El otro día compré la nueva edición doméstica de Ghost in the Shell, la obra maestra de Mamoru Oshii. Entre los extras, me encontré con una curiosa entrevista que el periodista Juan Zapater le hizo al director japonés. Y allí, entre reflexiones filosóficas, algú que otro cigarrillo, un té y silencios de esos que solo Oshii puede llenar, dos ideas me dejaron con los ciberimplantes del revés. La primera: que le sorprendió profundamente que la película funcionara mucho mejor en Occidente que en Japón. La segunda: que todavía duda de que muchos de sus fans realmente hayan entendido la película.
Esa confesión encierra una paradoja que lleva décadas fascinando a críticos y filósofos: ¿cómo puede una película japonesa, tan arraigada en el pensamiento religioso y cultural de su país, encontrar su mayor público y su mayor prestigio fuera de él? La respuesta, según el propio Oshii, está en el choque de sensibilidades espirituales. Habré visto la peli más de 50 veces y nunca se me había ocurrido, ya ves.
En el imaginario ciberpunk de Oshii, lo sagrado no está en el cielo, sino en la red
Oshii afirma que en Occidente la película llamó la atención porque muchos de los conceptos filosóficos y religiosos en la película, especialmente los vinculados con el sintoismo y el budismo, fascinaron a los espectadores por resultarles extraños y exóticos. Por el contrario en Japón la película no llamó la atención de los aficionados porque el aficionado nipón está mucho más acostumbrados a estas ideas y sobresaturado de animes e historias de ciencia ficción que juegan con estas ideas, mientras que la parte filosófica más occidental, especialmente la relacionada con ideas y referencias al cristianismo y las religiones abrahámicas, simplemente no les llamó la atención.
En Ghost in the Shell, las ideas del sintoísmo y del budismo zen no solo son un telón de fondo, sino un lenguaje interior que da sentido a la forma en la que la película entiende el alma, la identidad y la relación entre lo humano y lo tecnológico. En cambio, muchos espectadores occidentales, más familiarizados con las tradiciones cristianas y abrahámicas, leyeron en esa misma obra una parábola teológica sobre el alma, la redención y la creación, elementos que también están presentes y que fascinan al propio Oshii.
Dios en los circuitos: religión y tecnología en Ghost in the Shell
Una de las mayores virtudes del cine de Oshii es su capacidad para hablar de Dios a través de los cables de una red informática. Como apunta Qiao Li, Edwin L. Phil Tan & Jianhua Yang en su estudio sobre el simbolismo espiritual en el anime, Ghost in the Shell "traduce las antiguas preguntas sobre el alma y la identidad a un lenguaje tecnocultural donde la fe y la conciencia comparten el mismo espacio de código". En la película, el alma (el ghost del título) no pertenece al cuerpo, sino que lo habita de manera temporal. Este concepto, que en la tradición cristiana se asocia al soplo divino o al espíritu inmortal, se convierte aquí en un campo de batalla entre la biología y la máquina.
Al público nipón no le extrañó lo más mínimo que una máquina pudiera albergar un alma
Pero Oshii no pretende evangelizar a nadie, ojo. Su aproximación a las diferentes cuestiones y enfoques religiosos es meramente personal, pero lógicamente calan en su trabajo. El uso de la imaginería religiosa es filosófico y estético, no doctrinal. Como explica Michael Bertrand en su ensayo Cybernetic Souls: The Religious Imaginary in Oshii’s Cinema, el director utiliza los símbolos cristianos, la idea de la anunciación, la figura del renacimiento, el sacrificio del yo, la búsqueda de una conciencia superior, el componente divino el alma humana, como metáforas visuales para explorar la angustia ontológica del ser posthumano. Suena muy complicado, pero no deja de ser la búsqueda de respuestas que el ser humano ha tenido sistemáticamente durante toda su historia evolutiva. Bertrand recuerda que la secuencia final, donde la Mayor Motoko Kusanagi se fusiona con el ente conocido como el Titiritero, puede interpretarse como un acto de comunión mística, un paso hacia la trascendencia que recuerda a la unión del alma con Dios.
