Hay una fascinación extraña alrededor de todos esos psicópatas que se hicieron famosos por sus crímenes. Una que no viene de nuevas, ojo, pero que sí parece estar viviendo una edad dorada de la mano de las producciones de Netflix que han catapultado a lo que antes eran crudas portadas en los diarios en una suerte de subcategoría dentro de la cultura pop en la que nombres como Ted Bundy o Ed Gein ya son absolutos protagonistas.
Más allá de la trivialización de ciertas conductas, el problema aquí viene por cómo la psicopatía se ha transformado para colarse en nuestro vocabulario como una palabra más. Lo preocupante es que, según los expertos, en realidad el término psicópata nunca ha sido un diagnóstico incuestionable, pero la masificación del concepto está lastrando tanto su tratamiento como las decisiones judiciales por una simple mezcla de morbo y estereotipos.
La clave parece residir en que lo que entendemos por psicópata como masa social ni siquiera es un término correcto. Lo más cercano al diagnóstico clínico oficial es en realidad el TPA, el trastorno de personalidad antisocial, y lejos de reducirse a lo ocurrido en un caso muy concreto, en realidad analiza varios factores como el contexto vital del individuo, su evolución con el paso del tiempo y, sobre todo, en qué punto da comienzo. A grandes rasgos, si no aparece antes de los 15 años, no puede considerarse como tal.
Que hablemos de psicopatía tan a la ligera, empujados principalmente por ese vendaval de libros, podcast, películas, series y documentales apoyados en el morbo que han pasado a ser una pieza más de nuestro abanico de entretenimiento, se convierte en un problema aún mayor al llegar a los juzgados. Tal y como explica Rasmus Larsen, de la Universidad de Toronto, las investigaciones con jurados simulados destacan que, al entrar en juego la palabra psicópata, la percepción de peligrosidad y las condenas en consonancia son capaces de ir más allá de lo que realmente están aportando las pruebas.
Frente a dos casos con un mismo escenario, el que hace referencia a la etiqueta termina empujando a penas mucho mayores por una mera cuestión de maldad biológica que se ha hecho un peligroso hueco en nuestro imaginario. Lo más curioso de todo es que, pese a estar constantemente bombardeados con esa idea por parte de la cultura popular, ejemplos como el destacado por Larsen demuestran que sabemos alarmantemente poco sobre ello.
Imagen | CBR
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