En octubre de 1952 un grupo de empresarios de Donosti se reúne con la intención de encontrar la solución al problema que llevan años arrastrando. La temporada de verano es soberbia para la hostelería, los comercios y la hostelería de la zona, pero cuando llega septiembre los turistas huyen en desbandada y las ventas caen de forma alarmante. La solución es tan simple como imposible: hay que alargar el verano.
Encontrar algo que brille más que el Sol, y que además invite a turistas de todo el mundo a seguir consumiendo en sus tiendas, restaurantes y hoteles, no parece fácil, pero pronto encuentran un clavo ardiendo al que agarrarse: el mundo del cine. Tiene estrellas capaces de brillar más que el Astro Rey en pleno verano, y tanto los equipos que quieran llevar sus películas a la ciudad, como los cinéfilos que quieran disfrutarlas, tendrán que dejarse el dinero en los comercios locales. Definitivamente saben lo que necesitan para alargar la temporada veraniega, tienen que montar un festival de cine.
El duro nacimiento del Festival Internacional de Cine de San Sebastián
La excusa de hacer que la gente no abandonase Donosti tras acabarse el verano se presentó a la Cámara de comercio de Guipúzcoa y al Centro de Atracción y Turismo de San Sebastián, pero podría decirse que estuvo muy lejos de generar el mínimo interés. Tras la ronda inicial de propuestas y búsqueda de inversión convertida en un desastre absoluto, el grupo de empresarios decidió viajar hasta Madrid para comprobar si, por alguna casualidad, allí tenían más suerte. La tuvieron.
Si algo tenía la España de aquél momento era una mala imagen de cara al exterior, así que en Madrid vieron en aquella idea una buena forma de relajar las tensiones a nivel internacional y, de paso, mostrar una cara más amable y abierta hacia las libertades que sí disfrutaban en el extranjero. En abril de 1953, el Sindicato Nacional del Espectáculo confirmaba la intención de subvencionar la idea y, con el apoyo de la capital, se volvieron a Donosti.
Lo de meter al Gobierno de por medio generó bastante más interés entre asociaciones y ayuntamiento, así que tras darle el visto bueno ellos también, empezaron a montar la que sería su Semana Internacional del Cine con dos miedos en mente. Por un lado estaba el desafío de convencer a la Federación Internacional de Productores Cinematográficos de que aquello no era una patraña y merecía toda su atención. Por el otro, qué narices iban a hacer con la censura que afectaba al país y que, de una forma u otra, iba a terminar salpicándoles.
El miedo no tardó en empezar a disiparse y, aunque la falta de reconocimiento internacional les impidió dar premios a películas extranjeras, el lleno absoluto de público y los beneficios que reportó sobre la ciudad fueron más que suficientes para elevar su ambición. Tras batallar en Londres y conseguir algo más de apoyo si prometían rebajar la censura y facilitar el paso de las películas en la aduana, en 1954 se celebraba el primer Festival Internacional de Cine de San Sebastián. El resto, es historia del cine.
Imagen | Hans-Jürgen Weinhardt
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