La ciencia ficción ha retorcido la idea de la evolución de la mano de mutantes inmortales como Deadpool y Lobezno, monstruos gigantes a lo Godzilla y Kong, e incluso se ha permitido el lujo de hacer que una piedra pueda hablar, moverse y luchar en Pokémon. No contentos con eso último, han hecho que esa misma piedra evolucione a otra cosa. Pero, si me permitís el salto de pértiga, en realidad la ciencia ha demostrado que la evolución de las piedras no es algo tan descabellado.
Olvidémonos por un segundo de los sensuales ojos de Geodude y de los cuatro brazos de Graveler para aterrizar por qué la ciencia cree que la evolución no sólo afecta a los seres vivos, sino a prácticamente todo lo que nos rodea. Tal y como recogía el geólogo y mineralogista Robert Hazen, lo que el método científico entiende por evolución debe estar atado a tres factores clave.
La evolución de las cosas que no tienen vida
El primero de ellos es la interacción de componentes, el cruce entre átomos, células y genes reaccionando entre ellos. El segundo es la generación de variables, y de cómo todos esos sistemas pueden entremezclarse hasta catapultar la configuración molecular hasta infinitas posibilidades. El tercero, el que todos damos por hecho al hablar de evolución, está en la selección natural que nos hace evolucionar para sobrevivir y expandir nuestra progenie.
Estamos acostumbrados a ponerle inteligencia, boca, o incluso simplemente vida, a esos concepto. En realidad podríamos atarlo a la música, que cuenta con distintas notas capaces de entremezclarse y que, por manos de su creador, consigue evolucionar para adaptarse a las modas y seguir resultando relevante para no caer en el olvido. Intentad mantener esa fórmula con las letras para hacer evolucionar a la literatura, o con la programación para hacer lo propio con la tecnología.
Con las rocas del mundo real, no sólo con las de Pokémon, pese a resultar mucho menos poético y filosófico que esos ejemplos, es aún más evidente. La ciencia certifica que el universo nació con apenas una docena de minerales, y que desde entonces ha evolucionado hasta dar forma a cientos de miles de combinaciones que incluyen esa interacción entre componentes, o la reorganización de su configuración molecular hasta arrojar distintas variables.
Y por descontado, también la selección natural que marca su estabilidad en el mundo. Su capacidad para no derretirse con el calor, erosionarse con el viento y deshacerse con el agua de la lluvia para perdurar en el espacio y el tiempo. Puede quedar lejos del puñetazo de un Geodude, pero innegablemente eso también es evolución por muy de ciencia ficción que no suene.
Imagen | Tmh en Midjourney