En el larguísimo lore de League of Legends, está claro que para destacar tienes que tener una historia bien potente, ya que te enfrentas a dragones ancestrales, guerreros caídos y dioses reencarnados. Aún así, hay que decir que pocos personajes resultan tan interesantes, inquietantes y conmovedores como mi querida Orianna.
A primera vista, Orianna es una máquina, más bien una autómata llena de engranajes con una precisión letal. Orianna es una especie de bailarina metálica que se desliza por la Grieta del Invocador con una elegancia magistral y una esfera flotante que obedece como si fuera una extensión de su voluntad.
Pero bajo esa perfección mecánica hay una historia profundamente humana —y sí, bastante triste—, una historia que habla de pérdida, de deseo y de identidad. Una historia que nos lanza una pregunta que ha obsesionado a la ciencia ficción durante generaciones: ¿Puede una máquina tener alma?
La niña que dejó de ser niña
Efectivamente, Orianna no siempre fue así, la autómata que es. No nació con esas placas de acero ni con articulaciones de cobre. Fue una niña de carne y hueso, hija única de un inventor obsesionado con la precisión llamado Corin Reveck, un maestro artesano de Piltover. Para él, Orianna era todo su mundo y, de alguna forma, incluso su musa.
Como muchos niños criados entre engranajes e inventos varios, Orianna era curiosa. Pero su curiosidad la llevó a adentrarse en lugares peligrosos, ya que quería ver el mundo más allá de la seguridad de los talleres. Quería entender a los campeones, comprender las batallas, y conocer a los héroes. Quería vivir más allá de la teoría... y lo hizo, aunque fuera una sola vez, vez que fue suficiente para que su cuerpo no aguantara una segunda.
Las historias sobre qué ocurrió exactamente no son nada claras. Algunos dicen que fue en una expedición a Zaun. Otros, que fue un accidente durante un combate. Lo cierto es que el daño fue irreversible. Y Corin, un padre incapaz de aceptar la pérdida de su hija, hizo lo único que sabía hacer: reconstruirla.
Primero fueron prótesis, luego reemplazos orgánicos, luego órganos artificiales y después, Orianna dejó de ser humana para convertirse en una máquina.
El resultado fue una criatura perfecta, pero incompleta. Una marioneta sin cuerdas, un prodigio de la ingeniería capaz de moverse, hablar, incluso sonreír... pero sin emociones auténticas. La peor parte es que Orianna no recuerda haber sido humana y, sin embargo, siente que le falta algo.
Es precisamente en esa sensación de vacío donde habita la tragedia. Porque no estamos ante una máquina que sueña con dominar el mundo, ni ante una inteligencia artificial rebelde, sino que estamos ante una niña que de alguna manera siente lo que ha perdido, sin saber siquiera cómo nombrarlo.
El alma de una máquina
La historia de Orianna nos plantea una pregunta que va más allá del juego. ¿Dónde se encuentra el alma? ¿En la memoria, en el cuerpo, en las emociones? ¿O en la voluntad de seguir sintiendo, incluso cuando ya no se puede?
En su lore, Orianna ya no tiene corazón, pero su bola —ese artefacto flotante que la acompaña— tiene una especie de conciencia compartida con ella. Es su extensión, pero también su guardián. Algunos tienen la teoría de que ahí podría habitar su "alma", si es que aún tiene alguna.
En muchas mitologías, el alma es algo que se pierde al abandonar el cuerpo, pero también hay relatos que hablan de almas que resisten dentro de objetos, como espadas malditas, árboles centenarios o, en este caso, autómatas. En ese sentido, Orianna no sería menos que otros seres mágicos de Runaterra. Solo… distinta.
De la misma forma en la que Aatrox estaba atrapado en una espada, Orianna está atrapada en su cuerpo. Solo que ella no lo sabe del todo.
Uno de los aspectos más inquietantes de Orianna es que no sufre como tal, pero aún así nos transmite una profunda sensación de soledad. No busca venganza, no quiere volver a ser humana y ni siquiera odia a su padre. Solo observa, interactúa y aprende. Pero desde una distancia emocional que te hiela la sangre.
Hay momentos en los que parece entender más de lo que dice. Otras veces, se comporta como una niña pequeña imitando conversaciones humanas. Pero en ese columpio entre lo mecánico y lo melancólico, hay una humanidad que la hace única.
El reloj que aún gira
Hay que destacar que el diseño visual de Orianna acompaña a la perfección su trasfondo. Su andar es fluido, como una bailarina de las que están dentro de una caja de música. Su cabeza se inclina con una delicadeza mecánica, sus gestos tienen la gracia de alguien que fue programada para parecer etérea. Cada movimiento parece una coreaografía. Su ulti —Orden: Onda de choque— rompe con esa delicadeza y nos revela que, debajo de la belleza, hay un poder burtal. Lo que más nos fascina es que todo en ella está perfectamente diseñado… excepto su identidad.
La gran pregunta, realmente, no es si Orianna puede sentir, sino si puede soñar. Soñar no en el sentido literal, claro, sino como metáfora de deseo, de anhelo, de búsqueda de algo más allá de lo programado. Y, a juzgar por su historia, es posible que sí. Porque en cada gesto de Orianna hay una especie de búsqueda invisible. Como si cada combate fuera un ensayo o como si cada enfrentamiento con otros campeones fuera un intento por entender algo que no se le ha explicado.
Orianna es una anomalía en League of Legends. No es heroína, ni villana. Es una presencia profundamente simbólica. Una figura que recuerda a Pinocho o a Frankenstein, a seres que anhelan ser más que la suma de sus partes.
Entonces, ¿tiene alma? Pues no lo sabemos ni, de momento, tenemos manera de saberlo. Tal vez ni Riot lo sepa del todo. Quizás, al final, el alma no sea más que la voluntad de seguir buscando quiénes somos. Y Orianna, con su corazón hueco y su mirada fija, sigue buscando.
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