En Occidente, estas imágenes se recibieron como un eco del cristianismo existencialista de autores como Kierkegaard o Simone Weil. Personalmente creo que Ghost in the Shell de enfrenta la fragilidad y la construcción del yo con la filosofía de Friedrich Nietzsche y idea deidentidad fija y la necesidad de crear valores propios cuando los viejos referentes (como la idea de un alma o un Dios) han perdido autoridad. En cualquier caso, en Japón esas mismas reflexiones resonaban con otra sensibilidad: la del sintoísmo animista, donde cada objeto, incluso los creados por el ser humano, puede contener un espíritu. Llevado al imaginario ciberpunk de Oshii, lo sagrado no está en el cielo, sino en la red.
Espíritus en la máquina: el alma sintoísta de un futuro cibernético
El propio Oshii ha declarado que su visión de la espiritualidad no nace de una educación religiosa formal, sino de la sensibilidad japonesa hacia lo invisible. "Para mí, todo tiene un alma", afirmaba en una entrevista recogida en el blog The Anomalous Host. Esta idea, profundamente sintoísta, impregna cada fotograma de Ghost in the Shell. En el Japón tradicional, el límite entre lo material y lo espiritual es poroso: los objetos pueden tener kami, o espíritus; los humanos pueden perder o intercambiar su kokoro, su corazón-mente. Esa continuidad entre lo orgánico y lo inorgánico permite que una cyborg como Kusanagi pueda preguntarse qué la diferencia realmente de un humano. Dicho de otra manera, al público nipón no le extrañó lo más mínimo que una máquina pudiera albergar un alma.
Según el interesante análisis de Aimée McLernon, Oshii logra en su película un "sincretismo espiritual" que combina la mirada sintoísta sobre la naturaleza animada con el pesimismo filosófico europeo. El resultado es una forma de religiosidad moderna: un mundo donde Dios ha sido sustituido por la red, y los humanos buscan en una realidad formada por datos el sentido que antes hallaban en la oración para comprender nuestro mundo físico.
Así, el ghost de Ghost in the Shell no es tanto el alma inmortal del cristianismo como la manifestación de una energía vital universal, una especie de fuerza que habita todos los seres y las cosas. En esa lectura, la fusión final de Kusanagi y el Titiritero no es un acto de redención cristiana, sino la actualización de un principio sintoísta: la disolución del individuo en el todo. Como apunta el trabajo Aml Hassan Wefky, el gesto final de la protagonista no es morir ni salvarse, sino reintegrarse en la totalidad de la existencia, tal y como dicta la lógica del kami. Por eso en Japón la película nunca fue vista como un manifiesto religioso, sino como una reflexión natural sobre el lugar del ser humano en una realidad que se digitaliza. Una meditación estética y técnica más que una experiencia espiritual, pero algo cotidiano para el aficionado al anime de ciencia ficción.
Japón ante Ghost in the Shell: cuando la espiritualidad es parte del paisaje
El contraste entre la recepción japonesa y la occidental es tan profundo como revelador. En Japón, Ghost in the Shell fue recibida en 1995 con respeto, pero sin el entusiasmo popular que generó su estreno europeo y norteamericano. Las críticas destacaban su animación minuciosa, su ritmo contemplativo y su densidad filosófica. Sin embargo, como explica Edwin L. Phil Tan junto a Jianhua Yang en su estudio comparativo sobre la recepción del film en SFRA, los espectadores japoneses estaban ya familiarizados con los dilemas de la identidad y la conciencia que Oshii exploraba. Lo que para el público occidental parecía un laberinto metafísico, para el japonés era un eco más dentro de un discurso saturado por el anime y la ciencia ficción de la época, algo en lo que coincide el propio Oshii, que ya había tocado estos temas, por ejemplo en la saga Patlabor.
Lo que para el público occidental parecía un laberinto metafísico, para el japonés era un eco más dentro de un discurso saturado
Por eso, en Japón, el debate no giró tanto en torno a las implicaciones religiosas, sino a las innovaciones visuales y narrativas. El film fue visto como una obra elegante, fría y profundamente intelectual, más cercana a la tradición europea del cine de arte que al entretenimiento animado. El propio Oshii, en su entrevista con Juan Zapater, admitía que en Japón "el público ya estaba cansado de escuchar preguntas sobre qué nos hace humanos". En cambio, el elemento "exótico" de la espiritualidad japonesa resonó con mucha más fuerza en Occidente, donde también fue un estreno que destacó a nivel técnico, pero donde también la idea de que una máquina pudiera tener alma resultaba tan desconcertante como fascinante.
