Que la Segunda Guerra Mundial fue una época en la que se llevó la ingeniería de guerra hasta los extremos más descerebrados dudo que a día de hoy le pille por sorpresa a alguien. Los tanques voladores de la Unión Soviética son un buen ejemplo de ello, pero lamentablemente por las connotaciones detrás de estas armas, está lejos de ser el único. La historia del Schwerer Gustav va en la misma línea.
A mediados de los años 30, cuando los altos mandos de Alemania ya preveían que la guerra estaba al caer, el Tercer Reich acudió a una rica familia alemana, los Krupp, en busca de una solución que les permitiese perforar la Línea Maginot de Francia. El reto era enorme, porque implicaba atravesar un muro de fortificaciones de 7 metros de hormigón armado y 1 metro de acero, pero los Krupp no estaban dispuestos a decepcionar a su líder.
Un cañón tan grande como un edificio
La maquinaria de guerra alemana se puso manos a la obra con una idea tan absurda como llamativa. Si los cañones navales de un acorazado funcionaban con un calibre de 460 mm, penetrar la muralla francesa que los galos habían construido al borde de Alemania tras la Primera Guerra Mundial iba a requerir casi el doble. ¿Pero cómo lanzas un proyectil de 800 mm? Pues con un cañón a su altura.
Con un peso de 1.350 toneladas, la altura de un edificio y un cañón de 32,5 metros, a finales de 1941 los Krupp presentaban a las tropas alemanas el Schwerer Gustav, el Gustav Pesado. Que el magnate de la compañía armamentística le pusiese al cañón su propio nombre ya te deja alguna pista sobre hasta qué punto lo del ego y ombliguismo de aquella gente era digno de estudio.
El caso es que cumplió su promesa. El Gustav era una obra de ingeniería tan descomunal que sería capaz de disparar proyectiles perforantes de más de 7 toneladas a casi 40 kilómetros de distancia y, por supuesto, penetrar muros de hasta 7 metros de hormigón. Frente a proyectiles explosivos, su capacidad de destrucción llegaría hasta objetivos de casi 50 kilómetros para crear inmensos cráteres de 10 metros de profundidad y otros 10 metros de ancho.
A finales de 1941 el cañón estaba construido, pero para entonces Francia ya había caído y a Alemania le pareció una pena no sacarlo a pasear. Fue entonces cuando decidieron apuntarlo en otra dirección. A un macizo rocoso plagado de túneles y baterías costeras dominado por la marina británica que, de ser conquistado, les daría control total de la entrada al Mediterráneo: el Peñón de Gibraltar.
Alemania contra Gibraltar
El plan alemán termina conociéndose como Operación Félix, pero para poder llevarlo acabo la infantería alemana debía atravesar España para colocarlo cerca de Tarifa o Algeciras para bombardear el peñón desde una distancia segura. No era fácil ni una cosa ni otra, porque para desplazarse de un lugar a otro el Gustav necesitaba dos vías de tren, dada su amplitud, y precisaba de 500 hombres para operarlo y otras 5.000 tropas para defenderlo, montarlo y desmontarlo.
Cuando Hitler se reunió con Franco para pedir la entrada de España en la Segunda Guerra Mundial, o al menos tener vía libre para que sus tropas llegasen a Gibraltar a través de la península, el dictador español puso tantas exigencias en forma de suministros y territorios que los alemanes salieron de allí hechos una furia. De aquella reunión se hizo famosa la frase en la que Hitler dijo a Mussolini: "prefiero que me saquen las muelas a volver a entrevistarme con Franco".
Con la Operación Félix echada por tierra, Alemania giró el cañón del Gustav hacia el Frente Oriental. En 1942, el Sitio de Sebastopol se convertía en la única acción de combate real que vivió el monumental cañón. Se cuenta que durante aquella batalla llegó a disparar 48 proyectiles con una cadencia de tiro de un disparo cada 45 minutos. De cada cinco realizados, sólo uno conseguía acertar en el blanco.
Eso sí, cuando lo hacía, el golpe era demoledor. Cuentan que un solo proyectil llegó a perforar 30 metros de tierra y roca, y que la explosión fue tan grande que se sintió como un terremoto cuyo maremoto llegó a hundir varios barcos. Sin embargo, conforme los Aliados avanzaban, los alemanes decidieron que aquella monstruosidad era un activo lo suficientemente valioso para que cayera en manos ajenas, así que el 14 de abril de 1945 los ingenieros lo volaron en mil pedazos para evitar su captura.
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