En el mundo de los videojuegos existen sagas épicas y luego está la saga God of War. El fantasma de Esparta lleva con nosotros 18 años y nos ha dejado grabado en nuestro recuerdo innumerables momentos de pura brutalidad luchando contra dioses, semidioses y criaturas mitológicas en escenarios increíbles.
Los tatuajes de Kratos junto a sus dos afiladas y flamígeras espadas han hecho del general Espartano todo un icono de los fans de PlayStation, marcando a toda una generación y siendo considerado como uno de los personajes que ha protagonizado la mayor odisea de venganza jamás escrita en un videojuego. Sin embargo, la mayoría de fans ya dimos por concluída esta odisea con el fantasma de Esparta destruyendo el Olimpo en God of War 3. A partir de ahí, se abrían nuevos caminos para el personaje que parecían totalmente alejados de los tiempos en los que la furia asesina dominaba sus actos. O eso creíamos.
God of War es más que violencia y vísceras
Ambientado en las frías tierras nórdicas, el Kratos de God of War 2018 era muy distinto al que conocimos en la saga griega. Un dios que no se dejaba llevar por sus impulsos y que controlaba su ira, intentando llevar así una vida alejada del conflicto ejerciendo el papel de marido y padre.
Pese a todo, el estudio nos dejaba claro que Kratos aún tenía mucho que mejorar en cuanto al dominio de sus emociones. Esto instauró en los jugadores una sensación incómoda, la cual no paraba de hacernos pensar que en cualquier momento nuestro querido general podría perder el control y volver a ser ese dios brutal y despiadado.
De hecho, durante los primeros compases del juego, no parábamos de comparar al antiguo fantasma de Esparta con el nuevo. Comparar el cambio de actitud, sus cambios físicos, incluso su cambio de arsenal. Muchos de nosotros pensábamos: el hacha Leviatán mola pero ¿dónde están las Espadas del Caos? ¿Dónde está mi viejo Kratos?
Hasta que, finalmente, nuestro viejo guerrero ceniciento resurgió, aunque cambiado, dejándonos con la que posiblemente sea una de las mejores escenas de los últimos años y demostrándonos que el fanservice también se puede usar para hacer el bien. A partir de aquí vienen spoilers de GOW 2018.
En efecto nos referimos a la escena donde Kratos decide volver a su casa en Midgard para recurrir de nuevo a sus antiguas Espadas del Caos que durante tanto tiempo le habían atado a la voluntad de los Olímpicos, pero que ahora, por primera vez, las utilizaría para un propósito mayor, salvar a su hijo Atreus entrando en Helheim, el Reino de los Muertos.
Pero, ¿por qué es tan buena esta escena de God of War?
La música, el contexto, la dirección y la magistral interpretación de Christopher Judge son elementos clave para su éxito. Pero la verdadera magia de esa escena reside en el tempo que tiene, en sus silencios y sobre todo, en la conexión de emociones con el jugador.
Durante toda la primera parte del juego vemos a un Kratos que huye de su pasado, pero que siempre tiene a un Atreus curioso y algo confundido que no para de preguntarle sobre su otra vida. Al igual que Kratos, el juego había cambiado tanto que incluso tenía un fuerte mensaje sobre la sobreprotección.
Cuando Atreus cae enfermo tras el encuentro con Modi, surge la primera clave de esta escena. Y es que, por primera vez en esta nueva entrega, Kratos se encuentra solo frente a la adversidad, como antaño. Ya no tiene que cuidar a Atreus, por lo que puede dejar de lado el papel de padre que estaba ejerciendo hasta ahora para poder retomar el papel de asesino de dioses que todos conocíamos. Conectando, aunque sea brevemente, con su pasado. ¡Ahí tenemos a nuestro viejo Kratos!
La siguiente clave son las interpretaciones y sus silencios inteligentes. Durante la conversación con Freya, Kratos en ningún momento dice lo que tiene que desenterrar para combatir el frío de Helheim, pero con sus gestos inequívocos tocándose sus antebrazos nos hace saber a lo que se refiere. La escena nos hace sentir inteligentes, nos hace pensar: “ya sé lo que va a suceder”, nos hace empatizar con el espartano, pues sabemos lo que representa para él tomar esa decisión. En definitiva, nos hace sentirnos como si fuéramos el propio Kratos. Sabemos lo que tenemos que hacer.
Otro elemento clave de esta escena, es el viaje en bote desde casa de Freya hasta nuestra casa, el cual desprende un aire épico y místico gracias a su cielo rojizo y sus truenos retumbando de fondo como martillazos. Observamos a un Kratos callado y meditativo. De hecho, ni siquiera el juego nos deja manejar el bote, pues quiere que sigamos prestando atención al protagonista y a todas las emociones que le inundan. El juego nos sigue diciendo que este viaje es una prueba emocional crucial para el espartano.
Finalmente, toda esta escena aún cobra más fuerza con la aparición repentina de Atenea gracias a un uso magistral del plano secuencia que se sincroniza con los truenos de fondo para hacer aparecer y desaparecer a la diosa griega.
Kratos acaba llegando a su casa y sin dudar, vuelve a atarse las espadas del caos a sus antebrazos. En ese momento todo el misticismo y silencio de la escena es irrumpido por el tema principal de God of War, compuesto por Bear McCreary, dándole un toque muy épico. Atenea intenta perturbar la paz del espartano y provocar al que un día fue su monstruo, pero el fantasma de Esparta una vez más se contiene y le responde que pese a ser un monstruo ya no sería nunca más el suyo. Confirmándose de esta forma lo mucho que ha cambiado Kratos y el control que tiene sobre sus emociones que tanto dolor le causaron en el pasado.
En definitiva, esta escena no solo le sirvió a Sony Santa Monica para poder presentarnos de una forma épica al nuevo fantasma de Esparta, sino que además, sirvió para demostrarnos que el fanservice bien hecho, además de valer para contentar a tus fans, también es una gran herramienta para poder forjar momentos relevantes e inolvidables en la narrativa de cualquier videojuego.
Pero ¿Qué os parece a vosotros esta escena? ¿Cuáles creéis que han sido las claves para que sea tan recordada? ¿Nos ha faltado algún elemento importante?
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