Cada vez que veo anunciado el nuevo candidato al Premio Puskas me viene a la cabeza la misma frase: no es mejor que el gol de Roberto Carlos. Para quienes vivimos aquél tiro de falta contra Francia en el 97 durante la celebración de su particular Mundialito, el tiro del brasileño siempre se quedará grabado a fuego en nuestra memoria como una de las acciones más espectaculares vividas en un campo de fútbol. Una que, además, por si el golazo fuera poco, se ha convertido en el mejor recurso de la ciencia divulgativa para acercar a la gente algo tan complejo como una misión espacial de la NASA.
Acercarse al vídeo de la falta de Roberto Carlos con su selección sigue siendo igual de impresionante hoy como lo fue entonces. De primeras, la cámara muestra un trallazo antológico desde 35 metros de distancia que dejó a Barthez y a medio equipo francés completamente atónitos. Pero cuando la cámara gira para mostrarnos el gol desde otra perspectiva, lo que parecía una línea recta directa a puerta nos enseña otra cosa. No un gol, no magia, sino la ciencia detrás del Efecto Magnus.
La ciencia detrás de la falta de Roberto Carlos
Recordando a los lanzamientos de los pitcher del mundo del béisbol, el golpeo de Roberto Carlos toma una dirección para que, a una velocidad de 137 kilómetros por hora y poco antes de salirse fuera, se termine curvando hacia dentro para acabar entrando en la portería. Un espectacular latigazo tardío que parece estar desafiando las leyes de la física cuando, en realidad, lo que está haciendo es moldearlas a su antojo.
Golpeando la pelota con el exterior de su zurda, el gol de falta difiere de lo que vemos habitualmente en el mundo del fútbol, donde el interior es el que le da ese giro más lento y uniforme en un efecto que, pese a terminar en gol por estar bien colocado, arroja una curva mucho más predecible. Aquí, ni los jugadores franceses ni los brasileños fueron capaces de adivinar qué iba a ocurrir.
En cómo un balón a esa velocidad y con esa potencia es capaz de realizar ese efecto, algo que estamos acostumbrados a ver en pelotas mucho más colocadas y lentas, es donde entra en juego un escenario completamente distinto al del mundo del fútbol, el del físico y químico alemán Heinrich Gustav Magnus. Gracias a sus estudios sobre las esferas en rotación dentro de una corriente de aire podemos saber qué está ocurriendo exactamente con ese gol.
La explicación técnica nos dice que el efecto Magnus es "la generación de una fuerza lateral sobre un sólido cilíndrico o esférico giratorio sumergido en un fluido (líquido o gas) cuando hay movimiento relativo". Aterrizar esa idea en algo que todos podamos entender es, sorprendentemente, más fácil de lo que parece.
Del Mundialito de Francia 97 a la NASA
La idea es que, mientras el balón avanza y gira tras ser golpeado por el mítico defensa, la velocidad, la fuerza del giro y, sobre todo, el tiempo, hacen que la pelota cree una diferencia entre presiones. Al rotar, uno de los lados está empujando el aire hacia atrás reduciendo la presión en esa zona. Por contra, en el lado opuesto está creando un efecto contrario aumentando la presión.
Es en esa diferencia entre presiones cuando, superado el tiempo suficiente para que se rompa la diferencia entre una y otra, el lado en el que se está ejerciendo menos presión ve atraída la bola mientras el otro la empuja hacia allí. El balón necesita esa velocidad, ese giro, y los 35 metros que debe recorrer hasta llegar a la portería, para que el efecto Magnus se produzca y el latigazo final quede anclado en los anales del fútbol.
¿En qué punto entra la NASA en esta explicación? En el que las misiones de exploración espacial utilizan un principio similar para curvar la trayectoria de naves y satélites para curvar su tiro sin entrar en órbita. Aunque en el espacio no hay aire, sí hay gravedad, y gracias a la asistencia gravitatoria los ingenieros pueden aprovechar ese cambio entre gravedades al acercarse a un cuerpo celeste para lanzarlo en la dirección buscada. Mientras la pelota cambia energía con el aire, las sondas hacen lo propio con la gravedad.
Con la velocidad, giro y distancia adecuada, se cambia la presión del aire por gravedad para modificar la trayectoria del viaje y, de rebote, el planeta junto al que pasa se convierte así en la zurda de Roberto Carlos, imprimiendo el empuje necesario para lanzar la sonda o la nave espacial sin requerir grandes dosis de energía y saliendo de allí a una velocidad aún más rápida que la que llevaba al entrar.
Imagen | Roberto Carlos
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