Tal y como ocurrió con los dinosaurios y Jurassic Park, la atención hacia el megalodón, ese tiburón gigante que aterrorizó los mares hace 3,6 millones de años, ha crecido de forma brutal desde la llegada de las películas de Megalodón de Jason Statham. Y como en la de Spielberg, la película ha terminado derivando en nuevos estudios que parecen chocar con lo que sabíamos sobre el animal hasta ahora: no sólo no era el tiburón blanco gigante que muchos tenemos en la cabeza, también hay más pistas sobre lo que causó su extinción.
En un estudio realizado por el profesor Kensu Shimada de la Universidad Sternes and DePaul, en colaboración con un equipo de otros 26 científicos de alrededor del globo, los paleobiólogos se percataron de ciertas discrepancias a la hora de analizar la estructura ósea del megalodón en anteriores investigaciones. Tras reanalizar sus fósiles, parecen haber descubierto que no estamos ante el tiburón blanco gigante que dábamos por hecho.
Sí, era un inmenso depredador y estaba a la cabeza de la pirámide alimenticia submarina, pero al comparar las mediciones de su columna vertebral con otras especies vivas y crear un nuevo modelo a partir de los datos, lo que Shimada y su equipo han descubierto es que, lejos de parecerse al tiburón blanco, el megalodón estaba más cerca de lo que actualmente conocemos como tiburón mako o marrajo.
Cómo se extinguió el Megalodón
¿Recordáis el simpático tiburón larguirucho de Buscando a Nemo que decía aquello de "flipo como Flipper"? Pues así, con un cuerpo más alargado, es como realmente se imagina la paleontología ahora al megalodón. Sin embargo el estudio va más allá de su aspecto, y es que agarrarse a esos datos también supone darle una vuelta a cómo vivía y, de rebote, también cómo desapareció de la Tierra.
Un cuerpo más extenso también supone un cambio en su digestión, más larga y hábil a la hora de captar nutrientes, lo que a su vez demuestra que podía pasar mucho más tiempo sin cazar para alimentarse, y su impacto sobre la vida marina era mucho menos agresivo de lo que habría supuesto tener por ahí danzando a un tiburón blanco gigante con otras necesidades alimentarias.
Como zamparse una ballena de tanto en tanto le hubiese bastado para sobrevivir más tiempo sin comer, la aparición del tiburón blanco que a día de hoy conocemos, más ágil y agresivo por su necesidad de alimentarse en tramos mucho más cortos, se habría convertido en una competencia importantísima a la hora de cazar, lo que sin duda habría derivado en un factor clave para su supervivencia y, por ende, también en una de las principales causas de su extinción.
Ver 5 comentarios