Occidente y el alma digital: cómo el cristianismo reinterpretó a Oshii
Cuando Ghost in the Shell llegó a Occidente, primero a festivales y luego a las estanterías del videoclub, fue recibida como una revelación. En Europa y Estados Unidos, críticos y académicos encontraron en ella una especie de evangelio cibernético. Como señala Michael Bertrand, la película fue adoptada como una fábula teológica del siglo XXI, un relato sobre la redención del alma atrapada en un cuerpo de silicio. Yo recuerdo salir del cine en su estreno con la sensación de que había un trabajo de reflexión espiritual, y social, mucho más profundo del que nos dejaba Blade Runner que algo más tangencialmente trata una temática parecida.
Esa lectura estaba fuertemente influida por la tradición judeocristiana, en la que el cuerpo es una cárcel del alma y la salvación se alcanza mediante la trascendencia espiritual. Oshii estudió en su juventud la Biblia, especialmente el Antiguo Testamento, como un compendio de ideas que independientemente de su contexto religioso, filosófico y moral le parecían muy atractivas a nivel narrativo. Para el público occidental, la búsqueda de Kusanagi por su identidad era una metáfora directa de la condición humana: un ser creado que busca su creador. Los planos en los que la protagonista emerge del agua o se fusiona con la luz se interpretaron como referencias al bautismo o a la resurrección. El contacto del Titiritero con Kusanagi en la barcaza tiene su inspiración en la anunciación del ángel Gabriel. Ideas que si bien a lo mejor no resultan reconocibles a primera vista, resuenan con nuestra cultura incluso en un plano incosciente.
Ghost in the Shell sigue siendo una obra viva porque su espiritualidad no pertenece a ningún credo, pertenece al futuro
El blog The Anomalous Host lo resume señala que los japoneses veían un anime sobre hackers filosóficos; los occidentales veían el Antiguo Testamento en formato cyberpunk. Es una idea que nunca me había planteado. Y es que, en ausencia de familiaridad con las ideas sintoístas, el público occidental tradujo el lenguaje simbólico de Oshii a su propio imaginario religioso incluso sin una intencionalidad del espectador o del propio Oshii. Esa adaptación cultural fue lo que, paradójicamente, convirtió a la película en un fenómeno de culto fuera de Japón. Como explica Qiao Li, Occidente encontró en Ghost in the Shell una forma de espiritualidad laica, un puente entre el alma humana y la inteligencia artificial, una herramienta filosófica y espiritual para hacer frente a un mundo hipertecnificado que mutaba día a día a un ritmo vertiginoso. Mientras que en Japón el film se disolvió en un mar de obras similares, en Europa y América se convirtió en el referente de un nuevo tipo de ciencia ficción filosófica: La combinación de teología cristiana, estética tecnológica y melancolía oriental resultó irresistible.
El alma global de Ghost in the Shell
Treinta años después, Ghost in the Shell sigue siendo una obra viva porque su espiritualidad no pertenece a ningún credo, pertenece al futuro. Es una película que habla del alma en tiempos de la máquina, y lo hace desde la intersección entre dos mundos religiosos: el cristianismo que busca redención y el sintoísmo que celebra la conexión. Como concluye Aml Hassan Wefky, esta película no nos dice que hay un Dios en el cielo o un espíritu en cada máquina, sino que la frontera entre ambos conceptos ha de volverse indistinguible. Esa ambigüedad, ni occidental ni oriental, ni humana ni artificial, es lo que le ha otorgado su estatus de mito moderno.
Quizá por eso Mamoru Oshii tenía razón al decir que muchos de sus fans no han entendido del todo la película. Tal vez Ghost in the Shell nunca quiso ser comprendida del todo. Igual que las diferentes religiones del mundo sirven para traducir espiritualmente el mundo que nos rodea, Ghost in the Shell sirve para dar sentido a un mundo digital que todavía no ha llegado, pero que está a la vuelta de la esquina. O tal vez solo quiso hacernos sentir que, en un mundo donde todo se conecta, incluso los dioses tienen dirección IP.
En 3DJuegos | Silent Hill f me ha dado ganas de volver a disfrutar de un anime que no ha sido superado en su género en 25 años
En 3DJuegos | Me sorprende lo poco que se habla de este nuevo anime que tiene todo lo que molaba de los años 90
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