videojuegos son esa "vía de escape" que una vez ensalzó Microsoft, un término que la firma norteamericana utilizó para designar lo terapéuticos que pueden llegar a ser estos productos. Y yo, que como otros tantos he atravesado momentos mejores y momentos peores, no podría estar más de acuerdo con esa afirmación.
Por ello, visito de forma periódica ese frío castillo de Hogwarts con un recibidor con cuatro relojes de arena gigantes, dos banderines adornando el fondo y varias puertas que, a excepción de una cerrada a cal y canto, me llevan a descubrir lugares curiosos y llenos de magia. A su vez, recorro los pasillos con fantasmas y bibliotecas que esconden secretos, completo las clases de vuelo o Herbología y avanzo hasta adentrarme en las profundidades de Gringotts o de las mazmorras de Hogwarts, un lugar en el que derrotó a "El que no debe ser nombrado". Y ese viaje, ese trayecto que acabo de describir en un solo párrafo, es lo que me ayuda a escapar de la realidad desde hace más de veinte años.
Ese es el principal motivo por el que considero que, como coloqué en el subtítulo previo a este apartado, "los videojuegos no son nada sin la nostalgia". Hoy, más de dos décadas después de aquella primera vez que vi las tenebrosas caras de Harry Potter, Ron Weasley, Hermione Granger, Hagrid y el resto en los abruptos polígonos de la primera PlayStation, sigo recordando con cariño todos los momentos en los que esta obra me acompañó y me ayudó sin que ella lo supiera. No es fácil asumir los cambios, las pérdidas o las despedidas apresuradas, pero sí es aconsejable echar la vista atrás, valorar lo bueno y refugiarse durante un instante en ese juego que te cambió la vida. Y, en mi caso, fue una adaptación de Harry Potter que siempre estará por encima de Hogwarts Legacy por muy bueno que este llegue a ser.
Hogwarts Legacy se prepara para su fecha de lanzamiento
Mi homenaje particular será volver al Harry Potter de PS1
Así, como fan confeso de las películas del joven mago, lector ávido de los libros del mismo y jugador asiduo de todas las propuestas que llevan su nombre, espero como agua de mayo el día en el que Hogwarts Legacy salga a la venta. La propuesta de Avalanche Software, un estudio que da un paso hacia delante para demostrar de lo que es capaz, apunta a ser una de las sensaciones del año. La expectación que ha levantado, sumado a todo lo que conocemos de Hogwarts Legacy hasta el momento, ha entusiasmado a todos aquellos seguidores del personaje que tienen marcado en rojo el 10 de febrero en su calendario. Ese día, o 72 horas antes para todos aquellos que hayan reservado la Edición Deluxe, volveremos a creer en una posibilidad que hacía la vida más bonita cuando éramos inocentes: la magia existe.
Sin embargo, como ya dije, para mí esta experiencia nunca estará a la altura de lo que puso aquel Harry Potter y la Piedra Filosofal para la primera PlayStation. Desde que me adentré en su premisa hasta hoy, he vivido tantas cosas buenas como malas, una situación que te ayuda a entender que "lo bueno no dura para siempre" y que "no hay mal que mil años dure". No obstante, el nexo común entre esas dos situaciones que dan equilibrio a la balanza de la vida es, en mi caso, jugar al título de Electronic Arts. Por ello, no se me ocurre mejor homenaje antes de adentrarme en Hogwarts Legacy que volver a enchufar mi vieja PlayStation, desempolvar su mando gris, conectar mi Memory Card con una foto de Harry y Ron (quién lo diría) y maravillarme una vez más con un juego de 2001. De hecho, mientras lees estas palabras, seguro que me encuentro buscando cromos de brujas y magos famosos por todos los rincones del castillo.
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