Sobre el papel, el retorno de Skate era una utopía que ni siquiera nos planteábamos como viable. No es sólo que la época dorada del deporte esté en sus horas más bajas, herida por la moda de unos patinetes que hacen cada vez más difícil encontrarte a un crío intentando aprender a hacer un ollie por la calle, es que en el salto a los videojuegos y la cultura popular estamos muy lejos de aquella explosión de finales de los 90 y principios de los 2000. Niños y adolescentes están a otra cosa, una a medio camino entre Fortnite y Subway Surfers, pero EA ha visto ahí una grieta por la que colarse.
Es precisamente eso lo que les ha empujado a llevar el nuevo Skate por ese camino, por el de un free to play que intentaba quitarse la presión de encima eliminando cualquier atisbo de un 4 en su nombre, apuntando a una estrategia de clips virales que no se les puede negar haber conseguido en cierto sentido, y buscando en la comercialización de skins y cucamonadas una viabilidad financiera apoyada en un Excel difícil de entender desde fuera. Convirtiendo ese plan en los cimientos sobre los que se sustenta todo lo demás, es relativamente fácil entender por qué hay tanta gente encantada con el juego, y por qué la cifra de descontentos está a la par.
En busca de Skate 4
Como aficionado al mundo del skate desde que Tony Hawk nos invitó a poner uno bajo nuestros pies en el mundo real, la llegada del primer Skate fue como un sueño para todos aquellos que fantaseamos con clavar un kickflip sobre un raíl para continuar la línea que nos habíamos planteado en la cabeza. Deshaciéndose de aquel surrealismo arcade del amigo Antonio Halcón, lo que entregaba el juego de EA era un simulador en el que, incluso para clavar trucos fáciles, hacía falta práctica y dedicación.
A este nuevo Skate llegaba indudablemente en busca de esa experiencia clásica, la de adentrarme en su mundo abierto buscando una zona lo suficientemente jugosa para montarme mi propia línea y decidir que tras estos escalones va un hardflip y que el salto debe ser lo suficientemente grande para que pueda hacerlo lo más lento posible para que luego quede clavado en la repetición.
Lamentablemente no es una opción que me dé desde el principio. La cámara ha pasado a un plano superior, más Tony Hawk que Skate, y toca acudir a la configuración para cambiar de la que ofrece por defecto a la clásica. Y lo mismo ocurre con la sensibilidad de los trucos, que debe modificarse para que el juego entienda cuando quieres hacer un truco lo más ajustado posible y cuándo quieres que vaya mucho más lento para quedar más espectacular y realista en cámara.
Cuando en posteriores entregas la saga giró hacia otro lado, uno apadrinado por los vídeos de Youtube de saltos locos que aprovechaban unas físicas capaces de abandonar esa simulación pura para convertir a las secuelas de Skate en un parque de atracciones, reconozco que me bajé del barco.
Entendía la gracia de los saltos imposibles y las lesiones con radiografías que invitaban a pegarte la tollina más grande posible, y lo he entendido aún más al jugar con mis hijos a esa posibilidad en el nuevo Skate, ahora sin radiografías por aquello de ser lo más family friendly posible, mientras se montan retos loquísimos en los que intentan saltar de un edificio, caer en una rampa a miles de metros de distancia y luego impulsarse por una ventana. Que internet esté ahora plagado de gente buscando y completando retos similares, certifica que ese estilo sigue aún muy vivo.
No es Skate 4. Es Skate, y punto
El problema de este Skate es que, aunque ambas posibilidades siguen ahí en un modo sandbox en el que aprovechar sus posibilidades de control y escenario, su principal propuesta es otra bien distinta. Una que, aplastada por la maquinaria necesaria para hacer de un free-to-play un éxito a nivel de ingresos, se apoya en el hecho de tener a gente correteando por ahí mostrando sus skins mientras el mapa te arroja a la cara cientos de desafíos que no tardan en hacerse repetitivos.
La sensación de progreso es durísima porque, en esencia, lo que busca el juego es empujarte a recopilar monedas y cajas de loot en busca de camisetas que sirven como publicidad y una tienda de packs de monedas que recurre a la jugarreta de invitarte a pagar más de la cuenta para que siempre tengas monedas de sobra y quieras gastarlas gastando un poquito más. Una táctica predatoria que ya debería estar más que solventada a estas alturas de la película, pero que vuelve aquí con las mismas malas intenciones de siempre.
Abandonando cualquier atisbo de ensalzar la cultura del skate, desaparecen los skaters profesionales para ser intercambiados por personajes random a lo cartoon que estarán taladrándote constantemente con chascarrillos de 4º de primaria en busca de un atisbo de sonrisa que nunca llega, infantilizando lo máximo posible una experiencia que terminó triunfando por lo cafre y duro de su sistema jugable, y que aquí se siente aguado y reducido a su mínima expresión.
Un error fatal que puede terminar teniendo su público, evidentemente, sobre todo entre todos aquellos que lleguen aquí de nuevas si la fiebre de YouTube sigue creciendo más allá de las primeras semanas, pero desde luego una experiencia a kilómetros de lo que muchos habríamos deseado en la que se pierden acciones jugables y personalidad por haber centrado el foco en otro estilo de juego.
Pese a ello, hasta cierto punto, la experiencia clásica sigue ahí, oculta entre menús de configuración e invitándote a entrecerrar ojos y oídos cada vez que quiere arrastrarte a su pozo en forma de tienda. Algunos dirán que, para esto, mejor no haber vuelto, yo me conformo con que, aunque el nuevo Skate tenga muy claro lo que quiere ser, yo tenga herramientas necesarias para inventarme otro juego.
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